lunes, 25 de mayo de 2009

Argentina: El resultado de posponer los ajustes

No vamos rumbo a una nueva crisis, ya estamos sumergidos en ella y se la observa claramente en la fuga de capitales, la fuerte recesión, los problemas fiscales y el incremento en las tasas de desocupación e inflación.

Luego de 6 años de supuesto crecimiento económico, Argentina está sumergida nuevamente en otra profunda crisis y todos esperan la devaluación para luego de las elecciones, si es que finalmente votamos el 28 de junio. Y vale la duda sobre el 28 de junio porque en la Argentina de Néstor Kirchner todo es posible, hasta podría pasar que ocurriera algún “inesperado” enfrentamiento civil que llevara a declarar el estado de sitio y se suspendieran las elecciones. Eso solo lo dirán las encuestas y los comportamientos sin límites que vemos a diario.

¿Qué podemos esperar que ocurra luego de las elecciones? En rigor son muchos los escenarios políticos posibles que podemos tener luego de las elecciones y, por lo tanto, diferentes los escenarios económicos. No es lo mismo el escenario en que si pierde la mayoría el oficialismo se cumpla la promesa del piquetero Pérsico y los Kirchner se vayan, a que intenten mantenerse en el poder como sea o que traten de ignorar el resultado de las elecciones. Pero sí hay un dato cierto. No observo en la dirigencia política actual, en todo su arco y aclarando que siempre existen excepciones, una profundo vocación por instrumentar las reformas de fondo en la economía. A saber: a) bajar el gasto público y hacerlo eficiente, b) establecer un sistema tributario que en vez de espantar atraiga las inversiones, c) adoptar reglas de juego en que la redistribución del ingreso se produzca por el mérito de cada uno para satisfacer las necesidades de la gente, d) un régimen de coparticipación federal por el cual los municipios coparticipen a las provincias y estas a la nación y una serie de medidas adicionales que permitan establecer reglas de juego competitivas.

Obviamente que no es lo mismo tener a un desaforado en poder totalmente imprevisible en sus comportamientos cuál Nerón, capaz de incendiar Roma con tal de zafar de las responsabilidades que le caben, que a alguien equivocado en sus políticas pero con nociones de ciertos límites en el poder que ejerce. En el primer caso no hay diálogo posible porque la locura impide cualquier razonamiento. En el segundo, si hay error pero no hay locura, es posible corregir el rumbo porque se puede dialogar, convencer, intercambiar ideas, comparar resultados, entre otras.

Mi impresión es que una vez que finalice la era de los dislates kirchneristas, va a haber mucho para discutir en materia de política económica. Es que, como señalaba antes, no observo en el conjunto de la dirigencia política una profunda vocación por los cambios estructurales que necesita la economía para evitar estas reiteradas crisis de devaluaciones, confiscaciones y ajustes por el lado del salario real.

Dicho en otras palabras, sabemos que luego del 28 de junio, como la situación fiscal es insostenible, el ajuste que se hará, particularmente Kirchner, consistirá en reducir el gasto público en términos reales vía una devaluación y un salto inflacionario. Hoy más del 50% del gasto público de la Nación son salarios y jubilaciones, los cuales, medidos en dólares, han aumentado hasta niveles que, incluso, superan a los que regían en la convertibilidad. Ahora bien, ante la ausencia de una profunda vocación por reducir en serio el gasto público en sus niveles nominales, lo que aparece como inevitable es que se lo termine reduciendo vía una licuación. Léase devaluación y salto inflacionario.

La referencia más cercana que tenemos en el tiempo es lo que pasó en el 2001. Primero López Murphy quiso aplicar una reducción nominal de gastos ineficientes del orden de los U$S 2.000 millones. Los progresistas le saltaron a la yugular acusándolo de querer hacer el ajuste por el lado de la educación, de insensible y mil cosas más. López Murphy se fue, Cavallo intentó zafar de la baja del gasto hasta que no pudo aguantar más la situación fiscal y primero anunció el déficit cero y luego hizo recortes nominales del gasto. Lamentablemente ya era tarde y la fuga de capitales por la desconfianza derivó primero en el corralito y luego vino el cambio de gobierno con el default y la devaluación. El ajuste terminó siendo 4 veces mayor que el que había propuesto López Murphy con costos altísimos en términos de transferencias de ingresos y de patrimonios.

Néstor Kirchner nos ha puesto un rumbo de colisión que ya es imposible de evitar. La crisis económica que recién comienza terminará en otra más profunda porque si no se produce una reforma del Estado para equilibrar las cuentas y en recrear la confianza para que vuelvan las inversiones, este nivel de gasto público será infinanciable y, por lo tanto, el ajuste se hará, nuevamente, a lo guarango. Es decir, devaluando para generar un salto inflacionario que contraiga en términos reales el gasto público en su componente salarios y jubilaciones. Claro que hacer semejante cosa en este contexto recesivo implica asumir una brutal caída de la actividad, porque no nos engañemos, en el 2002 no fue la devaluación lo que salvó a la Argentina, sino el aumento de los precios de los commodities que se produjo posteriormente. Hoy, una devaluación no solo contraería más el consumo, sino que, en este contexto de falta de previsibilidad en las reglas de juego, impedirían compensar la caída del consumo interno con más inversiones y exportaciones. El caos social que puede producir semejante decisión puede llegar a ser memorable.

Es por eso que mi sugerencia es que no solo basta con evitar la locura en el poder. Si no queremos caer recurrentemente en nuevas crisis, tenemos que decidirnos a encarar el más largo pero eficiente camino hacia la prosperidad. Esto significa crear condiciones para que la economía sea competitiva (reducción del gasto del Estado, sistema tributario pagable, incorporación al comercio mundial, respeto por los derechos de propiedad, etc.) de manera que sea el mayor stock de capital el que produzca abundancia de bienes. Las mayores inversiones más puestos de trabajo y, de la combinación de ambas variables, un incremento sólido del ingreso real de la población.

Kirchner, al igual que muchos de sus antecesores pero en forma más acentuadamente, nunca quiso hacer reformas estructurales. Solo buscó confiscar riqueza (flujos y stocks) para financiar un gasto público creciente. Para él, como para muchos políticos argentinos, bajar el gasto público es reaccionario y de derecha. Los progres consideran una herejía bajar el gasto público. Por eso, cada vez que intenta esquivar la moto, chocamos contra el camión. Esto es, de tanto evitar hacer reformas estructurales, respectar la propiedad privada, no esquilmar a los contribuyentes e incorporarnos en el mundo, terminamos chocando con crisis monumentales que tienen un costo elevadísimo para la sociedad. No es casualidad que Argentina viva en una continúa decadencia, porque persistimos en agradable sonido de frases vacías como redistribución del ingreso, justicia social, defensa de la producción nacional y un sinfín de infantilismos que lo único que generan son políticas regresivas que siempre terminan perjudicando a los sectores de menores ingresos, espantando más inversiones y creando más desocupación y miseria. El discurso progresista al único progresismo que nos ha llevado es al progreso hacia la decadencia.

Kirchner ha aplicado todas estas frases vacías con sus correspondientes políticas inconsistentes hasta su máxima expresión y cuando vio que la cosa no funcionaba y estaba por chocar contra la moto, no terminó estrellando contra el camión.

Por Roberto Cachanosky

Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina) en http://reflexioneslibertarias.blogspot.com/2009/05/argentina-el-resultado-de-posponer-los.html

domingo, 24 de mayo de 2009

El proteccionismo tecnológico y nuestro aislamiento

El Poder Ejecutivo Nacional acaba de enviar un proyecto de ley al Congreso para aumentar fuertemente los impuestos a las importaciones de productos electrónicos como computadoras, notebooks , celulares y monitores de televisión, a los que la iniciativa del Gobierno califica de "bienes suntuarios" cuando forman parte de las industrias de punta que están revolucionando el mundo moderno, con el objeto de proteger a las fábricas electrónicas radicadas en Tierra del Fuego.

El objetivo de todo gobierno es promover el bien común. Aceptada esta premisa, surge una pregunta: ¿qué es mejor para los argentinos, proteger a determinadas industrias que ofrecen a cambio un modesto aumento de sus inversiones y de su capacidad de dar empleo, o resguardar la capacidad de compra de los millones de argentinos que hoy se están beneficiando en sus casas, en sus negocios y en sus escuelas con la llegada de los productos electrónicos más avanzados, cuya difusión es uno de los rasgos característicos del mundo moderno? Con otras palabras, ¿qué es mejor para los argentinos, ¿el proteccionismo o el librecambio?

La necesidad de optar entre el proteccionismo y el librecambio nos ha acompañado desde antiguo. Los sectores más competitivos de nuestra economía, como el campo, han preferido desde siempre la libertad de comercio porque sus productos agrícolas y ganaderos no tienen rivales en el mundo. Nuestra producción industrial, en cambio, ha necesitado protección. La Argentina económica, como el dios Jano, tiene dos caras. Desde el campo, es librecambista. Desde la industria, es proteccionista. Lo inverso ha ocurrido con el proteccionismo agrícola y el librecambio industrial de los europeos.

Tanto nuestro país como los países europeos han infringido entonces, cada cual a su manera, la tesis del escocés Adam Smith en La riqueza de las naciones, según la cual la causa del extraordinario progreso económico del mundo moderno ha sido la ampliación constante de los mercados porque, si cada vez más personas producen los bienes que saben hacer mejor y los intercambian por las mercaderías más baratas y avanzadas que producen otras personas igualmente eficientes, lo que resulta de la circulación consiguiente de esta "bola de nieve" de la abundancia, es "la riqueza de las naciones".

Cuando la tesis de Smith, que fue formulada a fines del siglo XVIII, ingresó de lleno en la Revolución Industrial, si bien de un lado estimuló como nunca se había visto el desarrollo económico de las naciones, del otro lado se encontró con que algunas naciones se habían desarrollado antes que otras. Las naciones de desarrollo industrial "tardío" abrigaron entonces el justificado temor de que, si el comercio internacional se expandía sin ninguna clase de rectificación política, serían aventajadas por las naciones de desarrollo industrial "temprano".

Fue a partir de este desnivel competitivo que nació entre nosotros el áspero debate entre librecambistas y proteccionistas, un debate que, como lo muestra el reciente proyecto de gravar fuertemente a nuestras importaciones electrónicas, todavía nos acompaña.

La diagonal

Por un largo tiempo, el campo y la industria parecieron participar de un "juego de suma cero" a resultas del cual se pensó que, si un sector ganaba, el otro perdía. Pero digamos desde ahora que, con el revolucionario progreso que experimentó entre nosotros la agroindustria, dándoles vida a tantas ciudades del interior, se creó una saludable "diagonal" en virtud de la cual hoy resulta anacrónico hablar del campo o de la industria, como si fueran antagonistas, y hay que reemplazar en esta fórmula la "o" por una "y", ya que la Argentina ha pasado a ser altamente competitiva en el mundo no sólo en su producción agropecuaria sino también en su producción agroindustrial en rubros tales como la maquinaria agrícola y los aceites de origen vegetal.

Lo lógico sería entonces que nuestro país ampliara desde ahora la prometedora esfera del librecambio, reconociendo que abarca simultáneamente a los distritos rurales y a los distritos agroindustriales de provincias económicamente vitales como Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires. Ello no quita, empero, que el dilema entre nuestra producción agraria y agroindustrial y nuestra industria general continúe vigente fuera de este círculo ampliado para alcanzar a otros rubros industriales, donde la oposición entre el librecambio y el proteccionismo aún no ha cesado.

Pero la insistencia proteccionista del gobierno de Kirchner se debe, contra esto, a dos potentes factores: uno "ideológico" y otro "emocional". La raíz ideológica del proteccionismo exagerado de Kirchner resulta, en este sentido, de que aún comulga con la anticuada visión del "juego de suma cero" al suponer que si el campo y la agroindustria "ganan", los grandes suburbios "pierden", una visión que conduce directamente al fracaso de todo proyecto verdaderamente progresista.

Pero a este obstáculo ideológico ha venido a sumarse un poderoso factor emocional por la razón de que Kirchner cree tener todavía una cuenta pendiente con el campo, que lo derrotó en 2008 y que todavía hoy les impide a él y a su esposa viajar sin una gran custodia policial al interior, contra el cual sigue maquinando su venganza.

Si el obstáculo ideológico es fácilmente refutable por la sencilla razón de que el campo podría ser otra vez la base de la recuperación argentina, como lo fue en 2002, ¿qué es lo que habría que hacer para superar el ánimo vengativo del ex presidente? Hundido como está en el subconsciente de quien aún concentra la suma del poder, ¿qué podría hacerse para rescatarlo de su profunda irracionalidad?

Contra el zigzag

La única manera de superar los restos que aún quedan del enfrentamiento residual entre el campo y la industria que hasta hoy nos perturba sería darse cuenta de que, si se lo considera en estado puro, el dilema entre el proteccionismo y el librecambio es insuperable porque sólo podría trascenderlo una estrategia gradual . Esta es la estrategia que concibió a principios del siglo XX ese gran estadista que fue Carlos Pellegrini, cuando fundó la Unión Industrial.

Esta estrategia consiste en reconocer que, en el plano de los principios, debe aceptarse la superioridad del librecambio porque sólo él es capaz de asignar con eficiencia los recursos mundiales y argentinos, pero admitiendo al mismo tiempo que el paso del proteccionismo al librecambio debe hacerse de tal forma que los países de desarrollo tardío como el nuestro lo recorran con un cuidadoso pragmatismo, en una suerte de proteccionismo suavemente descendente, para evitar los altos costos económicos y sociales de una abrupta transición.

Pero esto es lo que hasta ahora no hemos sabido hacer los argentinos, porque hemos pasado una y otra vez de un "proteccionismo absoluto" a un "librecambio absoluto", y viceversa, en un alocado zigzag, en un vertiginoso movimiento pendular que, en vez de ir firme y progresivamente del reino del proteccionismo absoluto al reino de un creciente librecambio, ha seguido el ritmo de un péndulo insensato que retrasó, en definitiva, nuestro desarrollo.

¿Alcanzaremos al fin este triunfo de la sabiduría política y económica que hasta ahora nos ha eludido? ¿Será posible recurrir finalmente a ese gradualismo que las ideologías y las pasiones nos han negado? El dramatismo de esta pregunta se vierte al fin en otra, que aún estamos a tiempo de contestar. Tanto en el plano político como en el plano ideológico, ¿podremos madurar?

Por Mariano Grondona

en http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1131639