domingo, 25 de julio de 2010

Un viaje imaginario por la dificil geografía de la libertad

INTRODUCCION

Asistimos a un punto de inflexión en la historia humana, y no por el cronológico cambio de milenio, sino por una inflexión filosófico-política que nos deja perplejos y que obliga a repreguntarnos una vez más, hacia donde marcharemos ahora... la eterna incógnita sobre el futuro.


Sin embargo la inflexión de hoy es inédita porque conjuga no sólo la aceleración del tiempo histórico, como nunca habíamos visto, sino una auténtica revolución en las telecomunicaciones y la información, dos conceptos que conjugados nos colocan frente a una nueva forma de conocer, diversa de lo que la humanidad consideró válido durante 2.000 años.


Esta confluencia de elementos crea lo que bien podría denominarse una nueva dimensión del tiempo, un “nuevo tiempo” y una forma de transmisión del conocimiento donde todo debe ser resumido en “bits por segundo”. Lo que a su vez obliga a replantearnos mas que cómo obtener la información que buscamos, cómo hacer que esta se convierta en algo inteligible. Durante años la búsqueda se centraba en la obtención de la información, hoy la abundancia de información desigualmente distribuida es un motivo de agobio y la pregunta es cómo se convierten esos gigabites de materia prima en conocimiento aprovechable.


Hay una dimensión humana en este planteamiento que quiero hacer el centro de estas líneas por cuanto tiene que ver directamente con la condición humana y la libertad.


Justamente durante siglos, una de las posibles sistematizaciones del género humano era dividirle en alfabetos y analfabetos, siendo los primeros quienes tenían privilegiado acceso al conocimiento que moraba en las grandes bibliotecas. Los “otros” veían su horizonte limitado a las labores físicas y su movilidad social vertical, para utilizar una expresión cara a la sociología clásica, era prácticamente nula.

Hoy asistimos a una nueva segmentación - no explicitada - . Quienes pueden acceder al “conocimiento electrónico” nutriéndose y comunicándose instantáneamente con el resto del mundo; quienes sólo pueden acceder a lo que hemos denominado “información masa” y finalmente quienes quedan fuera del ciclo del conocimiento.

El primer grupo accede a Internet, a las fibras ópticas, los satélites, en suma a la comunicación y transmisión del conocimiento en tiempo real con cualquier punto del globo y pueden unir su saber al de sus iguales dispersos en los cuatro puntos cardinales.


El segundo segmento, no puede ser activo en la búsqueda de la información, es un receptor de lo que la electrónica les pone delante. Su acceso al conocimiento esta más o menos limitado a lo que la señal transporta y para ellos todo será simplificado y resumido sobre la base de criterios basados en los minutos disponibles y en el marketing de los espacios en función de la audiencia obtenida.


Este conocimiento masa es pasivo, y en política se manifiesta en el consumo de los líderes políticos presentados mucho más como productos de consumo, con su propia estrategia de marketing, su packaging y su mensaje; no se espera que el votante-consumidor analice las propuestas del candidato, sino más bien que compre el candidato-producto.


Finalmente existen áreas enteras del planeta que no cuentan ni siquiera con la señal de la televisión lo que convierte a los segmentos de población que sufre esta falencia en los modernos analfabetos funcionales, los siervos de una gleba que ya no existe; y no es que no puedan llegar a acceder a la lecto-escritura es que esto ya resulta insuficiente para superar la falencia informativa que les aísla y limita en sus posibilidades de desarrollo integral.

Esta revolución en las telecomunicaciones y la aceleración del tiempo histórico acarrean además substantivas modificaciones en la capacidad, o mejor aún en los “tiempos para la reflexión” que ceden espacio frente al requerimiento de acción, a la respuesta inmediata a la reacción instantánea y efectista que requiere la cámara.

Es por todo lo expuesto que más que una descripción casuística del estado de las libertades en América Latina, quiero compartir con vosotros unos instantes de reflexión sobre las condiciones necesarias para el ejercicio de la plena ciudadanía en un marco de democracia y cómo interactúan estas condiciones con las libertades individuales con las falencias que se observan en la práctica de las mismas; y cuales son las opciones disponibles para que estas libertades efectivas cubran a tantos de nuestros conciudadanos como sea posible.



LOS AÑOS OSCUROS


La libertad ha sido y es posiblemente el más valioso instrumento para la solución de los problemas humanos, pero a la vez uno de los valores más controvertidos a lo largo de nuestra historia y su prosecución bien podría considerarse como un hilo conductor de esa historia, dinámica, con sus avances y retrocesos.


En los albores del siglo XX, tanto el fascismo como el comunismo desembarcaron en estas latitudes, con sus estandartes donde podía leerse tentadora la idea: Si me entregas tu libertad, el “partido” verá por ti. Y no fueron pocos quienes, por diversas razones sucumbieron ante esta llamada autoritaria que prometía “liberaciones” a partir de la sumisión del individuo y su libertad a la voluntad colectiva que encarnaba en la dirigencia del partido.


Así la geografía del Hemisferio se fue cubriendo de camisas pardas, tanto como de banderas rojas, paradójicamente unidas frente a un enemigo común: el individuo y su pasión por la libertad; y en diversos momentos a lo largo de los años, pareció que podrían llegar a poner fin a la forma democrática de convivencia extendiendo en esta tierra el signo de las intolerancias y los dogmatismos.


Prácticamente no hubo un solo país del Hemisferio que se librara de derramar su cuota de sangre en esta lucha contra los autoritarismos. El fascismo (tanto en su variante Mussoliniana como en su versión nazi) sería el primero en desintegrarse al fin de la Segunda Guerra mundial, pero ya había dejado acá sus vástagos en las versiones telúricas de un militarismo iluminado y sui generis que no tardaría nada en devenir en un nacionalismo virulento, a veces xenófobo, a veces racista y exacerbado que se nutre inmediatamente de la necesidad de confrontar con el otro “ismo” que preconizaba la liberación frente a la “dependencia” a que nos condenaría elegir la libertad; en la que ambos extremos descreían furiosamente.


Fueron los años del estado gigante y el individuo pequeño, el estado que todo lo haría, que de todo habría de ocuparse, el estado cuyos presupuestos crecían geométricamente a la par de su ineficiencia, haciendo del cargo público una verdadera religión con millones de fieles. Fueron los años de los planes quinquenales, de las juventudes regimentadas y de la reflexión sospechada.


La democracia parecía en plena retirada y los modelos basados en la revolución cubana chocaban furiosamente con uniformadas Juntas Militares que decían defender el “estilo de vida Occidental y Cristiano” pero que lo hacían conculcando la libertad como primera medida.


La derrota Norteamericana en Vietnam, la llegada a la presidencia de Jimmy Carter, el triunfo Sandinista en Nicaragua y la guerra civil en el Salvador y Guatemala hicieron pensar que la mancha del socialismo autoritario no tardaría en extenderse imparable. Y curiosamente fue en el seno de la izquierda norteamericana donde anidaría la visión intelectualizada, nunca abiertamente explicitada, pero siempre latente, que América Latina en definitiva, no estaba lista para ser una democracia, por lo que un modelo de socialismo paternalista y benévolo sería el summun a que los indígenas podríamos aspirar, visión compartida por toda la socialdemocracia europea.


Se equivocaron, allí agazapada en los lugares más inesperados, estaba la semilla de la libertad y al derrumbarse el imperio socialista, comenzó a fructificar; así Cuba hoy no es modelo de nada y la Nicaragua Sandinista, otrora orgullo de los manipuladores sociales, se convirtió en una sombra de la que casi nadie se acuerda y a la que muy pocos desearían volver.



CAMBIA LA MAREA


El desprestigio universal en que han caído el marxismo y el socialismo, no impide que aún en algunos círculos se siga actuando como quien no sabe hacia que lado se derrumbó el muro de Berlín; ahora ideas recicladas basadas en un tipo de colectivismo, y en reediciones de planteos indigenistas (en el mejor estilo del “buen salvaje”) o en una vuelta al caudillo nacionalista autoritario y providencial conforman los riesgos más serios que afronta, en el plano político, nuestra región.


Por cierto que en otras regiones del planeta surgieron formas como las dictaduras fundamentalistas de las sociedades islámicas que pueden encarnar en países como Irán, Sudán, Libia o Afganistán; pero todos ellos, a mas de anacrónicos, difícilmente se conviertan en “modelos” de vida o de desarrollo integral del ser humano. Por el contrario son sociedades que corren vertiginosamente hacia el pasado.


La consolidación de las libertades en América Latina deberá apoyarse efectivamente en dos pilares básicos; la libertad política y la libertad económica; la primera viene de la mano con la democracia, la segunda con el mercado libre, pero en nuestra región el peso de la historia y la tradición autoritaria actúan como una lápida, y si bien la historia no es algo fatídico, hay tendencias que no serán fáciles de revertir.


Puede hoy hablarse de un consenso político regional (al menos teórico) en contra de las dictaduras y los gobiernos “a caballo” si bien ese consenso se hace más estrecho cuando se pasa a discutir la cuestión de alcances y límites de las políticas de mercado.


Sucede que no todos los países avanzan con similar paso; para muchos las palabras privatización, libertad de precios, apertura de mercado, control del gasto público o reducción del Estado, son conceptos que deben ser aplicados en forma muy cautelosa; no ya por temor a quienes predican lo opuesto, sino por la necesaria cuota de realismo que lleva a considerar detenidamente las situaciones nacionales para medir tan precisamente como sea posible que es lo recomendable en cada caso concreto.



UNA CULTURA DEMOCRATICA


La libertad no admite triunfalismos ni dogmatismos, la doctrina de la libertad comienza por mantenerse bien alejada de todo dogmatismo y comprende que no tiene la respuesta prefabricada para todos y cada uno de los problemas económico-sociales. También es necesario aceptar, que si bien los progresos realizados en la última década son significativos, no garantizan su supervivencia, sino en la medida en que se hagan palpables para la mayoría de nuestros pueblos.


Es acá donde se evidencia la necesidad de crear una “cultura democrática” que cubra el espectro que va desde lo filosófico-conceptual hasta las cosas cotidianas; la idea, el intangible concepto de libertad y democracia se muere pronto si la mayoría de la población no percibe que esto tiene una influencia benéfica en su vida diaria. O peor aún, si la libertad y la democracia son percibidas como un beneficio que en realidad, solamente pueden disfrutar los que más poseen y que en definitiva no es sino otra forma de “gatopardismo” para preservar el status-quo.

¿Cuáles son las claves por las que la cultura de la democracia encarna tan difícilmente en los núcleos mayoritarios de la población?
La primera y más importante es la existencia de una visión paternalista del individuo, según la cual debe haber siempre una superestructura (se llame un grupo social de pertenencia, un partido político, un líder carismático) que va a decirle qué es lo que debe hacer, qué debe desear, qué soñar, en suma, le convierte en parte de una entidad amorfa e innominada; somos “los humildes”; los “sin techo”; los “inundados”; los “parados”; carecemos de nombre y apellido, sólo soñamos en forma vicaria por medio de la televisión y la posibilidad de un futuro individual merced al esfuerzo nos es ajena.

Claro que la aceptación pasiva de este status tiene la ventaja de permitir que nos descarguemos de la responsabilidad individual, nos brinda un acogedor cobijo en el “yo nada puedo hacer”, “hay que esperar” y nos lleva a poner los ojos en la aparición del líder providencial que todo lo arreglará, y una vez arreglado depositará un futuro brillante (que siempre es futuro) a mi puerta para que le tome y le disfrute.

En la supervivencia de estas visiones perversas tiene mucho que ver buena parte de la clase política tradicional que con las herramientas que provee la corrupción y el clientelismo encuentran formas de perpetuarse en el abuso del poder, al tiempo que se auto-erigen en la más negra de las pesadillas del ciudadano común cuando pasan a convertirse en “funcionarios”.

Especie de semi-dioses del subdesarrollo y la burocracia, detentadores del “sello” que abre o cierra la puerta a nuestros deseos, el funcionario se escuda en el anonimato burocrático que le hace ininputable e irresponsable y clama sumisión y dádivas para hacer lo que es su trabajo y por el que se le paga.

La segunda clave está en la importancia real que los gobiernos democráticos le otorgan a la educación, y no desde una perspectiva teórica, sino desde los fríos números del presupuesto, de los salarios que se asignan a quienes enseñan, de la infraestructura disponible y de la adecuación de los contenidos, no solamente a las exigencias del futuro, sino a la promoción de las libertades del ciudadano y de sus responsabilidades como guardián de esos que son sus derechos.

Este aspecto del problema nos retrotrae nuevamente a la “cultura democrática” y su reflejo en la vida diaria y a la percepción de la dupla libertad-democracia como la llave que abre la puerta a posibilidades nuevas. En tal sentido, si la percepción general es que una educación de calidad en un sistema democrático está sólo reservada a quienes pueden pagarla, estaremos cercenando la raíz más importante de la que se nutre la cultura democrática, la educación. No como igualadora artificial, sino como aquello que nos da las “herramientas” de conocimiento para que el individuo pueda desarrollar sus capacidades.


Finalmente un tercer elemento que no puede soslayarse y que ya fue insinuado: el clientelismo, como antítesis de la cultura política de la libertad. En la medida en que el clientelismo se establece como patrón de funcionamiento del sistema el individuo ve reducirse substantivamente su margen para ejercer un control efectivo sobre los actores políticos y pasa a ser parte de un engranaje basado en la complicidad mutua entre el caudillo y su clientela.



LAS DIFICULTADES NO SON POCAS


La democracia política, social y económica en América Latina es hoy formal que no real, más teórica que efectiva, y las instituciones democráticas son aún muy débiles y vulnerables.


Hay casos paradigmáticos como pueden ser los Parlamentos, el sistema judicial y las instituciones policiales. Sólo por citar unos pocos ejemplos, en Colombia, las estadísticas más conservadoras hablan de no menos del 60% del Parlamento recibiendo “contribuciones” del narcotráfico; en Argentina el escándalo de un Senado que supuestamente cobraba un “canon” para aprobar los proyectos del ejecutivo, costó la renuncia del Vicepresidente de la nación, o en Perú, donde en los últimos meses, no sólo vimos por televisión a un parlamentario recibiendo una dádiva del ejecutivo, sino que más de 11 legisladores electos por la oposición habían preferido convertirse al partido del triunfante Fujimori para, en los últimos 15 días “ver la luz” nuevamente y re-convertirse en opositores.


El país que más alta inversión (con respecto a su PBI) realiza en la justicia es Colombia; y paradojalmente es Colombia quien ostenta el dudoso galardón de tener la justicia más ineficiente del Continente, con un índice de condenas que no supera el 3% y la tasa de secuestros extorsivos mas elevada del mundo.


La justicia eficaz, rápida, independiente y al alcance de todos es una condición imprescindible para que los mercados puedan funcionar como tales, es allí donde el individuo palpa sus derechos como ciudadano y percibe en el concreto si la vida en democracia es algo mas que un rótulo teórico.

Es al amparo de la debilidad de las instituciones democráticas que la figura del caudillo, del líder, del hombre providencial se mantiene con vida en la imaginación popular llegando a la paradoja de ser mediante los mecanismos democráticos que el caudillo logra hoy llegar al poder justamente para volver al pasado autoritario. La génesis de este proceso no es compleja de hacer cuando se mira hacia años de corrupción e ineficiencia, donde los partidos políticos asaltados por una especie de autismo terminan representándose a sí mismos y a las elites que les manejan, mientras que el “hombre a caballo” sale a hablar con la gente, sin intermediarios, les propone un pacto personal, les pide una delegación directa y les dice lo que desean escuchar: Soy el hombre que va a terminar con la corrupción y enviar a su casa a los políticos ineptos... y saben qué... funciona.

¿Por qué? Porque las dos palabras que mas se escuchan desde México hasta Tierra del Fuego son: Corrupción e Inseguridad. Y esto nos lleva a dejar planteado otro interrogante, cuál es, hasta qué punto es el Estado en este Hemisferio capaz de garantizar en la práctica el ejercicio de las libertades por parte del ciudadano; porque si bien todas las constituciones nacionales son jurídicamente “garantistas”, en términos teóricos es, como ya señalamos, el ejercicio práctico de la libertad donde tenemos serios problemas.



¿CUÁLES SON LAS PERSPECTIVAS?


¿Hay futuro para la libertad en Hispanoamérica? La respuesta desafortunadamente no puede ser ni clara ni simple; no es el rotundo sí que desearíamos, es mas bien un ...tal vez... cargado de condiciones y presagios.


Sucede que un paneo sobre la realidad de nuestros países deja ver rayos de sol mezclados con densos nubarrones. La “ciudadanización” del individuo no es un proceso ni rápido ni fácil y requiere de una previa determinación política, las mas de las veces costosa de obtener sino se rompe en algún punto el ciclo del clientelismo.


Grandes sectores de nuestra población, no ven sino con completa indiferencia la lucha por la libertad, comprensible en la medida en que no les parece que esta afecte sus vidas en forma positiva. Tal es el caso de Venezuela, donde la conjunción de cansancio moral, ineptitud y corrupción hacen emerger un caudillo llegado merced al voto popular, que instaura un personalismo, por ahora democrático, pero que conlleva los peores efectos del paternalismo y en nada sirve para la institucionalización democrática.


O miremos a Colombia, un Presidente impecablemente electo; una de las elites mas endogámicas y cerradas del hemisferio, una guerra de cuarenta años, y un Estado impotente que no controla ni siquiera la totalidad de su geografía. En este contexto, libertad no es mas que una palabra hueca, para quienes carecen de caminos, luz, agua corriente o gas.


Qué decir del Perú o de Argentina, con su escándalo de cada día, una sociedad cortada horizontalmente con un segmento de la población viviendo en el siglo XXI y la “escuela rancho” a la vuelta de la esquina. Cómo obviar los tremendos contrastes y desigualdades de Brasil.

Las amenazas a la libertad están ahí, y parecen provenir de dos sectores bien diversos. En primer término del propio liberalismo, cuando se convierte en abanderado de un capitalismo sin control, hablando de pautas de mercado en lugares que sobreviven merced a una economía de trueque; o bien cuando un Estado lleva adelante una política de privatizaciones corruptas, donde la clase política se enriquece a cambio de dar a la empresa privada manos libres para expoliar a un mercado cautivo. Finalmente las amenazas llegan también de lo que yo denomino un “liberalismo abstracto” que deviene dogmático, sin contacto con la realidad, sino a través de cifras, y que comienza a repetir lo que durante años criticó: Recetas iguales para realidades diferentes (buena parte de la crisis del Fondo Monetario Internacional se debe a esto) y que en vez de centrar sus políticas en el crecimiento del mercado con integración social, aumenta lo que hoy se denomina “exclusión social” con lo que las posibilidades de violencias crecen exponencialmente.

Al otro gran sector lo englobo bajo la frase: “los guerreros contra la globalización” expresión que reúne a marxistas desencantados, extremistas racistas, cultores de diversas supremacías, hasta socialistas autoritarios y nacionalistas xenófobos. Obviamente de tal mezcla no puede esperarse una crítica coherente y articulada, mucho menos soluciones; es más bien un movimiento visceral folklórico, que conjuga la diatriba contra la empresa transnacional con la preocupación ecológica y un difuso indigenismo pero que sin embargo se comunica por Internet.


Si estas tendencias capturan la adhesión de las mayorías, la libertad volverá a hibernar, si por el contrario se progresa en la ciudadanización del individuo, en el desarrollo de su autoestima y la fe en sí mismo como hacedor activo de su futuro, el árbol de la libertad tiene posibilidades de consolidar sus raíces y crecer.
Por Julio Cirino en http://www.ilustracionliberal.com/8/un-viaje-imaginario-por-la-dificil-geografia-de-la-libertad-julio-cirino.html 

domingo, 6 de junio de 2010

Nuestro Futuro Común

En Octubre de 1984 se reunió por primera vez la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo (World Commission on Environmentand Development) atendiendo un urgente llamado formulado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el sentido de establecer una agenda globalpara el cambio (A global agenda for change). La Comisión partióde la convicción de que es posible para la humanidad construir unfuturo más próspero, más justo y más seguro.

Con ese enfoque optimista publicó en abril de 1987 su informe denominado "Nuestro Futuro Común" (Our Common Future).El informe plantea la posibilidad de obtener un crecimiento económico basado en políticas de sostenibilidad y expansión de la basede recursos ambientales. Su esperanza de un futuro mejor, es sin embargo, condicional. Depende de acciones políticas decididas que permitandesde ya el adecuado manejo de los recursos ambientales para garantizarel progreso humano sostenible y la supervivencia del hombre en el planeta. En palabras de la misma Comisión, el informe no pretende ser una predicción futurista sino un llamado urgente en el sentido de que ha llegado el momento de adoptar las decisiones que permitan asegurar los recursos para sostener a ésta generación y a las siguientes.Cuando se conformó la Comisión en 1983 como un cuerpo independiente de los Gobiernos y del sistema mismo de las Naciones Unidas, era ya unánime la convicción de que resultaba imposible separar los temas del desarrollo y el medio ambiente.

Tres fueron los mandatos u objetivos impuestos a la Comisión:

1. Examinar los temas críticos de desarrollo y medio ambiente y formularpropuestas realistas al respecto.

2. Proponer nuevas formas de cooperación internacional capaces deinfluir en la formulación de las políticas sobre temas de desarrollo y medio ambiente con el fin de obtener los cambios requeridos.
 
3. Promover los niveles de comprensión y compromiso de individuos,organizaciones, empresas, isntitutos y gobiernos. 

Observó la Comisión que muchos ejemplos de "desarrollo"conducían a aumentos en términos de pobreza, vulnerabilidade incluso degradación del ambiente. Por eso surgió como necesidad apremiante un nuevo concepto de desarrollo, un desarrollo protector del progreso humano hacia el futuro, el "desarrollo sostenible".

Muchas acciones actuales supuestamente orientadas hacia el progresoresultan sencillamente insostenibles, implican una carga demasiado pesadasobre los ya escazos recursos naturales. Puede que esas acciones reflejenutilidades en las hojas de balance de nuestra generación, pero implican que nuestros hijos heredarán pérdidas. Se trata de pedirle prestados recursos a las siguientes generaciones a sabiendas de que no seles podrá pagar la deuda.

Por eso la Comisión planteó que la humanidad tiene lacapacidad para lograr un "desarrollo sostenible", al que definiócomo aquel que garantiza las necesidades del presente sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades.El concepto de desarrollo sostenible implica limitaciones. Considera la Comisión que los niveles actuales de pobreza no son inevitables.Y que el desarrollo sostenible exige precisamente comenzar por distribuir los recursos de manera más equitativa en favor de quienes más los necesitan. Esa equidad requiere del apoyo de los sistemas políticos que garanticen una más efectiva participación ciudadana enlos procesos de decisión, es decir, más democracia a nivelesnacional e internacional. En últimas el desarrollo sostenible dependede la voluntad política de cambiar.

La Comisión centró su atención en los siguientes temas: 

• Población y recursos humanos: La población mundial sigue creciendo a un ritmo muy acelerado, especialmente si ese incremento se compara con los recursos disponibles en materia de vivienda, alimentación,energía y salud. 

Dos propuestas se formulan al respecto:
-reducir los niveles de pobreza
-mejorar el nivel de la educación

• Alimentación: El mundo ha logrado volúmenes increiblesde producción de alimentos. Sin embargo esos alimentos no siempre se encuentran en los lugares en los que más se necesitan.
 
• Especies y ecosistemas: recursos para el desarrollo. Muchas especiesdel planeta se encuentran en peligro, están desapareciendo. Este problema debe pasar a convertirse en preocupación política prioritaria.

• Energía: se sabe que la demanda de energía se encuentraen rápido aumento, si la satisfacción de la misma se basaraen el consumo de recursos no renovables el ecosistema no sería capaz de resistirlo. Los problemas de calentamiento y acidificación serían intolerables. Por eso son urgentes las medidas que permitan hacer un mejor uso de la energía. La estructura energética del siglo veintiuno debe basarse en fuentes renovables.

• Industria: El mundo producía ya en 1987 siete veces másproductos de los que fabricaba en 1950. Los países industrializados han podido comprobar que su tecnología antipolución ha sido efectiva desde el punto de vista de costos en términos de salud, propiedad y prevención de daño ambiental y que sus mismas industrias se han vuelto más rentables al realizar un mejor manejode sus recursos.
 
• El reto urbano: Al comienzo del nuevo siglo practicamente la mitad de la humanidad habitará en centros urbanos. Sin embargo pocos gobiernosde ciudades tercer mundistas cuentan con los recursos, el poder y el personal para suministrarle a sus poblaciones en crecimiento la tierra, los servicios y la infraestructura necesarios para una adecuada forma de vida: agua limpia, sanidad, colegios y transporte. El adecuado manejo administrativo de las ciudades exige la descentralización, de fondos, de poder político y de personal, hacia las autoridades locales.
 
El concepto tradicional de soberanía presenta varios problemas cuando se buscan alternativas de adminitración de los bienes globaleso comunes ("global commons") y sus ecosistemas : los oceanos,el espacio, Antartica. Se han dado intentos como La Conferencia de las NacionesUnidas sobre Las Leyes del mar, al igual que el Tratado de la Antárticade 1959.

El informe exhorta a los Gobiernos a asegurar que sus agencias y divisiones actúen con responsabilidad en el sentido de apoyar un desarrolloque sea sostenible económica y ecológicamente. Deben fortalecer también las funciones de sus entidades encargadas del control ambiental. Finalmente el informe realiza un llamado a la acción. Recuerda que al comenzar el siglo veinte ni la población ni la tecnología humana tenían la capacidad de alterar los sistemas planetarios. 

Ya comenzado el siglo XXI si tienen ese poder y más aún muchos cambios no deseados se han ya producido en la atmósfera, el suelo, el agua, las plantas, los animales y en las relaciones entre éstos. Ha llegado pues el momento de romper lo patrones del pasado. Los intentos por mantenerla estabilidad social y ecológica a través de esquemas anticuados de desarrollo y protección ambiental aumentarán la inestabilidad. La seguridad debe buscarse a través del cambio. La Comisión se dirige antes que nada a las personas de todos los países y de todas las condiciones.

Los cambios en las actitudes humanas que reclama dependen de vastas campañas de educación, debate, y participaciónpública. Esta campaña debe empezar ya si pretende lograrse el progreso humano sostenible. 

Hoy cuando pasaron casi treinta años de la presentación del Informe de la Comisión debemos aumentar la conciencia de la importancia del desarrollo sostenible, cambiando nuestras actitudes de vida y convirtiéndose,cada uno de nosotros en un agente defensor del desarrollo sostenible.
Luis Enrique Cuervo

miércoles, 5 de mayo de 2010

El Credo Liberal

Discurso pronunciado por Carlos Alberto Montaner en la apertura de la Universidad El Cato-Franciso Marroquín en Ciudad de Guatemala el 26 de enero de 2009.*

El liberalismo parte de una hipótesis filosófica, casi religiosa, que postula la existencia de derechos naturales que no se pueden conculcar porque no se deben al Estado ni a la magnanimidad de los gobiernos sino a la condición especial de los seres humanos. Esa es la piedra angular sobre la que descansa todo el edificio teórico, y se le atribuye a los estoicos y al fundador de esa escuela, Zenón de Citia, quien defendió que los derechos no provenían de la fratría a la que se pertenecía o de la ciudad en la que se había nacido, sino del carácter racional y diferente a las demás criaturas que poseen las personas.

Antes de definir qué es el liberalismo, qué es ser liberal, y cuáles son los fundamentos básicos en los que coinciden los liberales, es conveniente advertir que no estamos ante un dogma sagrado, sino frente a varias creencias básicas deducidas de la experiencia y no de hipótesis abstractas, como ocurría, por ejemplo, con el marxismo.

Esto es importante establecerlo ab initio, porque se debe rechazar la errada suposición de que el liberalismo es una ideología. Una ideología es siempre una concepción del acontecer humano −de su historia, de su forma de realizar las transacciones, de la manera en que deberían hacerse−, concepción que parte del rígido criterio de que el ideólogo conoce de dónde viene la humanidad, por qué se desplaza en esa dirección y hacia dónde debe ir. De ahí que toda ideología, por definición, sea un tratado de «ingeniería social», y cada ideólogo sea, a su vez, un «ingeniero social». Alguien consagrado a la siempre peligrosa tarea de crear «hombres nuevos», personas no contaminadas por las huellas del antiguo régimen. Alguien dedicado a guiar a la tribu hacia una tierra prometida cuya ubicación le ha sido revelada por los escritos sagrados de ciertos «pensadores de lámpara», como les llamara José Martí a esos filósofos de laboratorio en permanente desencuentro con la vida. Sólo que esa actitud, a la que no sería descaminado calificar como moisenismo, lamentablemente suele dar lugar a grandes catástrofes, y en ella está, como señalara Popper, el origen del totalitarismo. Cuando alguien disiente, o cuando alguien trata de escapar del luminoso y fantástico proyecto diseñado por el «ingeniero social», es el momento de apelar a los paredones, a los calabozos, y al ocultamiento sistemático de la verdad. Lo importante es que los libros sagrados, como sucedía dentro del método escolástico, nunca resulten desmentidos.

Un liberal, en cambio, lejos de partir de libros sagrados para reformar a la especie humana y conducirla al paraíso terrenal, se limita a extraer consecuencias de lo que observa en la sociedad, y luego propone instituciones que probablemente contribuyan a alentar la ocurrencia de ciertos comportamientos benéficos para la mayoría. Un liberal tiene que someter su conducta a la tolerancia de los demás criterios y debe estar siempre dispuesto a convivir con lo que no le gusta. Un liberal no sabe hacia dónde marcha la humanidad y no se propone, por lo tanto, guiarla a sitio alguno. Ese destino tendrá que forjarlo libremente cada generación de acuerdo con lo que en cada momento le parezca conveniente hacer.

Al margen de las advertencias y actitudes anteriormente consignadas, una definición de los rasgos que perfilan la cosmovisión liberal debe comenzar por una referencia al constitucionalismo. En efecto, John Locke, a quien pudiéramos calificar como «padre del liberalismo político», tras contemplar los desastres de Inglaterra a fines del siglo XVII, cuando la autoridad real británica absoluta entró en su crisis definitiva, dedujo que, para evitar las guerras civiles, la dictadura de los tiranos, o los excesos de la soberanía popular, era conveniente fragmentar la autoridad en diversos «poderes», además de depositar la legitimidad de gobernantes y gobernados en un texto constitucional que salvaguardara los derechos inalienables de las personas, dando lugar a lo que luego se llamaría un Estado de Derecho. Es decir, una sociedad racionalmente organizada, que dirime pacíficamente sus conflictos mediante leyes imparciales que en ningún caso pueden conculcar los derechos fundamentales de los individuos. Y no andaba descaminado el padre Locke: la experiencia ha demostrado que las veinticinco sociedades más prósperas y felices del planeta son, precisamente, aquellas que han conseguido congregarse en torno a constituciones que presiden todos los actos de la comunidad y garantizan la transmisión organizada y legítima de la autoridad mediante consultas democráticas.

Otro liberal inglés, Adam Smith, un siglo más tarde, siguió el mismo camino deductivo para inferir su predilección por el mercado. ¿Cómo era posible, sin que nadie lo coordinara, que las panaderías de Londres −entonces el 80% del gasto familiar se dedicaba a pan− supiesen cuánto pan producir, de manera que no se horneara ni más ni menos harina de trigo que la necesaria para no perder ventas o para no llenar los anaqueles de inservible pan viejo? ¿Cómo se establecían precios más o menos uniformes para tan necesario alimento sin la mediación de la autoridad? ¿Por qué los panaderos, en defensa de sus intereses egoístas, no subían el precio del pan ilimitadamente y se aprovechaban de la perentoria necesidad de alimentarse que tenía la clientela?

Todo eso lo explicaba el mercado. El mercado era un sistema autónomo de producir bienes y servicios, no controlado por nadie, que generaba un orden económico espontáneo, impulsado por la búsqueda del beneficio personal, pero autorregulado por un cierto equilibrio natural provocado por las relaciones de conveniencia surgidas de las transacciones entre la oferta y la demanda. Los precios, a su vez, constituían un modo de información. Los precios no eran «justos» o «injustos», simplemente, eran el lenguaje con que funcionaba ese delicado sistema, múltiple y mutante, con arreglo a los imponderables deseos, necesidades e informaciones que mutua e incesantemente se transmitían los consumidores y productores. Ahí radicaba el secreto y la fuerza de la economía capitalista: en el mercado. Y mientras menos interfirieran en él los poderes públicos, mejor funcionaría, puesto que cada interferencia, cada manipulación de los precios, creaba una distorsión, por pequeña que fuera, que afectaba a todos los aspectos de la economía.

Otro de los principios básicos que aúnan a los liberales es el respeto por la propiedad privada. Actitud que no se deriva de una concepción dogmática contraria a la solidaridad −como suelen afirmar los adversarios del liberalismo−, sino de otra observación extraída de la realidad y de disquisiciones asentadas en la ética: al margen de la manifiesta superioridad para producir bienes y servicios que se da en el capitalismo cuando se le contrasta con el socialismo, donde no hay propiedad privada no existen las libertades individuales, pues todos estamos en manos de un Estado que nos dispensa y administra arbitrariamente los medios para que subsistamos (o perezcamos). El derecho a la propiedad privada, por otra parte, como no se cansó de escribir Murray N. Rothbard −siguiendo de cerca el pensamiento de Locke−, se apoyaba en un fundamento moral incontestable: si todo hombre, por el hecho de serlo, nacía libre, y si era libre y dueño de su persona para hacer con su vida lo que deseara, la riqueza que creara con su trabajo le pertenecía a él y a ningún otro.

¿En qué más creen los liberales? Obviamente, en el valor básico que le da nombre y sentido al grupo: la libertad individual. Libertad que se puede definir como un modo de relación con los demás en el que la persona puede tomar la mayor parte de las decisiones que afectan su vida dentro de las limitaciones que dicta la realidad. Le toca a ella decidir las creencias que asume o rechaza, el lugar en el que quiere vivir, el trabajo o la profesión que desea ejercer, el círculo de sus amistades y afectos, los bienes que adquiere o que enajena, el «estilo» que desea darle a su vida y –por supuesto− la participación directa o indirecta en el manejo de eso a lo que se llama «la cosa pública».

Esa libertad individual está −claro− indisolublemente ligada a la responsabilidad individual. Un buen liberal sabe exigir sus derechos, pero no rehúye sus deberes, pues admite que se trata de las dos caras de la misma moneda. Los asume plenamente, pues entiende que sólo pueden ser libres las sociedades que saben ser responsables, convicción que debe ir mucho más allá de una hermosa petición de principios.

¿Qué otros elementos liberales, realmente fundamentales, habría que añadir a este breve inventario? Pocas cosas, pero acaso muy relevantes: un buen liberal tendrá perfectamente clara cuál debe ser su relación con el poder. Es él, como ciudadano, quien manda, y es el gobierno quien obedece. Es él quien vigila, y es el gobierno quien resulta vigilado. Los funcionarios, electos o designados −da exactamente igual−, se pagan con el erario público, lo que automáticamente los convierte –o los debiera convertir– en servidores públicos sujetos al implacable escrutinio de los medios de comunicación, y a la auditoría constante de las instituciones pertinentes.

Por último: la experiencia demuestra que es mejor fragmentar la autoridad, para que quienes tomen decisiones que afecten a la comunidad estén más cerca de los que se vean afectados por esas acciones. Esa proximidad suele traducirse en mejores formas de gobierno. De ahí la predilección liberal por el parlamentarismo, el federalismo o la representación proporcional, y de ahí el peso decisivo que el liberal defiende para las ciudades o municipios. De lo que se trata es de que los poderes públicos no sean más que los necesarios, y que la rendición de cuentas sea mucho más sencilla y transparente.

¿Qué creen, en suma, los liberales? Vale la pena concretarlo ahora de manera sintética. Los liberales sostenemos ocho creencias fundamentales extraídas, insisto, de la experiencia, y todas ellas pueden recitarse casi con la cadencia de una oración laica:

Creemos en la libertad y la responsabilidad individuales como valores supremos de la comunidad.

Creemos en la importancia de la tolerancia y en la aceptación de las diferencias y la pluralidad como virtudes esenciales para preservar la convivencia pacífica.

Creemos en la existencia de la propiedad privada, y en una legislación que la ampare, para que ambas −libertad y responsabilidad− puedan ser realmente ejercidas.

Creemos en la convivencia dentro de un Estado de Derecho regido por una Constitución que salvaguarde los derechos inalienables de la persona y en la que las leyes sean neutrales y universales para fomentar la meritocracia y que nadie tenga privilegios.

Creemos en que el mercado −un mercado abierto a la competencia y sin controles de precios− es la forma más eficaz de realizar las transacciones económicas y de asignar recursos. Al menos, mucho más eficaz y moralmente justa que la arbitraria designación de ganadores y perdedores que se da en las sociedades colectivistas diseñadas por “ingenieros sociales” y dirigidas por comisarios.

Creemos en la supremacía de una sociedad civil formada por ciudadanos, no por súbditos, que voluntaria y libremente segrega cierto tipo de Estado para su disfrute y beneficio, y no al revés.

Creemos en la democracia representativa como método para la toma de decisiones colectivas, con garantías de que los derechos de la minorías no puedan ser atropellados.

Creemos en que el gobierno −mientras menos, mejor−, siempre compuesto por servidores públicos, totalmente obediente a las leyes, debe rendir cuentas con arreglo a la ley y estar sujeto a la inspección constante de los ciudadanos.

Quien suscriba estos ocho criterios es un liberal. Se puede ser un convencido militante de la Escuela austriaca fundada por Carl Menger; se puede ser ilusionadamente monetarista, como Milton Friedman, o institucionalista, como Ronald Coase y Douglass North; se puede ser culturalista, como Gary Becker y Larry Harrison; se puede creer en la conveniencia de suprimir los «bancos de emisión», como Hayek, o predicar la vuelta al patrón oro, como prescribía Mises; se puede pensar, como los peruanos Enrique Ghersi o Álvaro Vargas Llosa, neorrusonianos sin advertirlo, en que cualquier forma de instrucción pública pudiera llegar a ser contraria a los intereses de los individuos; o se puede poner el acento en la labor fiscalizadora de la «acción pública», como han hecho James Buchanan y sus discípulos, pero esas escuelas y criterios sólo constituyen los matices y las opiniones de un permanente debate que existe en el seno del liberalismo, no la sustancia de un pensamiento liberal muy rico, complejo y variado, con varios siglos de existencia constantemente enriquecida, ideario que se fundamenta en la ética, la filosofía, el derecho y −naturalmente− en la economía. Lo básico, lo que define y unifica a los liberales, más allá de las enjundiosas polémicas que pueden contemplarse o escucharse en diversas escuelas, seminarios o ilustres cenáculos del prestigio de la Sociedad Mont Pélerin, son esas ocho creencias antes consignadas. Ahí está la clave.
 Discurso pronunciado por Carlos Alberto Montaner en la apertura de la Universidad El Cato-Franciso Marroquín en Ciudad de Guatemala el 26 de enero de 2009.*

jueves, 29 de abril de 2010

La máquina de matar: El Che Guevara, de agitador comunista a marca capitalista

El Che Guevara, quien hizo tanto (¿o tan poco?) por destruir al capitalismo, es en la actualidad la quintaesencia de una marca capitalista. Su semblante adorna jarros de café, caperuzas, encendedores, llaveros, billeteras, gorras de béisbol, tocados, bandadas, musculosas, camisetas deportivas, carteras finas, jeans de denim, té de hierbas, y por supuesto esas omnipresentes remeras con la fotografía, tomada por Alberto Korda, del galán socialista luciendo su boina durante los primeros años de la revolución, en el instante en que el Che de casualidad se introdujo en el visor del fotógrafo—y en la imagen que, treinta y ocho años después de su muerte, constituye aún el logotipo del revolucionario (¿o del capitalista?) “chic”. Sean O''Hagan sostuvo en The Observer que existe incluso un jabón en polvo con el eslogan "El Che lava más blanco."

Los productos del Che son comercializados por grandes corporaciones y por pequeñas empresas, tales como la Burlington Coat Factory, la cual difundió un comercial televisivo presentando a un joven en pantalones de fajina luciendo una remera del Che, o la Flamingo''s Boutique en Union City, Nueva Jersey, cuyo propietario respondió a la furia de los exiliados cubanos locales con este argumento devastador: "Yo vendo lo que la gente desea comprar." Los revolucionarios también se unieron a este frenesí de productos—desde "The Che Store", que vende provisiones, hasta el sitio que atiende "todas sus necesidades revolucionarias" en Internet, y el escritor italiano Gianni Minà, quien le vendió a Robert Redford los derechos cinematográficos del diario del Che sobre su juvenil viaje alrededor de América del Sur en el año 1952 a cambio de poder acceder al rodaje del film Diarios de Motocicleta y de que Minà pudiese producir su propio documental. Para no mencionar a Alberto Granado, quien acompañó al Che en su viaje de juventud y ahora asesora documentalistas, y que se quejaba hace poco en Madrid, según el diario El País, ante un Rioja y un magret de pato, de que el embargo estadounidense contra Cuba le dificulta el cobro de las regalías. Para llevar a la ironía más lejos: el edificio en el cual nació Guevara en la ciudad de Rosario, Argentina, un espléndido inmueble de comienzos del siglo veinte sito en la esquina de las calles Urquiza y Entre Ríos, se encontraba hasta hace poco ocupado por la administradora de fondos de jubilaciones y pensiones privada Máxima AFJP, una hija de la privatización de la seguridad social argentina en la década de 1990.

La metamorfosis del Che Guevara en una marca capitalista no es nueva, pero la marca viene experimentando un renacimiento—un renacimiento especialmente destacable, dado que el mismo tiene lugar años después del colapso político e ideológico de todo lo que Guevara representaba. Esta suerte inesperada se debe sustancialmente a Diarios de Motocicleta, la película producida por Robert Redford y dirigida por Walter Salles. (Es una de las tres películas más importantes sobre el Che ya realizadas o actualmente en rodaje en los últimos dos años; las otras dos han sido dirigidas por Josh Evans y Steven Soderbergh.) Hermosamente rodada en paisajes que claramente han eludido los efectos erosivos de la polución capitalista, el film exhibe al joven en un viaje de auto-descubrimiento a medida que su conciencia social en ciernes tropieza con la explotación social y económica, lo que va preparando el terreno para la reinvención del hombre a quien Sartre llamara alguna vez el ser humano más completo de nuestra era.

Pero para ser más preciso, el actual renacimiento del Che se inició en 1997, en el trigésimo aniversario de su muerte, cuando cinco biografías abrumaron las librerías y sus restos fueron descubiertos cerca de una pista de aterrizaje en el aeropuerto de Vallegrande, en Bolivia, después de que un general boliviano retirado, en una revelación espectacularmente oportuna, indicara la ubicación exacta. El aniversario volvió a centrar la atención en la famosa fotografía de Freddy Alborta del cadáver del Che tendido sobre una mesa, escorzado, muerto y romántico, luciendo como Cristo en un cuadro de Mantegna.

Es usual que los seguidores de un culto no conozcan la verdadera historia de su héroe. (Muchos rastafaris renunciarían a Haile Selassie si tuviesen alguna idea de quien fue en realidad.) No sorprende que los seguidores contemporáneos de Guevara, sus nuevos admiradores post-comunistas, también se engañen a sí mismos al aferrarse a un mito—excepto los jóvenes argentinos que corean una expresión de rima perfecta: "Tengo una remera del Che y no sé por qué."

Considérese a algunos de los individuos que recientemente han blandido o invocado el retrato de Guevara como un emblema de justicia y rebelión contra el abuso de poder. En el Líbano, unos manifestantes que protestaban en contra de Siria ante la tumba del ex primer ministro Rafiq Hariri portaban la imagen del Che. Thierry Henry, un jugador de fútbol francés que juega para el Arsenal, en Inglaterra, se apareció en una importante velada de gala organizada por la FIFA, el organismo del fútbol mundial, vistiendo una remera roja y negra del Che. En una reciente reseña publicada en The New York Times sobre Land of the Dead de George A. Romero, Manohla Dargis destacaba que "el mayor impacto aquí puede ser el de la transformación de un zombi negro en un virtuoso líder revolucionario," y agregó: "Creo que el Che en verdad vive, después de todo."

El héroe del fútbol Maradona ostentó el emblemático tatuaje del Che en su brazo derecho durante un viaje en el que se reunió con Hugo Chávez en Venezuela. En Stavropol, al sur de Rusia, unos manifestantes que reclamaban los pagos en efectivo de los beneficios del bienestar social tomaron la plaza central con banderas del Che. En San Francisco, City Lights Books, el legendario hogar de la literatura beat, invita a los visitantes a una sección dedicada a América Latina en la cual la mitad de los estantes se encuentra ocupada por libros del Che. José Luis Montoya, un oficial de policía mexicano que combate el crimen relacionado con las drogas en Mexicali luce una vincha del Che porque ella lo hace sentirse más fuerte. En el campo de refugiados de Dheisheh, en la margen occidental del río Jordán, los afiches del Che adornan un muro que le rinde tributo a la Intifada. Una revista dominical dedicada a la vida social en Sydney, Australia, enumera a los tres invitados ideales en una cena: Alvar Aalto, Richard Branson, y el Che Guevara. Leung Kwok-hung, el rebelde elegido a la junta legislativa de Hong Kong, desafía a Beijing al vestir una remera del Che. En Brasil, Frei Betto, consejero del Presidente Lula da Silva y encargado del programa de alto perfil "Hambre Cero," afirma que "deberíamos prestarle menos atención a Trotsky y mucha más al Che Guevara." Y lo más estupendo de todo, en la ceremonia de este año de los Premios de la Academia, Carlos Santana y Antonio Banderas interpretaron la canción principal del film Diarios de Motocicleta: Santana se presentó luciendo una remera del Che y un crucifijo. Las manifestaciones del nuevo culto del Che están por todas partes. Una vez más el mito está apasionando a individuos cuyas causas en su mayor parte representan exactamente lo opuesto de lo que era Guevara.

Ningún hombre carece de algunas cualidades atenuantes. En el caso del Che Guevara, esas cualidades pueden ayudarnos a medir el abismo que separa a la realidad del mito. Su honestidad (quiero decir: honestidad parcial) significa que dejó testimonio escrito de sus crueldades, incluido lo muy malo, aunque no lo peor. Su coraje—que Castro describió como "su manera, en los momentos difíciles y peligrosos, de hacer las cosas más difíciles y peligrosas"—significa que no vivió para asumir la plena responsabilidad por el infierno de Cuba. El mito puede decir tanto acerca de una época como la verdad. Y es así que gracias a los propios testimonios que el Che brinda de sus pensamientos y de sus actos, y gracias también a su prematura desaparición, podemos saber exactamente cuan engañados están muchos de nuestros contemporáneos respecto de muchas cosas.

Guevara puede haberse enamorado de su propia muerte, pero estaba mucho más enamorado de la muerte ajena. En abril de 1967, hablando por experiencia, resumió su idea homicida de la justicia en su "Mensaje a la Tricontinental": “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. Sus primeros escritos se encuentran también sazonados con esta violencia retórica e ideológica. A pesar de que su ex novia Chichina Ferreyra duda de que la versión original de los diarios de su viaje en motocicleta contenga la observación de "siento que mis orificios nasales se dilatan al saborear el amargo olor de la pólvora y de la sangre del enemigo," Guevara compartió con Granado en esa temprana edad esta exclamación: "¿Revolución sin disparar un tiro? Estás loco." En otras ocasiones el joven bohemio parecía incapaz de distinguir entre la frivolidad de la muerte como un espectáculo y la tragedia de las victimas de una revolución. En una carta a su madre en 1954, escrita en Guatemala, donde fue testigo del derrocamiento del gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz, escribió: “Aquí estuvo muy divertido con tiros, bombardeos, discursos y otros matices que cortaron la monotonía en que vivía”.

La disposición de Guevara cuando viajaba con Castro desde México a Cuba a bordo del Granma es capturada en una frase de una carta a su esposa que redactó el 28 de enero de 1957, no mucho después de desembarcar, publicada en su libro Ernesto: Una Biografía del Che Guevara en Sierra Maestra: “Estoy en la manigua cubana, vivo y sediento de sangre”. Esta mentalidad había sido reforzada por su convicción de que Arbenz había perdido el poder debido a que había fallado en ejecutar a sus potenciales enemigos. En una carta anterior a su ex novia Tita Infante había observado que “Si se hubieran producido esos fusilamientos, el gobierno hubiera conservado la posibilidad de devolver los golpes”. No sorprende que durante la lucha armada contra Batista, y luego tras el ingreso triunfal en La Habana, Guevara asesinara o supervisara las ejecuciones en juicios sumarios de muchísimas personas—enemigos probados, meros sospechados y aquellos que se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado.


En enero de 1957, tal como lo indica su diario desde la Sierra Maestra, Guevara le disparó a Eutimio Guerra porque sospechaba que aquel se encontraba pasando información: “Acabé con el problema dándole un tiro con una pistola del calibre 32 en la sien derecha, con orificio de salida en el temporal derecho...sus pertenencias pasaron a mi poder”. Más tarde mató a tiros a Aristidio, un campesino que expresó el deseo de irse cuando los rebeldes siguieran su camino. Mientras se preguntaba si esta victima en particular "era en verdad lo suficientemente culpable como para merecer la muerte," no vaciló en ordenar la muerte de Echevarría, el hermano de uno de sus camaradas, en razón de crímenes no especificados: "Tenía que pagar el precio." En otros momentos simularía ejecuciones sin llevarlas a cabo, como un método de tortura psicológica.

Luis Guardia y Pedro Corzo, dos investigadores que se encuentran trabajando en Florida en un documental sobre Guevara, han obtenido el testimonio de Jaime Costa Vázquez, un ex comandante del ejército revolucionario conocido como "El Catalán," quien sostiene que muchas de las ejecuciones atribuidas a Ramiro Valdés (futuro ministro del interior de Cuba) fueron responsabilidad directa de Guevara, debido a que Valdés se encontraba bajo sus ordenes en las montañas. “Ante la duda, mátalo” fueron las instrucciones del Che. En vísperas de la victoria, según Costa, el Che ordenó la ejecución de un par de docenas de personas en Santa Clara, en Cuba central, hacia donde había marchado su columna como parte de un asalto final contra la isla. Algunos de ellos fueron muertos en un hotel, como ha escrito Marcelo Fernándes-Zayas, otro ex revolucionario que después se convertiría en periodista (agregando que entre los ejecutados había campesinos conocidos como casquitos que se habían unido al ejército simplemente para escapar del desempleo).

Pero la "fría máquina de matar" no dio muestra de todo su rigor hasta que, inmediatamente después del colapso del régimen de Batista, Castro lo pusiera a cargo de la prisión de La Cabaña. (Castro tenía un buen ojo clínico para escoger a la persona perfecta para proteger a la revolución contra la infección.) San Carlos de La Cabaña es una fortaleza de piedra que fue utilizada para defender a La Habana contra los piratas ingleses en el siglo dieciocho; más tarde se convirtió en un cuartel militar. De una manera que evoca al escalofriante Lavrenti Beria, Guevara presidió durante la primera mitad de 1959 uno de los periodos más oscuros de la revolución. José Vilasuso, abogado y profesor en la Universidad Interamericana de Bayamón en Puerto Rico, quien pertenecía al grupo encargado del proceso judicial sumario en La Cabaña, me dijo recientemente que

“El Che dirigió la Comisión Depuradora. El proceso se regía por la ley de la sierra: tribunal militar de hecho y no jurídico, y el Che nos recomendaba guiarnos por la convicción. Esto es: “Sabemos que todos son unos asesinos, luego proceder radicalmente es lo revolucionario”. Miguel Duque Estrada era mi jefe inmediato. Mi función era de instructor. Es decir legalizar profesionalmente la causa y pasarla al ministerio fiscal, sin juicio propio alguno. Se fusilaba de lunes a viernes. Las ejecuciones se llevaban a cabo de madrugada, poco después de dictar sentencia y declarar sin lugar (de oficio) la apelación. La noche más siniestra que recuerdo se ejecutaron siete hombres”.


Javier Arzuaga, el capellán vasco que les brindaba consuelo a aquellos condenados a morir y que presenció personalmente docenas de ejecuciones, habló conmigo recientemente desde su casa en Puerto Rico. Ex sacerdote católico de setenta y cinco años de edad, quien se describe como "más cercano a Leonardo Boff y a la Teología de la Liberación que al ex cardenal Cardinal Ratzinger," Arzuaga recuerda que

“La cárcel de La Cabaña se mantuvo llena a rebosar. Sobre 800 hombres hacinados en un espacio pensado para no más de 300: militares batistianos o miembros de algunos de los cuerpos de la policía, algunos “chivatos”, periodistas, empresarios o comerciantes. El juez no tenía por qué ser hombre de leyes; sí, en cambio, pertenecer al ejército rebelde, al igual que los compañeros que ocupaban con él la mesa del tribunal. Casi todas las vistas de apelación estuvieron presididas por el Che Guevara. No recuerdo ningún caso cuya sentencia fuera revocada en esas vistas. Todos los días yo visitaba la “galera de la muerte”, donde permanecían los prisioneros desde que eran sentenciados a muerte. Corrió la voz de que yo hipnotizaba a los condenados antes de salir para el paredón y que por eso se daban tan fáciles las cosas, sin escenas desagradables, y el Che Guevara dio orden de que nadie fuera conducido al paredón sin que yo estuviera presente. Yo asistí a 55 fusilamientos hasta el mes de mayo, cuando me fui. Eso no quiere decir que no se siguiera fusilando. Herman Marks era un americano, se decía que era prófugo de la justicia. Lo llamábamos “el carnicero” porque gozaba gritando “pelotón, atención, preparen, apunten, fuego”. Conversé varias veces con el Che con el fin de interceder por determinadas personas. Recuerdo muy bien el caso de Ariel Lima que era menor de edad, pero fue inflexible. Lo mismo puedo decir de Fidel Castro, a quien acudí también en dos ocasiones con igual propósito. Sufrí un trauma. A finales de mayo me sentía mal y se me recomendó abandonar la parroquia de Casa Blanca, dentro de cuyos límites se encontraba La Cabaña y que yo había atendido en los últimos tres años. Me fui a México para un tratamiento. Cuando nos despedíamos, el Che Guevara me dijo que nos habíamos llevado bien, tratando los dos de sacar el otro de su campo para atraerlo al de uno. “Hemos fracasado los dos. Cuando nos quitemos las caretas que hemos llevado puestas, seremos enemigos frente a frente”.


¿Cuánta gente fue asesinada en La Cabaña? Pedro Corzo ofrece una cifra de unos doscientos, similar a la proporcionada por Armando Lago, un profesor de economía retirado que ha compilado una lista de 179 nombres como parte de un estudio de ocho años sobre las ejecuciones en Cuba. Vilasuso me dijo que cuatrocientas personas fueron ejecutadas entre el mes de enero y fines de junio de 1959 (fecha en el que el Che dejó de estar a cargo de La Cabaña). Los cables secretos enviados por la Embajada de los Estados Unidos en La Habana al Departamento de Estado en Washington hablan de "más de 500." Según Jorge Castañeda, uno de los biógrafos de Guevara, un católico vasco simpatizante de la revolución, el fallecido Padre Iñaki de Aspiazú, hablaba de setecientas victimas. Félix Rodríguez, un agente de la CIA quien fue parte del equipo a cargo de la captura de Guevara en Bolivia, me dijo que él encaró al Che después de su captura respecto de "las dos mil y pico" ejecuciones por las que fue responsable durante su vida. "Dijo que todos eran agentes de la CIA y no se refirió a la cifra," recuerda Rodríguez. Las cifras más altas pueden incluir ejecuciones que tuvieron lugar en los meses posteriores a la fecha en que el Che dejó de estar a cargo de la prisión.

Lo cual nos trae de regreso a Carlos Santana y a su elegante indumentaria del Che. En una carta abierta publicada en El Nuevo Herald el 31 de marzo de este año, el gran músico de jazz Paquito D''Rivera reprochó a Santana su vestuario en la ceremonia de los Premios Oscar, y agregó: “Uno de esos cubanos fue mi primo Bebo, preso allí precisamente por ser cristiano. El me cuenta siempre con amargura cómo escuchaba desde su celda en la madrugada los fusilamientos sin juicio de mucho que morían gritando “¡Viva Cristo Rey!”.

El ansia de poder del Che tenía otras maneras de expresarse además del asesinato. La contradicción entre su pasión por viajar—una especie de protesta contra las limitaciones del estado-nación—y su impulso por convertirse en un estado esclavizante en relación a otras personas es patético. Al escribir acerca de Pedro Valdivia, el conquistador de Chile, Guevara reflexionaba: "Pertenecía a esa clase especial de hombres a los que la especie produce de vez en cuando, en quienes un anhelo por el poder ilimitado es tan extremo que cualquier sufrimiento para lograrlo parece natural." Podría haber estado describiéndose así mismo. En cada etapa de su vida adulta, sus megalomanía se manifestaba en el impulso depredador por apoderarse de las vidas y de la propiedad de otras personas, y de abolir su libre voluntad.

En 1958, después de tomar la ciudad de Sancti Spiritus, Guevara intento sin éxito imponer una especie de sharia, regulando las relaciones entre los hombres y las mujeres, el uso del alcohol, y el juego informal—un puritanismo que no caracterizaba precisamente su propia forma de vida. Les ordenó también a sus hombres que asaltaran bancos, una decisión que justificó en una carta a Enrique Oltuski, un subordinado, en noviembre de ese año: "Las masas que luchan están de acuerdo con asaltar a los bancos porque ninguno de ellos tiene un centavo en los mismos." Esta idea de la revolución como una licencia para reasignar la propiedad según le conviniese condujo al puritano marxista a apoderarse de la mansión de un emigrante tras el triunfo de la revolución.

El impulso de desposeer a los demás de su propiedad y de reclamar la propiedad del territorio de otros fue central a la política opresiva de Guevara. En sus memorias, el líder egipcio Gamal Abdel Nasser cuenta que Guevara le preguntó cuántas personas habían abandonado su país debido a la reforma agraria. Cuando Nasser replicó que ninguna, el Che contestó enojado que la manera de medir la profundidad del cambio es a través del número de individuos "que sienten que no hay lugar para ellos en la nueva sociedad." Este instinto depredador alcanzó un apoteosis en 1965, cuando empezó a hablar, como Dios, acerca del "Hombre Nuevo" que él y su revolución crearían.

La obsesión del Che con el control colectivista lo llevó a colaborar en la formación del aparato de seguridad que fue establecido para subyugar a seis millones y medio de cubanos. A comienzos de 1959, una serie de reuniones secretas tuvo lugar en Tarará, cerca de La Habana, en la mansión a la cual el Che temporalmente se retiró para recuperarse de una enfermedad. Allí fue donde los líderes principales, incluido Castro, diseñaron al estado policíaco cubano. Ramiro Valdés, subordinado del Che durante la guerra de guerrillas, fue puesto al mando del G-2, un cuerpo inspirado en la Cheka. Angel Ciutah, un veterano de la Guerra Civil española enviado por los soviéticos que había estado muy cerca de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, y que más tarde entablaría amistad con el Che, desempeñó un papel fundamental en la organización del sistema, junto con Luis Alberto Lavandeira, quien había servido al jefe en La Cabaña. El propio Guevara se hizo cargo del G-6, el grupo al que se le encomendó el adoctrinamiento ideológico de las fuerzas armadas. La invasión respaldada por los EE.UU. de Bahía de Cochinos en abril de 1961 se convirtió en la ocasión perfecta para consolidar al nuevo estado policíaco, con el acorralamiento de decenas de miles de cubanos y una nueva serie de ejecuciones. Como el mismo Guevara le expresó al embajador soviético Sergei Kudriavtsev, los contrarrevolucionarios nunca "volverían a levantar su cabeza."

"Contrarrevolucionario" es el término que se le aplicaba a cualquiera que se apartara del dogma. Era el equivalente comunista de "hereje." Los campos de concentración eran una forma en la cual el poder dogmático era empleado para suprimir el disenso. La historia le atribuye al general español Valeriano Weyler, el capitán general de Cuba a finales del siglo diecinueve, haber empleado por vez primera a la palabra "concentración" para describir la política de cercar a las masas de potenciales opositores—en su caso a los simpatizantes del movimiento independentista cubano—con alambre de púas y empalizadas. Qué irónico (y apropiado) que los revolucionarios de Cuba más de medio siglo después continuasen con esta tradición local. Al principio, la revolución movilizó a voluntarios para construir escuelas y para trabajar en los puertos, plantaciones, y fábricas—todas ellas exquisitas oportunidades fotográficas para el Che el estibador, el Che el cortador de caña, el Che el fabricante de telas. No pasó mucho tiempo antes de que el trabajo voluntario se volviese un poco menos voluntario: el primer campamento de trabajos forzados, Guanahacabibes, fue establecido en Cuba occidental hacia el final de 1960. Así es como el Che explicaba la función desempeñada por este método de confinamiento: “A Guanahacabibes se manda a la gente que no debe ir a la cárcel , la gente que ha cometido faltas a la moral revolucionaria de mayor o menor grado...es trabajo duro, no trabajo bestial”.

Este campamento fue el precursor del confinamiento sistemático, a partir de 1965 en la provincia de Camagüey, de disidentes, homosexuales, victimas del SIDA, católicos, Testigos de Jehová, sacerdotes afro-cubanos, y otras escorias por el estilo, bajo la bandera de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Hacinados en autobuses y camiones, los "desadaptados" serían transportados a punta de pistola a los campos de concentración organizados sobre la base del modelo de Guanahacabibes. Algunos nunca regresarían; otros serían violados, golpeados, o mutilados; y la mayoría quedarían traumatizados de por vida, como el sobrecogedor documental de Néstor Almendros Conducta Impropia se lo mostrara al mundo un par de décadas atrás.

De esta manera, la revista Time parece haber errado en agosto de 1960 cuando describió a la división del trabajo de la revolución con una nota de tapa presentando al Che Guevara como el "cerebro," a Fidel Castro como el "corazón" y a Raúl Castro como el "puño." Pero la percepción revelaba el papel crucial de Guevara en hacer de Cuba un bastión del totalitarismo. El Che era de alguna manera un candidato improbable para la pureza ideológica, dado su espíritu bohemio, pero durante los años de entrenamiento en México y en el periodo resultante de la lucha armada en Cuba emergió como el ideólogo comunista locamente enamorado de la Unión Soviética, en gran medida para molestia de Castro y de otros que eran esencialmente oportunistas dispuestos a utilizar cualquier medio necesario para ganar poder. Cuando los aspirantes a revolucionarios fueron arrestados en México en 1956, Guevara fue el único que admitió que era un comunista y que estaba estudiando ruso. (Habló abiertamente de su relación con Nikolai Leonov de la Embajada Soviética.) Durante la lucha armada en Cuba, forjó una férrea alianza con el Partido Socialista Popular (el partido comunista de la isla) y con Carlos Rafael Rodríguez, un jugador importante en la conversión del régimen de Castro al comunismo.

Esta fanática disposición convirtió al Che en una parte esencial de la "sovietización" de la revolución que se había jactado reiteradamente de su carácter independiente. Muy poco después de que los barbudos llegaran al poder, Guevara participó de negociaciones con Anastas Mikoyan, el vice primer ministro soviético, quien visitó Cuba. Le fue confiada la misión de promover las negociaciones soviético-cubanas durante una visita a Moscú a finales de 1960. (La misma fue parte de un largo viaje en el cual la Corea del Norte de Kim Il Sung fue el país que “más” le impresionó.) El segundo viaje a Rusia de Guevara, en agosto de 1962, fue aún más significativo, en razón de que el mismo selló el acuerdo para convertir a Cuba en una cabeza de playa nuclear soviética. Se reunió con Khrushchev en Yalta para finalizar los detalles sobre una operación que ya se había iniciado y que involucraba la introducción en la isla de cuarenta y dos misiles soviéticos, la mitad de los cuales estaban armados con ojivas nucleares, así como también lanzadores y unos cuarenta y dos mil soldados. Tras presionar a sus aliados soviéticos sobre el peligro de que los Estados Unidos pudiesen descubrir lo que estaba aconteciendo, Guevara obtuvo garantías de que la marina soviética intervendría—en otras palabras, de que Moscú estaba preparada para ir a la guerra.

Según la biografía de Guevara de Philippe Gavi, el revolucionario había alardeado que "su país se encuentra deseoso de arriesgarlo todo en una guerra atómica de inimaginable capacidad destructiva para defender un principio." Apenas después de finalizada la crisis de los misiles cubanos—cuando Khrushchev renegó de la promesa hecha en Yalta y negoció un acuerdo con los Estados Unidos a espaldas de Castro que incluía la remoción de los misiles estadounidenses de Turquía—Guevara dijo a un periódico comunista británico: "Si los cohetes hubiesen permanecido, los hubiésemos utilizado a todos y dirigido contra el mismo corazón de los Estados Unidos, incluida Nueva York, en nuestra defensa contra la agresión." Y un par de años más tarde, en las Naciones Unidas, fue leal a las formas: "Como marxistas hemos sostenido que la coexistencia pacífica entre las naciones no incluye a la coexistencia entre los explotadores y el explotado."

Guevara se distanció de la Unión Soviética en los últimos años de su vida. Lo hizo por las razones equivocadas, culpando a Moscú por ser demasiado blando ideológica y diplomáticamente, y hacer demasiadas concesiones—a diferencia de la China maoísta, a la cual llegó a ver como un refugio de la ortodoxia. En octubre de 1964, un memo escrito por Oleg Daroussenkov, un funcionario soviético cercano a él, cita a Guevara diciendo: "Les pedimos armas a los checoslovacos; y nos rechazaron. Luego se las pedimos a los chinos; dijeron que sí en pocos días, y ni siquiera nos cobraron, declarando que uno no le vende armas a un amigo." En realidad, Guevara se resintió por el hecho de que Moscú le estaba solicitando a otros miembros del bloque comunista, incluida Cuba, algo a cambio de su colosal ayuda y de su apoyo político. Su ataque final contra Moscú llegó en Argelia, en febrero de 1965, en una conferencia internacional en la que acusó a los soviéticos de adoptar la "ley del valor," es decir, el capitalismo. Su ruptura con los soviéticos, en síntesis, no fue un grito en favor de la independencia. Fue un alarido al estilo de Enver Hoxha en aras de la total subordinación de la realidad a la ciega ortodoxia ideológica.

El gran revolucionario tuvo una oportunidad de poner en práctica su visión económica—su idea de la justicia social—como director del Banco Nacional de Cuba y del Departamento de Industria del Instituto Nacional de la Reforma Agraria a fines de 1959, y, desde principios de 1961, como ministro de industria. El periodo en el cual Guevara estuvo a cargo de la mayor parte de la economía cubana atestiguó el cuasi colapso de la producción de azúcar, el fracaso de la industrialización y la introducción del racionamiento—todo esto en el que había sido uno de los cuatros países económicamente más exitosos de América Latina desde antes de la dictadura de Batista.

Su tarea como director del Banco Nacional, durante la cual imprimió billetes que llevaban la firma "Che," ha sido sintetizada por su asistente, Ernesto Betancourt: “Encontré en el Che una ignorancia absoluta de los principios más elementales de la economía”. Los poderes de percepción de Guevara respecto de la economía mundial fueron muy bien expresados en 1961, durante una conferencia hemisférica celebrada en Uruguay, donde predijo una tasa de crecimiento para Cuba del 10 por ciento "sin el menor temor," y, para 1980, un ingreso per capita mayor que el de "los EE.UU. en la actualidad." En verdad, hacia 1997, el trigésimo aniversario de su muerte, los cubanos se encontraban bajo una dieta consistente en una ración de cinco libras de arroz y una libra de frijoles por mes; cuatro onzas de carne dos veces al año; cuatro onzas de pasta de soja por semana; y cuatro huevos por mes.

La reforma agraria le quitó tierra al rico, pero se la dio a los burócratas, no a los campesinos. (El decreto fue redactado en la casa del Che.) En el nombre de la diversificación, el área cultivada fue reducida y la mano de obra disponible distraída hacia otras actividades. El resultado fue que entre 1961 y 1963, la cosecha se redujo a la mitad: apenas unos 3,8 millones de toneladas métricas. ¿Se justificaba este sacrificio por el fomento de la industrialización cubana? Desdichadamente, Cuba carecía de materias primas para la industria pesada, y, como una consecuencia de la redistribución revolucionaria, no contaba con una moneda sólida con la cual adquirirlas—o incluso adquirir los productos básicos. Para 1961, Guevara estaba teniendo que dar explicaciones embarazosas a los trabajadores en la oficina: "Nuestros camaradas técnicos en las compañías han producido una pasta dental... tan buena como la anterior; limpia exactamente lo mismo, a pesar de que después de un tiempo se vuelve una piedra." Para 1963, todas las esperanzas de industrializar a Cuba fueron abandonadas, y la revolución aceptó su rol de proveedora colonial de azúcar al bloque soviético a cambio de petróleo para cubrir sus necesidades y para revenderlo a otros países. Durante las tres décadas siguientes, Cuba sobreviviría en base a un subsidio soviético de más o menos entre $65 mil millones y $100 mil millones.

Habiendo fracasado como héroe de la justicia social, ¿merece Guevara un lugar en los libros de historia como un genio de la guerra de guerrillas? Su mayor logro militar en la lucha contra Batista—la toma de la ciudad de Santa Clara después de emboscar un tren con pesados refuerzos—es seriamente cuestionado. Numerosos testimonios indican que el conductor del tren se rindió de antemano, acaso tras aceptar sobornos. (Gutiérrez Menoyo, quien dirigía un grupo guerrillero diferente en esa área, está entre aquellos que han criticado la historia oficial de Cuba sobre la victoria de Guevara.) Inmediatamente después del triunfo de la revolución, Guevara organizó ejércitos guerrilleros en Nicaragua, la República Dominicana, Panamá, y Haití—todos los cuales fueron aplastados. En 1964, envió al revolucionario argentino Jorge Ricardo Masetti a su muerte al persuadirlo de que montase un ataque contra su país natal desde Bolivia, justo después de que la democracia representativa había sido restablecida en la Argentina.

Particularmente desastrosa fue la expedición al Congo en 1965. Guevara se alió con dos rebeldes—Pierre Mulele en el oeste y Laurent Kabila en el este—contra el desagradable gobierno congoleño, el cual era sostenido por los Estados Unido, por mercenarios sudafricanos y exiliados cubanos. Mulele había tomado posesión de Stanleyville antes de ser repelido. Durante su reinado de terror, tal como lo ha escrito V.S. Naipaul, asesinó a todos aquellos que podían leer y a todos los que vestían una corbata. Respecto del otro aliado de Guevara, Laurent Kabila, se trataba meramente de un perezoso y un corrupto por aquel entonces; pero el mundo descubriría en los años 90 que también él era una máquina de matar. En cualquier caso, Guevara se pasó gran parte de 1965 ayudando a los rebeldes en el este antes de abandonar el país de manera ignominiosa. Poco tiempo después, Mobutu llegó al poder e instaló una tiranía de décadas. (En los países latinoamericanos, de Argentina al Perú, las revoluciones inspiradas en el Che tuvieron el mismo resultado practico de reforzar el militarismo brutal durante muchos años.)


En Bolivia, el Che fue nuevamente derrotado, y por última vez. Malinterpretó la situación local. Una reforma agraria había tenido lugar unos años antes; el gobierno había respetado muchas de las instituciones de las comunidades campesinas; y el ejército era cercano a los Estados Unidos a pesar de su nacionalismo. "Las masas campesinas no nos ayudan en absoluto" fue la melancólica conclusión de Guevara en su diario boliviano. Aún peor, Mario Monje, el líder comunista local, quien no tenía estómago para una guerra de guerrillas tras haber sido humillado en los comicios, condujo a Guevara hacia una ubicación vulnerable en el sudeste del país. Las circunstancias de la captura del Che en la quebrada del Yuro, poco después de reunirse con el intelectual francés Régis Debray y el pintor argentino Ciro Bustos, ambos arrestados cuando abandonaban el campamento, fueron, como gran parte de la expedición boliviana, cosa de aficionados.

Guevara fue ciertamente audaz y corajudo, y rápido para organizar la vida en base a principios militares en los territorios bajo su control, pero no era un General Giap. Su libro La Guerra de Guerrillas enseña que las fuerzas populares pueden vencer a un ejército, que no es necesario aguardar a que se den las condiciones necesarias ya que un foco insurreccional puede provocarlos, y que el combate debe tener lugar principalmente en el campo. (En su receta para la guerra de guerrillas, reserva también para las mujeres el rol de cocineras y enfermeras.) Sin embargo, el ejército de Batista no era un ejército sino un corrupto manojo de matones carente de motivación y sin mucha organización; los focos guerrilleros, con la excepción de Nicaragua, terminaron todos en cenizas para los foquistas, y América Latina se ha vuelto urbana en un 70 por ciento en estas últimas cuatro décadas. Al respecto, también, el Che Guevara fue un cruel alucinado.


En las últimas décadas del siglo diecinueve, Argentina tenía la segunda tasa de crecimiento más grande del mundo. Hacia la década de 1890, el ingreso real de los trabajadores argentinos era superior al de los trabajadores suizos, alemanes, y franceses. Para 1928, ese país ocupaba el duodécimo lugar en el mundo en cuanto a su PBI per capita. Ese logro, que las siguientes generaciones arruinarían, se debió en gran medida a Juan Bautista Alberdi.

Al igual que Guevara, a Alberdi le gustaba viajar: caminó a través de las pampas y de los desiertos de norte a sur a los catorce años de edad, rumbo a Buenos Aires. Como Guevara, Alberdi se oponía a un tirano, Juan Manuel Rosas. Igual que Guevara, Alberdi tuvo la oportunidad de influir sobre un líder revolucionario en el poder—Justo José de Urquiza, quien derrocó a Rosas en 1852. Como Guevara, Alberdi representó al nuevo gobierno en giras mundiales, y murió en el exterior. Pero a diferencia del viejo y nuevo predilecto de la izquierda, Alberdi nunca mató una mosca. Su libro, Bases y puntos de partida para la organización de la República Argentina, fue la base de la Constitución de 1853 que limitó el Estado, abrió el comercio, alentó la inmigración y aseguró los derechos de propiedad, inaugurando de ese modo un periodo de setenta años de asombrosa prosperidad. No se entremetió en los asuntos de otras naciones, oponiéndose a la guerra de su país contra Paraguay. Su semblante no adorna el abdomen de Mike Tyson.

Alvaro Vargas Llosa es Académico Asociado Senior del Centro Para la Prosperidad Global en The Independent Institute y editor de Lessons from the Poor. Este trabajo fue originalmente publicado en inglés por la revista The New Republic bajo el titulo de The Killing Machine: Che Guevara, from Communist Firebrand to Capitalist Brand, en sus ediciones del 11 y 18 de julio de 2005.

Traducido por Gabriel Gasave

sábado, 13 de marzo de 2010

Tema polémico: ser liberal no es ser de "derecha"

En cuanto a posiciones políticas, quizá los términos más comunes con los que la gente se identifica y que la academia, los medios de comunicación y la población en general reconocen, son izquierda-derecha. Esta dicotomía se ha usado, comúnmente, para denotar a quienes apoyan el comunismo (izquierda) frente a los que prefieren el capitalismo (derecha), pero cayendo en un burdo simplismo con importantes consecuencias, todo lo cual queremos abordar en este Tema Polémico.

En ASOJOD queremos centrarnos en explicar que el liberalismo y la derecha, aunque típicamente se han considerado "hermanos" o, incluso, equivalentes, son sumamente diferentes. Para ello, primero hay que explicar qué se entiende por "derecha". Sin entrar en mucho detalle, la dicotomía izquierda-derecha se popularizó luego de la II Guerra Mundial, con el inicio de lo que se conoció como Guerra Fría, una disputa geopolítica entre las potencias socialistas -lideradas por la antigua URSS- y las capitalistas -comandadas por USA-. Se suponía que era el enfrentamiento entre opresión y libertad, entre un Estado centralizado y un mercado descentralizado. Frente a ello, académicos, políticos y demás, comenzaron a desarrollar sus propias teorías para explicar la dicotomía, pero siempre entendiéndola como un continuum con dos extremos -izquierda y derecha- en los cuales, los actores se movían en una línea que marcaba diferencias de grado.

Sin embargo, esa caracterización hoy día, está superada o, al menos, debería estarlo. ¿Por qué? Básicamente por dos razones: 1) es anacrónica y 2) es simplista. En cuanto a la primera, es obvio que superada la Guerra Fría, no hay bloques de poder tan claramente definidos como en su momento, sino que el poder se ha distribuido en una multiplicidad de actores que deben ser considerados en el análisis. La segunda tiene que ver no sólo con la ideología, sino con los intereses. No sólo hay más actores, sino que el desarrollo teórico-filosófico demuestra que los bloques "izquierda" y "derecha" no son monolíticos e, incluso, contienen elementos que no calzan en su caracterización. Primero, es imposible pensar que hay un grupo de corrientes socialistas uniformes: las diferencias entre marxistas, stalinistas, luxemburguistas, comunistas, troskistas, maoístas y demás, así lo demuestran, al igual que las divergencias entre los que se consideran "capitalistas". Es muy irresponsable, desatinado y hasta irrisorio, ver que se considere como pares a liberales, socialdemócratas, fascistas y otros grupos que, comúnmente, se ha dicho no son socialistas. Ante ello, ningún analista serio -este término definitivamente excluye al ejército de charlatanes que, con título o sin título que los califique, pretenden entender y explicar la política- usaría actualmente esa categoría de izquierda-derecha, sea para explicar la economía, la política, el derecho, la sociología o cualquier otra disciplina, pues la teoría ha avanzado lo suficiente como para dejar claro que existe una multiplicidad en el pensamiento y que las marcadas diferencias impiden que se les clasifique en un plano unidimensional.

Pues bien, la realidad demuestra que esos charlatanes e irresponsables son los que dominan los medios de comunicación, las aulas de los diferentes niveles educativos y el discurso público, toda vez que aún hoy es fácil escuchar a alguien relacionar a corrientes de pensamiento claras con esas categorías superadas. Justamente ese es el caso que queremos abordar, cuando se considera al liberalismo como parte de la derecha, hermanándolo con el fascismo o la socialdemocracia.

Empecemos por explicar, grosso modo, los principios fundamentales del liberalismo o, por lo menos, los que fungen como común denominador entre las diferentes ramificaciones de esta corriente. Fundamentalmente, quienes se ubican en esta corriente comparten su aprecio por la libertad, el individualismo, el mercado como mecanismo de generación y distribución de riqueza, la descentralización de la información, la propiedad privada, la reducción del Estado y la iniciativa y decisión privadas. Por su parte, las características principales de la socialdemocracia son la intervención del Estado en las decisiones de los ciudadanos, la distribución de la riqueza, los derechos colectivos o sociales, la supeditación de lo individual a lo colectivo, entre otras. Queda claro que no son lo mismo.

Con el fascismo también existen diferencias que hacen que el liberalismo sea diametralmente opuesto. Hoy día, esos charlatanes e irresponsables de los que hablábamos en párrafos anteriores, dicen que las dictaduras militares en Chile y Argentina o que el "imperialismo" estadounidense son sinónimo de liberalismo. Nada más errado. Si bien es cierto que en Chile se tomaron algunas medidas liberales -reducción de aranceles, privatización de empresas estatales, transformación del sistema de pensiones, pasando de un esquema de reparto a uno de capitalización individual, potencialización de la libre competencia, desrregulación, etc.- lo cierto es que se llevaron a cabo en un contexto muy particular, caracterizado por la falta de libertad en otros ámbitos de la vida y por la existencia de una dictadura atroz y violatoria de los derechos individuales. Inclusive, en la actualidad, es posible observar cómo en ese país todavía persiste una defensa y un enfoque de libertad económica, pero no de libertad civil, política, decisional, etc. Temas como el aborto, la unión civil de personas del mismo sexo, entre otros, se mantienen con un bajo perfil, posiblemente por la influencia de la religión, que en esa nación es un factor muy importante para el conservadurismo.

En cuanto a Argentina, lo único en que coincidió con el liberalismo fue en un incipiente proceso de apertura económica que, hasta la fecha, no se ha consolidado por causa del imperante mercantilismo existente en esa sociedad. Si bien es cierto que algunos intentos por sacar al Estado de varios ámbitos de la economía tuvieron lugar -como en el caso de las privatizaciones- todo esto no se dio en un ambiente de libertad. Las empresas estatales no se vendieron como en una economía de mercado -donde no existen barreras de entrada para los competidores- sino que le fueron traspasadas a personas cercanas al Gobierno. El proteccionismo comercial, la corrupción, el despilfarro de los fondos públicos y las medidas anticompetitivas -impuestos altos, regulaciones absurdas, burocracia y tramitología- son elementos evidentes en el funcionamiento de ese país.

Por su parte, Estados Unidos -calificado por los partidarios de la teoría de la conspiración como "imperialista"- es un vivo ejemplo de todo lo que NO es liberalismo. Esa sociedad abandonó las ideas liberales desde la década de los 30, cuando se pusieron en marcha las políticas keynesianas diseñadas para la supuesta salvación de la economía y que, hasta estos días, no han sido eliminadas. Todavía persisten altos subsidios, enorme gasto estatal, regulaciones odiosas y una compra-venta de favores políticos que, aunque importante y destructiva, no alcanza los niveles de los países latinoamericanos.

Como podrán ver, y para confirmar los invitamos a investigar más acerca del pensamiento liberal, quienes creemos en la libertad verdaderamente, lo hacemos como un valor indivisible: no se puede hablar de libertad económica sin libertad civil o política y viceversa. Por ello, repudiamos todo uso de la fuerza y la coerción, todo impedimento a que los individuos piensen, se expresen, se asocien y busquen los fines que desean.

Los liberales creemos que el Estado debe salir completamente de la economía y de la vida de los ciudadanos, dedicándose únicamente a brindar protección a su vida, libertad y propiedad, y no a subsidiar pobreza, intervenir mercados, regular actividades productivas ni obstaculizar las decisiones individuales. Pensamos que el Estado no debe tener empresas, hospitales, escuelas, colegios o universidades, sino que todo eso debe ser privado, pero en un sistema donde libremente se pueda competir y escoger, no donde los políticos le aseguren un monopolio a los empresarios.

Defendemos la iniciativa privada para que las personas, haciendo uso de sus recursos, puedan escoger la actividad a la que desean dedicarse para obtener ingresos y que los otros individuos, libre y voluntariamente, decidan si premian o castigan su esfuerzo. Procuramos que las relaciones entre las personas se basen en el intercambio, definiendo cada parte lo que considera como valor y transándolo según los términos que ellos escojan, sin intervención de terceros.

Rechazamos los subsidios, los impuestos y el absurdo gasto público que tienen la mayoría de los Estados actuales, pues quitarle riqueza a quienes la han producido por su esfuerzo y talento para dársela a quienes no la han producido es inmoral. Además, es ineficiente, pues las personas no salen de la pobreza con base en bonos, becas y demás ayudas estatales, sino por la búsqueda de oportunidades de mercado, es decir, por la creatividad y capacidad para satisfacer necesidades de consumo.

Ser liberal no es ser de derecha. El fascismo pretende colocar valores colectivos por encima de los individuales; supeditar a las personas a entelequias como "patria", "bien común", etc. que no son otra cosa que el camuflaje para que unos utilicen a otros como medios para alcanzar sus fines. El fascismo se basa en el corporativismo, esto es, el Estado definiendo quiénes son los ganadores y perdedores de la actividad política y económica, dirigiendo la producción, asignando beneficios a sus amigos y perjuicios a sus enemigos, mientras el liberalismo busque que sean los consumidores los que premien o castiguen.

La socialdemocracia o el socialcristianismo coinciden con el fascismo en la supeditación del individuo. Para esas corrientes, siempre hay algo más importante que la persona como para obligar a esta a ser un simple medio, despojándola de su riqueza, su talento, su trabajo, su esfuerzo y su dignidad. Comparten como valor que el individuo no es, para esas corrientes, más que un instrumento a disposición del político de turno para la consecución de valores antojadizos y caprichosos, basados en las ocurrencias y perversiones.

El liberalismo, por el contrario, es la única corriente de pensamiento que respeta la diversidad, aunque sea en su contra. La única que no pretende obligar a las personas a contribuir en el alcance de fines que no le son propios, la única que respeta al individuo como un ser que requiere, como condiciones sine qua non, la libertad, la propiedad y la vida para poder desarrollarse.

Así que cuando escuchen a alguien hablar de derechas e izquierdas y, principalmente, confundir al liberalismo con la derecha, pueden estar seguros que están frente a un estafador intelectual, frente a un charlatán que, por ignorancia o maldad, está tratando de confundirlos.