domingo, 25 de julio de 2010

Un viaje imaginario por la dificil geografía de la libertad

INTRODUCCION

Asistimos a un punto de inflexión en la historia humana, y no por el cronológico cambio de milenio, sino por una inflexión filosófico-política que nos deja perplejos y que obliga a repreguntarnos una vez más, hacia donde marcharemos ahora... la eterna incógnita sobre el futuro.


Sin embargo la inflexión de hoy es inédita porque conjuga no sólo la aceleración del tiempo histórico, como nunca habíamos visto, sino una auténtica revolución en las telecomunicaciones y la información, dos conceptos que conjugados nos colocan frente a una nueva forma de conocer, diversa de lo que la humanidad consideró válido durante 2.000 años.


Esta confluencia de elementos crea lo que bien podría denominarse una nueva dimensión del tiempo, un “nuevo tiempo” y una forma de transmisión del conocimiento donde todo debe ser resumido en “bits por segundo”. Lo que a su vez obliga a replantearnos mas que cómo obtener la información que buscamos, cómo hacer que esta se convierta en algo inteligible. Durante años la búsqueda se centraba en la obtención de la información, hoy la abundancia de información desigualmente distribuida es un motivo de agobio y la pregunta es cómo se convierten esos gigabites de materia prima en conocimiento aprovechable.


Hay una dimensión humana en este planteamiento que quiero hacer el centro de estas líneas por cuanto tiene que ver directamente con la condición humana y la libertad.


Justamente durante siglos, una de las posibles sistematizaciones del género humano era dividirle en alfabetos y analfabetos, siendo los primeros quienes tenían privilegiado acceso al conocimiento que moraba en las grandes bibliotecas. Los “otros” veían su horizonte limitado a las labores físicas y su movilidad social vertical, para utilizar una expresión cara a la sociología clásica, era prácticamente nula.

Hoy asistimos a una nueva segmentación - no explicitada - . Quienes pueden acceder al “conocimiento electrónico” nutriéndose y comunicándose instantáneamente con el resto del mundo; quienes sólo pueden acceder a lo que hemos denominado “información masa” y finalmente quienes quedan fuera del ciclo del conocimiento.

El primer grupo accede a Internet, a las fibras ópticas, los satélites, en suma a la comunicación y transmisión del conocimiento en tiempo real con cualquier punto del globo y pueden unir su saber al de sus iguales dispersos en los cuatro puntos cardinales.


El segundo segmento, no puede ser activo en la búsqueda de la información, es un receptor de lo que la electrónica les pone delante. Su acceso al conocimiento esta más o menos limitado a lo que la señal transporta y para ellos todo será simplificado y resumido sobre la base de criterios basados en los minutos disponibles y en el marketing de los espacios en función de la audiencia obtenida.


Este conocimiento masa es pasivo, y en política se manifiesta en el consumo de los líderes políticos presentados mucho más como productos de consumo, con su propia estrategia de marketing, su packaging y su mensaje; no se espera que el votante-consumidor analice las propuestas del candidato, sino más bien que compre el candidato-producto.


Finalmente existen áreas enteras del planeta que no cuentan ni siquiera con la señal de la televisión lo que convierte a los segmentos de población que sufre esta falencia en los modernos analfabetos funcionales, los siervos de una gleba que ya no existe; y no es que no puedan llegar a acceder a la lecto-escritura es que esto ya resulta insuficiente para superar la falencia informativa que les aísla y limita en sus posibilidades de desarrollo integral.

Esta revolución en las telecomunicaciones y la aceleración del tiempo histórico acarrean además substantivas modificaciones en la capacidad, o mejor aún en los “tiempos para la reflexión” que ceden espacio frente al requerimiento de acción, a la respuesta inmediata a la reacción instantánea y efectista que requiere la cámara.

Es por todo lo expuesto que más que una descripción casuística del estado de las libertades en América Latina, quiero compartir con vosotros unos instantes de reflexión sobre las condiciones necesarias para el ejercicio de la plena ciudadanía en un marco de democracia y cómo interactúan estas condiciones con las libertades individuales con las falencias que se observan en la práctica de las mismas; y cuales son las opciones disponibles para que estas libertades efectivas cubran a tantos de nuestros conciudadanos como sea posible.



LOS AÑOS OSCUROS


La libertad ha sido y es posiblemente el más valioso instrumento para la solución de los problemas humanos, pero a la vez uno de los valores más controvertidos a lo largo de nuestra historia y su prosecución bien podría considerarse como un hilo conductor de esa historia, dinámica, con sus avances y retrocesos.


En los albores del siglo XX, tanto el fascismo como el comunismo desembarcaron en estas latitudes, con sus estandartes donde podía leerse tentadora la idea: Si me entregas tu libertad, el “partido” verá por ti. Y no fueron pocos quienes, por diversas razones sucumbieron ante esta llamada autoritaria que prometía “liberaciones” a partir de la sumisión del individuo y su libertad a la voluntad colectiva que encarnaba en la dirigencia del partido.


Así la geografía del Hemisferio se fue cubriendo de camisas pardas, tanto como de banderas rojas, paradójicamente unidas frente a un enemigo común: el individuo y su pasión por la libertad; y en diversos momentos a lo largo de los años, pareció que podrían llegar a poner fin a la forma democrática de convivencia extendiendo en esta tierra el signo de las intolerancias y los dogmatismos.


Prácticamente no hubo un solo país del Hemisferio que se librara de derramar su cuota de sangre en esta lucha contra los autoritarismos. El fascismo (tanto en su variante Mussoliniana como en su versión nazi) sería el primero en desintegrarse al fin de la Segunda Guerra mundial, pero ya había dejado acá sus vástagos en las versiones telúricas de un militarismo iluminado y sui generis que no tardaría nada en devenir en un nacionalismo virulento, a veces xenófobo, a veces racista y exacerbado que se nutre inmediatamente de la necesidad de confrontar con el otro “ismo” que preconizaba la liberación frente a la “dependencia” a que nos condenaría elegir la libertad; en la que ambos extremos descreían furiosamente.


Fueron los años del estado gigante y el individuo pequeño, el estado que todo lo haría, que de todo habría de ocuparse, el estado cuyos presupuestos crecían geométricamente a la par de su ineficiencia, haciendo del cargo público una verdadera religión con millones de fieles. Fueron los años de los planes quinquenales, de las juventudes regimentadas y de la reflexión sospechada.


La democracia parecía en plena retirada y los modelos basados en la revolución cubana chocaban furiosamente con uniformadas Juntas Militares que decían defender el “estilo de vida Occidental y Cristiano” pero que lo hacían conculcando la libertad como primera medida.


La derrota Norteamericana en Vietnam, la llegada a la presidencia de Jimmy Carter, el triunfo Sandinista en Nicaragua y la guerra civil en el Salvador y Guatemala hicieron pensar que la mancha del socialismo autoritario no tardaría en extenderse imparable. Y curiosamente fue en el seno de la izquierda norteamericana donde anidaría la visión intelectualizada, nunca abiertamente explicitada, pero siempre latente, que América Latina en definitiva, no estaba lista para ser una democracia, por lo que un modelo de socialismo paternalista y benévolo sería el summun a que los indígenas podríamos aspirar, visión compartida por toda la socialdemocracia europea.


Se equivocaron, allí agazapada en los lugares más inesperados, estaba la semilla de la libertad y al derrumbarse el imperio socialista, comenzó a fructificar; así Cuba hoy no es modelo de nada y la Nicaragua Sandinista, otrora orgullo de los manipuladores sociales, se convirtió en una sombra de la que casi nadie se acuerda y a la que muy pocos desearían volver.



CAMBIA LA MAREA


El desprestigio universal en que han caído el marxismo y el socialismo, no impide que aún en algunos círculos se siga actuando como quien no sabe hacia que lado se derrumbó el muro de Berlín; ahora ideas recicladas basadas en un tipo de colectivismo, y en reediciones de planteos indigenistas (en el mejor estilo del “buen salvaje”) o en una vuelta al caudillo nacionalista autoritario y providencial conforman los riesgos más serios que afronta, en el plano político, nuestra región.


Por cierto que en otras regiones del planeta surgieron formas como las dictaduras fundamentalistas de las sociedades islámicas que pueden encarnar en países como Irán, Sudán, Libia o Afganistán; pero todos ellos, a mas de anacrónicos, difícilmente se conviertan en “modelos” de vida o de desarrollo integral del ser humano. Por el contrario son sociedades que corren vertiginosamente hacia el pasado.


La consolidación de las libertades en América Latina deberá apoyarse efectivamente en dos pilares básicos; la libertad política y la libertad económica; la primera viene de la mano con la democracia, la segunda con el mercado libre, pero en nuestra región el peso de la historia y la tradición autoritaria actúan como una lápida, y si bien la historia no es algo fatídico, hay tendencias que no serán fáciles de revertir.


Puede hoy hablarse de un consenso político regional (al menos teórico) en contra de las dictaduras y los gobiernos “a caballo” si bien ese consenso se hace más estrecho cuando se pasa a discutir la cuestión de alcances y límites de las políticas de mercado.


Sucede que no todos los países avanzan con similar paso; para muchos las palabras privatización, libertad de precios, apertura de mercado, control del gasto público o reducción del Estado, son conceptos que deben ser aplicados en forma muy cautelosa; no ya por temor a quienes predican lo opuesto, sino por la necesaria cuota de realismo que lleva a considerar detenidamente las situaciones nacionales para medir tan precisamente como sea posible que es lo recomendable en cada caso concreto.



UNA CULTURA DEMOCRATICA


La libertad no admite triunfalismos ni dogmatismos, la doctrina de la libertad comienza por mantenerse bien alejada de todo dogmatismo y comprende que no tiene la respuesta prefabricada para todos y cada uno de los problemas económico-sociales. También es necesario aceptar, que si bien los progresos realizados en la última década son significativos, no garantizan su supervivencia, sino en la medida en que se hagan palpables para la mayoría de nuestros pueblos.


Es acá donde se evidencia la necesidad de crear una “cultura democrática” que cubra el espectro que va desde lo filosófico-conceptual hasta las cosas cotidianas; la idea, el intangible concepto de libertad y democracia se muere pronto si la mayoría de la población no percibe que esto tiene una influencia benéfica en su vida diaria. O peor aún, si la libertad y la democracia son percibidas como un beneficio que en realidad, solamente pueden disfrutar los que más poseen y que en definitiva no es sino otra forma de “gatopardismo” para preservar el status-quo.

¿Cuáles son las claves por las que la cultura de la democracia encarna tan difícilmente en los núcleos mayoritarios de la población?
La primera y más importante es la existencia de una visión paternalista del individuo, según la cual debe haber siempre una superestructura (se llame un grupo social de pertenencia, un partido político, un líder carismático) que va a decirle qué es lo que debe hacer, qué debe desear, qué soñar, en suma, le convierte en parte de una entidad amorfa e innominada; somos “los humildes”; los “sin techo”; los “inundados”; los “parados”; carecemos de nombre y apellido, sólo soñamos en forma vicaria por medio de la televisión y la posibilidad de un futuro individual merced al esfuerzo nos es ajena.

Claro que la aceptación pasiva de este status tiene la ventaja de permitir que nos descarguemos de la responsabilidad individual, nos brinda un acogedor cobijo en el “yo nada puedo hacer”, “hay que esperar” y nos lleva a poner los ojos en la aparición del líder providencial que todo lo arreglará, y una vez arreglado depositará un futuro brillante (que siempre es futuro) a mi puerta para que le tome y le disfrute.

En la supervivencia de estas visiones perversas tiene mucho que ver buena parte de la clase política tradicional que con las herramientas que provee la corrupción y el clientelismo encuentran formas de perpetuarse en el abuso del poder, al tiempo que se auto-erigen en la más negra de las pesadillas del ciudadano común cuando pasan a convertirse en “funcionarios”.

Especie de semi-dioses del subdesarrollo y la burocracia, detentadores del “sello” que abre o cierra la puerta a nuestros deseos, el funcionario se escuda en el anonimato burocrático que le hace ininputable e irresponsable y clama sumisión y dádivas para hacer lo que es su trabajo y por el que se le paga.

La segunda clave está en la importancia real que los gobiernos democráticos le otorgan a la educación, y no desde una perspectiva teórica, sino desde los fríos números del presupuesto, de los salarios que se asignan a quienes enseñan, de la infraestructura disponible y de la adecuación de los contenidos, no solamente a las exigencias del futuro, sino a la promoción de las libertades del ciudadano y de sus responsabilidades como guardián de esos que son sus derechos.

Este aspecto del problema nos retrotrae nuevamente a la “cultura democrática” y su reflejo en la vida diaria y a la percepción de la dupla libertad-democracia como la llave que abre la puerta a posibilidades nuevas. En tal sentido, si la percepción general es que una educación de calidad en un sistema democrático está sólo reservada a quienes pueden pagarla, estaremos cercenando la raíz más importante de la que se nutre la cultura democrática, la educación. No como igualadora artificial, sino como aquello que nos da las “herramientas” de conocimiento para que el individuo pueda desarrollar sus capacidades.


Finalmente un tercer elemento que no puede soslayarse y que ya fue insinuado: el clientelismo, como antítesis de la cultura política de la libertad. En la medida en que el clientelismo se establece como patrón de funcionamiento del sistema el individuo ve reducirse substantivamente su margen para ejercer un control efectivo sobre los actores políticos y pasa a ser parte de un engranaje basado en la complicidad mutua entre el caudillo y su clientela.



LAS DIFICULTADES NO SON POCAS


La democracia política, social y económica en América Latina es hoy formal que no real, más teórica que efectiva, y las instituciones democráticas son aún muy débiles y vulnerables.


Hay casos paradigmáticos como pueden ser los Parlamentos, el sistema judicial y las instituciones policiales. Sólo por citar unos pocos ejemplos, en Colombia, las estadísticas más conservadoras hablan de no menos del 60% del Parlamento recibiendo “contribuciones” del narcotráfico; en Argentina el escándalo de un Senado que supuestamente cobraba un “canon” para aprobar los proyectos del ejecutivo, costó la renuncia del Vicepresidente de la nación, o en Perú, donde en los últimos meses, no sólo vimos por televisión a un parlamentario recibiendo una dádiva del ejecutivo, sino que más de 11 legisladores electos por la oposición habían preferido convertirse al partido del triunfante Fujimori para, en los últimos 15 días “ver la luz” nuevamente y re-convertirse en opositores.


El país que más alta inversión (con respecto a su PBI) realiza en la justicia es Colombia; y paradojalmente es Colombia quien ostenta el dudoso galardón de tener la justicia más ineficiente del Continente, con un índice de condenas que no supera el 3% y la tasa de secuestros extorsivos mas elevada del mundo.


La justicia eficaz, rápida, independiente y al alcance de todos es una condición imprescindible para que los mercados puedan funcionar como tales, es allí donde el individuo palpa sus derechos como ciudadano y percibe en el concreto si la vida en democracia es algo mas que un rótulo teórico.

Es al amparo de la debilidad de las instituciones democráticas que la figura del caudillo, del líder, del hombre providencial se mantiene con vida en la imaginación popular llegando a la paradoja de ser mediante los mecanismos democráticos que el caudillo logra hoy llegar al poder justamente para volver al pasado autoritario. La génesis de este proceso no es compleja de hacer cuando se mira hacia años de corrupción e ineficiencia, donde los partidos políticos asaltados por una especie de autismo terminan representándose a sí mismos y a las elites que les manejan, mientras que el “hombre a caballo” sale a hablar con la gente, sin intermediarios, les propone un pacto personal, les pide una delegación directa y les dice lo que desean escuchar: Soy el hombre que va a terminar con la corrupción y enviar a su casa a los políticos ineptos... y saben qué... funciona.

¿Por qué? Porque las dos palabras que mas se escuchan desde México hasta Tierra del Fuego son: Corrupción e Inseguridad. Y esto nos lleva a dejar planteado otro interrogante, cuál es, hasta qué punto es el Estado en este Hemisferio capaz de garantizar en la práctica el ejercicio de las libertades por parte del ciudadano; porque si bien todas las constituciones nacionales son jurídicamente “garantistas”, en términos teóricos es, como ya señalamos, el ejercicio práctico de la libertad donde tenemos serios problemas.



¿CUÁLES SON LAS PERSPECTIVAS?


¿Hay futuro para la libertad en Hispanoamérica? La respuesta desafortunadamente no puede ser ni clara ni simple; no es el rotundo sí que desearíamos, es mas bien un ...tal vez... cargado de condiciones y presagios.


Sucede que un paneo sobre la realidad de nuestros países deja ver rayos de sol mezclados con densos nubarrones. La “ciudadanización” del individuo no es un proceso ni rápido ni fácil y requiere de una previa determinación política, las mas de las veces costosa de obtener sino se rompe en algún punto el ciclo del clientelismo.


Grandes sectores de nuestra población, no ven sino con completa indiferencia la lucha por la libertad, comprensible en la medida en que no les parece que esta afecte sus vidas en forma positiva. Tal es el caso de Venezuela, donde la conjunción de cansancio moral, ineptitud y corrupción hacen emerger un caudillo llegado merced al voto popular, que instaura un personalismo, por ahora democrático, pero que conlleva los peores efectos del paternalismo y en nada sirve para la institucionalización democrática.


O miremos a Colombia, un Presidente impecablemente electo; una de las elites mas endogámicas y cerradas del hemisferio, una guerra de cuarenta años, y un Estado impotente que no controla ni siquiera la totalidad de su geografía. En este contexto, libertad no es mas que una palabra hueca, para quienes carecen de caminos, luz, agua corriente o gas.


Qué decir del Perú o de Argentina, con su escándalo de cada día, una sociedad cortada horizontalmente con un segmento de la población viviendo en el siglo XXI y la “escuela rancho” a la vuelta de la esquina. Cómo obviar los tremendos contrastes y desigualdades de Brasil.

Las amenazas a la libertad están ahí, y parecen provenir de dos sectores bien diversos. En primer término del propio liberalismo, cuando se convierte en abanderado de un capitalismo sin control, hablando de pautas de mercado en lugares que sobreviven merced a una economía de trueque; o bien cuando un Estado lleva adelante una política de privatizaciones corruptas, donde la clase política se enriquece a cambio de dar a la empresa privada manos libres para expoliar a un mercado cautivo. Finalmente las amenazas llegan también de lo que yo denomino un “liberalismo abstracto” que deviene dogmático, sin contacto con la realidad, sino a través de cifras, y que comienza a repetir lo que durante años criticó: Recetas iguales para realidades diferentes (buena parte de la crisis del Fondo Monetario Internacional se debe a esto) y que en vez de centrar sus políticas en el crecimiento del mercado con integración social, aumenta lo que hoy se denomina “exclusión social” con lo que las posibilidades de violencias crecen exponencialmente.

Al otro gran sector lo englobo bajo la frase: “los guerreros contra la globalización” expresión que reúne a marxistas desencantados, extremistas racistas, cultores de diversas supremacías, hasta socialistas autoritarios y nacionalistas xenófobos. Obviamente de tal mezcla no puede esperarse una crítica coherente y articulada, mucho menos soluciones; es más bien un movimiento visceral folklórico, que conjuga la diatriba contra la empresa transnacional con la preocupación ecológica y un difuso indigenismo pero que sin embargo se comunica por Internet.


Si estas tendencias capturan la adhesión de las mayorías, la libertad volverá a hibernar, si por el contrario se progresa en la ciudadanización del individuo, en el desarrollo de su autoestima y la fe en sí mismo como hacedor activo de su futuro, el árbol de la libertad tiene posibilidades de consolidar sus raíces y crecer.
Por Julio Cirino en http://www.ilustracionliberal.com/8/un-viaje-imaginario-por-la-dificil-geografia-de-la-libertad-julio-cirino.html