viernes, 25 de noviembre de 2011

Guy Sorman: "El problema de Argentina no es cultural, sino de la economía y la calidad de las instituciones "

El pensador francés Guy Sorman opinó que es “completamente erróneo” decir que “Argentina no anda bien porque tiene la cultura equivocada”, ya que, a su criterio, ésta “no juega un rol decisivo”, aunque sí lo hacen “el entorno económico y la calidad de las instituciones”.

“En economía trabajamos con estadísticas y la noción de que la cultura es un factor decisivo en el desarrollo de la economía es falsa. Hoy se ve que uno puede ser chino, hindú, católico o protestante y puede ser perfectamente capaz de construir una economía”, especificó.

Sorman advirtió que “si el Estado es impredecible, si la ley es impredecible, no va a haber un desarrollo económico ni en Francia ni en ningún lugar”

Evaluó que “Argentina tiene muchísimos recursos naturales pero no tiene capital intangible”, y destacó que “cualquier reflexión sobre desarrollo futuro debe tener en cuenta las cuestiones de seguridad social, salud y jubilatorias”.

Al disertar en la jornada de cierre del Coloquio Anual del Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA), reconoció que el presidente francés, Nicolas Sarkozy, “no tiene todavía a América Latina ni a Argentina en el mapa”.

Sorman dijo también que “los incentivos” para los trabajadores son claves para aumentar la productividad de las empresas y calificó de “estúpidas” las maniobras de los bancos centrales de algunos países para controlar el tipo de cambio.

En ese sentido, consideró que son “estúpidas” las decisiones “de manipular la moneda, para arriba o para abajo”. “La noción de incentivos abre las puertas de las civilizaciones”, y opinó que “el libre comercio es bueno y la inflación está equivocada”, agregó.

Analizó que el triunfo de Sarkozy en las elecciones de julio de 2007, cuando se impuso en un ballottage con 53 por ciento de los votos, ante la socialista Segolene Royal, se concretó porque “la plataforma del trabajo en base a incentivos fue buenísima”.

El periodista, economista, filósofo y escritor consideró, por otra parte, que “los empresarios deberían explicar a la opinión pública cómo funciona la economía”, ya que “la gente no entiende demasiado” sobre la cuestión.

También subrayó que “en todo el mundo, desde la historia de la humanidad, tenemos un crecimiento global de 5 por ciento anual por todo el mundo gracias a mercados libres, la liberalización, la estabilidad de la moneda y el fortalecimiento de la democracia”.

Mencionó que en Francia “el sector público se ha convertido en algo sumamente atractivo”, y que “ha aumentado en forma impresionante” allí la fuerza laboral, al representar “25 por ciento” del total de los empleados, “con sueldos que se comparan con el sector privado”.

También resaltó que en su país evitaron el “desastre” de la inflación, lo que “podría haber sido consecuencia de un estancamiento”, debido a que “el gobierno francés, a Dios gracias, no controla la moneda local”.

En otro orden, manifestó que el liderazgo económico de Estados Unidos “ha aumentado impresionantemente desde la década del ‘80” porque “trabajan más” que el resto de las naciones.

Por último, indicó que el crecimiento de China “se basa en explotación de la población rural, que representa a 80 por ciento de los 1.400 millones de habitantes, y dijo no creer que el país asiático tenga “un modelo sustentable”.

“Si hubiese recesión en el mercado norteamericano, se acabó el milagro chino”, vaticinó Guy Sorman.
en http://www.ideared.org/coloquio43/sintesis/sorman_guy.asp

martes, 15 de noviembre de 2011

¿Para qué ser libres?

Por lo pronto hay que decir que el hombre no puede dejar de ser libre en el sentido de que se ve impedido a tomar decisiones. Si, paradójicamente se ve forzado a ser libre. No puede renunciar a su naturaleza, no puede convertirse en un avión ni en una lapicera, es un ser humano y como tal debe decidir constantemente entre diversos cursos de acción. Incluso cuando decide quedarse quieto está eligiendo, prefiriendo y optando. También cuando delega sus decisiones en otro, está revelando su libertad. En resumen, el ser humano es libre a pesar suyo.

Ahora bien, esa libertad puede ser ancha como un campo abierto o puede convertirse en un sendero estrecho, angosto y oscuro en el que apenas se pasa de perfil. Lo uno o lo otro dependen de que los hombres entre si no restrinjan la libertad del prójimo por la fuerza. No dejamos de ser libres porque no podemos volar por nuestros propios medios, ni dejamos de gozar de la libertad porque no podemos dejar de sufrir las consecuencias al cometer actos estúpidos, ni somos menos libres debido a que no podemos desafiar las leyes de gravedad ni las ineludibles leyes biológicas. Solo tiene sentido la libertad en el contexto de las relaciones sociales y, como queda dicho, se disminuye cuando otros hombres se interponen recurriendo a la violencia.

No debe confundirse libertad con oportunidad. El que no es un atleta no tiene la oportunidad de ganar el premio de cien metros llanos y el que no dispone de los recursos suficientes no cuenta con la oportunidad de adquirir una mansión. Se trata de dos conceptos distintos. El náufrago en una isla desierta dispondrá en general de muchas menos oportunidades que el que habita en una ciudad, pero no por eso es menos libre. La naturaleza impone restricciones a las oportunidades así como también las imponen las conductas humanas y las condiciones sociales pero si no media la fuerza, hay libertad. Solo puede ser restringida si se recurre a la fuerza lesionando derechos. Lo contrario significaría un uso arbitrario y del todo inconducente respecto del sentido de la libertad.

Thomas Sowell aclara muy bien las confusiones y los usos inadecuados de conceptos cuando escribe en su Knowledge and Decisions : “¿Qué libertad tiene un hombre que se está muriendo de hambre? La respuesta es que el hambre constituye una condición trágica, tal vez más trágica aun que la pérdida de la libertad. Pero eso no impide que se trate de dos cosas bien distintas. No es relevante la importancia se le atribuya a lo desagradable que resulta el endeudamiento y la constipación pero un laxante no eliminará la deuda y un aumento de sueldo no permitirá la regularidad del vientre. Del mismo modo, en cuanto a bienes apetecidos, el oro puede considerarse jerárquicamente superior que la manteca, pero no puede untarse un sándwich con oro ni comérselo como nutriente. La jerarquía que se le atribuya a las cosas no puede confundir las que son distintas. El mero hecho de que algo puede ser más importante que la libertad no hace que ese algo se convierta en libertad”.

Cuanto menos margen de libertad se permita al hombre, ya sea por los manotazos del Leviatán o por la violencia de otros sustentados en la mera fuerza bruta, más se lo asemeja al animal no racional y más se lo despoja de sus atributos y condiciones propiamente humanas. Cuanto más ocurra esta desgracia más precaria y gaseosa se convierte la vida.

Pensemos en lo que podemos y no podemos hacer al efecto de medir nuestras libertades. Solo unas poquísimas preguntas de lo más cercano a la vida diaria despejará el tema. ¿Están abiertas todas las opciones cuando tomamos un taxi? ¿Ese servicio puede prestarse sin que el aparato estatal decida el otorgamiento de licencias especiales, el color del vehículo, la tarifa y los horarios de trabajo? ¿Cuándo elegimos el colegio de nuestros hijos, la educación está libre de las imposiciones de ministerios de educación? ¿Puede quien está en relación de dependencia liberarse de los descuentos compulsivos al fruto de su trabajo? ¿Puede elegirse la afiliación o desafiliación de un sindicato o no pertenecer a ninguno sin sufrir las decisiones de los dirigentes? ¿Puede exportarse e importarse libremente sin padecer aranceles, tarifas, cuotas y manipulaciones en el tipo de cambio? ¿Pueden elegirse los activos monetarios para realizar transacciones sin las imposiciones del curso forzoso? ¿Hay realmente libertad de contratar servicios en condiciones pactadas por las partes sin que el Gran Hermano se interponga, meta sus narices y constriña? ¿Hay libertad de prensa sin contar con agencias gubernamentales de noticias, pautas oficiales, diarios, radios y estaciones televisivas estatales y sin la propiedad del espectro electromagnético que impone la figura de las concesiones gubernamentales? ¿Hay mercados libres con pseudoempresarios que hacen negocios con los gobiernos de turno y las consecuentes prebendas y privilegios? ¿Puede cada uno elegir la forma en que preverá su vejez sin que el aparato estatal imponga retenciones al salario?

La decadencia de la libertad no aparece de un solo golpe. Se va infiltrando de contrabando en las áreas más pequeñas y se va irrigando de a pocos al efecto de producir estados de anestesia en los ánimos. Pocos son los que dan la voz de alarma cuando el cercenamiento de libertades no le toca directamente el bolsillo. Es como el cuento de aquel que vio como aniquilaban la libertad del verdulero, pero no decía nada porque no era verdulero, vio como interferían con la libertad del zapatero pero no dio la voz de alarma porque no era zapatero y así sucesivamente hasta que entraron a su casa para amordazarlo pero ya era tarde porque no lo dejaron hablar.

Es como dice el poeta “Me acusa el corazón de negligente/ por haberme dormido la conciencia/ y engañarme a mi mismo y a la gente/ por sentir la avalancha de inclemencia/ y no dar voz de alarma claramente”.

Tocqueville en La democracia en América nos dice que “Se olvida que en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra”.

No hay nadie que no declame a favor de la libertad, el asunto es que se quiere decir con esa expresión. Ya Marie-Jeanne Roland, cuando era conducida a la guillotina en plena contrarrevolución francesa, exclamó ¡Libertad, cuantos crímenes se comenten en tu nombre! Por su parte, Anthony de Jasay escribe que “Amamos la retórica y la palabrería de la libertad a la que damos rienda suelta más allá de la sobriedad y el buen gusto, pero está abierto a serias dudas si realmente aceptamos el contenido sustantivo de la libertad”.

El liberalismo significa el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros. Nada más y nada menos, la sociedad abierta significa que cada uno puede hacer lo que le venga en gana con lo propio sin rendir cuentas a nadie, siempre que no vulnere igual facultad de otros. Los megalómanos que quieren fabricar el “hombre nuevo” y demás dislates y sandeces siempre conducen al cadalso. El antropomorfismo del Estado (siempre con mayúscula, sin que se use el mismo criterio para el mucho más respetable individuo), hace que se personifique ese aparato y se le atribuyan todas las virtudes imaginables y todas las responsabilidades para que la gente sea buena. Tamaño despropósito niega la idea del agente moral y destruye la noción más elemental de justicia que, según la clásica definición de Ulpiano, consiste en “dar a cada uno lo suyo”.

La maximización de la libertad es indispensable por el oxígeno que brinda para poder vivir humanamente, no por otra cosa que siempre le estará subordinada. Nada se gana con tener todo lo demás si se es un esclavo. Además, las naciones libres cuentan con condiciones de vida infinitamente superiores a las que se encuentran sumidas por los dictados de autócratas confesos o disimulados, pero esto es un adicional, que si bien muy importante no reemplaza la dicha de ser libre, no reemplaza la posibilidad feliz de mantener y celebrar la situación propiamente humana.

¿Cuántas personas hay que no hacen absolutamente nada por la libertad? ¿Cuántos hay que creen que son otros los encargados de asegurarles el respeto a sus libertades? ¿Cuantos son los indiferentes frente al avasallamiento de la libertad de terceros? ¿Cuántos los que incluso aplauden el entrometimiento insolente del Leviatán siempre y cuando no les afecte su patrimonio e intereses de modo directo? Afortunadamente todavía hay quienes se quejan amargamente de esta situación y proponen soluciones, pero muchas veces es como si estuvieran gritando desde un pozo profundo, oscuro y con muy mala acústica. Forman parte del remnant de que nos habla Isaías. 

Es en verdad triste observar documentales en los que se divisan siluetas cadavéricas desplazarse como zombies en caravanas interminables con algún bultito al hombro, dirigidos por los bestias totalitarios de cualquier rincón del orbe. Para las víctimas ya fue tarde, van al despeñadero, dejaron de ser humanos, no solo se los trata como animales sino que tienen arada el alma y achurada en tajos y rebanadas de una pavorosa profundidad que se abren a un vacío ilimitado de dolor y llanto interior. 

En otros casos, se ven sujetos bien vestidos, con portafolios y celulares desplazándose en automóviles de lujo que albergan en residencias descomunales pero sus vidas y su suerte están prendidas y atadas a los dictados de funcionarios gubernamentales sedientos de poder que manejan a estas pseudopersonas como marionetas, mientras estos títeres que no solo se han dejado violar y dejado que se masacre espiritualmente a otros, sino que les brindan apoyo irrestricto a sus carceleros con tal de tener gratificaciones corporales aunque hayan rematado su espíritu y hayan dejado de ser personas.

Entonces ¿por qué ser libres?, por la sencilla razón que de ese modo nos elevamos a la categoría de seres humanos y no nos rebajamos y degradamos en la escala zoológica, por motivos de dignidad y autoestima, para honrar al libre albedrío del que estamos dotados, para poder mirarnos al espejo sin que se vea reflejado un esperpento y, sobre todo, para poder actualizar nuestras únicas e irrepetibles pontencialidades en busca del bien. Con esto se juega nuestro destino, ¿puede concebirse algo de mayor importancia?

miércoles, 2 de noviembre de 2011

J. F. Revel: Un ejemplo de coraje

“El viejo truco de los dictadores disfrazados de demócratas siempre ha consistido en practicar […] reelecciones perpetuas a la presidencia” escribe Jean-François Revel en sus memorias (Diario de fin de siglo, Barcelona, Ediciones B, 2002). Estas y otras preocupaciones desvelaban a Revel respecto a los extravíos de la democracia que ya había subrayado en How Democracies Perish (New York, Doubleday & Co, 1983), pero consignó sus alarmas sobre la degradación creciente de esa forma de gobierno al límite de consignar en el prólogo que escribió a mi libro Las oligarquías reinantes (Buenos Aires, Atlántida, 1999) que “Lo más inquietante es que esta colosal impostura tiene lugar tanto en países que se denominan democráticos, es decir, donde el poder surge de elecciones libres como en regímenes autoritarios, africanos y asiáticos ¿La democracia no será más que el nombre pomposo de algo que no existe? No seamos tan pesimistas. Más bien es a la insuficiencia de la democracia lo que debemos incriminar” y destacó sus sobresaltos en un libro con un título optimista: El renacimiento democrático (Madrid, Plaza & Janes, 1992) al puntualizar el problema que lo perturbaba en el capítulo sugestivamente titulado “La putrefacción por la cabeza o la cleptocracia”.


La democracia es entendida como una forma de gobierno en la que se elige por mayoría de sufragios pero su parte sustantiva consiste en el respeto a los derechos de las minorías. Tal es la interpretación de autores como Benjamin Constant o Giovanni Sartori. También es entendida como un simple procedimiento sin abrir juicios de valor sobre las metas o resultados. Esta es la interpretación de autores como Rosseau o Hans Kelsen. Pero si se trata de no abrir juicios de valor ¿por qué no sugerir la dictadura en lugar de la democracia? Si hubiera oposición a proclamar un dictador quiere decir que hay en la trastienda un juicio de valor, en este caso, para proteger derechos, lo cual nos retrotrae a la primera acepción. La preocupación de Revel -que compartimos ampliamente- estriba en el desbarranque de esta interpretación original y fundadora, la cual está expuesta de modo muy ajustado por James Bovard en su Freedom in Chains: “Sostener que el derecho de la mayoría es ilimitado significa que no existen los derechos de los individuos. Sin embargo, si el individuo carece de derechos ¿en que consiste el derecho de la mayoría? Si el individuo equivale a cero ¿cómo puede la multiplicación de ceros ser mayor a cero?”.

Nuestro personaje nació en 1924 con el nombre de Jean-François Ricard que permutó por el de Revel y murió en 2006 después de una vida intensa en proyectos y jugosas aventuras intelectuales. Fue un socialista activo hasta que algunos de los escritos de Raymond Aron lo transformaron al liberalismo, tradición de pensamiento que abrazó durante la más prolífica parte de su vida en la que demostró un extraordinario coraje moral para contradecir y contrarrestar a todos los totalitarismos y una sobresaliente honestidad intelectual en sus debates y exposiciones.

Estudió filosofía en la École Normale Supérieure y enseñó esa disciplina en Argelia, Italia y México país este último donde aprendió el castellano al que recurría frecuentemente con gran soltura. Fue colaborador y director de varios de los periódicos más prestigiosos de Francia. Lo invité a pronunciar conferencias a Buenos Aires y participé con el en varios seminarios en España donde pude constatar su cortesía, su rasgo descollante de buen conversador y su peculiar y muy atractivo sentido del humor.

Es enormemente variado el repertorio de Revel (incluso ha escrito sobre aspectos muy sofisticados de la gastronomía…por otra parte, de primera mano me consta su reiterada y pantagruélica ingesta de jamón crudo y jerez). En Sobre Proust (México, Fondo de Cultura Económica, 1988) apunta que “Una de las ideas que formulo en este libro es que Proust siempre parte de algo que ha vivido y experimentado, que no construye ficciones”. Esto es de gran interés, paradójicamente en el ámbito de la ficción: hay novelistas que parten de la pura creación y otros que necesitan escalar desde hechos por ellos conocidos, de lo contrario quedan atrapados en el “síndrome de la página en blanco”. No puede decirse cual de los dos caminos produce mejores resultados pero aparece como más admirable el sacar las cosas de la nada como una gesta parturienta que genera más estupefacción. También en este libro Revel enfatiza la distinción de Proust entre el “yo creador”, el “yo profundo de cada persona” que es “diferente del yo de la vida cotidiana, ajeno a las conversaciones ordinarias sin relación a la personalidad que mostramos habitualmente a los demás”, es decir, bien distinto al “yo superficial de la vida”.

En su célebre La tentación totalitaria (Buenos Aires, Emecé Editores, 1976) afirma que en los corredores de las izquierdas “se sostiene que las sociedades liberales son malas por naturaleza […] una sociedad comunista, aunque esté reducida a un inmenso campo de concentración poblado por individuos que luchan penosamente para sobrevivir, es una sociedad progresista. La sociedad capitalista liberal, al margen de cualquier evaluación de la vida que se lleva en ella, es una sociedad que merece la destrucción”.

En El conocimiento inútil (Barcelona, Planeta, 1988) consigna que “La reivindicación de la `identidad cultural` sirve, por otra parte, a las minorías dirigentes del Tercer Mundo para justificar la censura de la información y el ejercicio de la dictadura. Con el pretexto de proteger la pureza cultural de su pueblo, esos dirigentes lo mantienen tanto como les es posible en la ignorancia de lo que sucede en el mundo y de lo que piensan de ellos”.
En El monje y el filósofo (Barcelona, Ediciones Urano, 1998) que consiste en un diálogo con su hijo, Matthieu Ricard, ex biólogo nuclear y ahora monje budista, Revel concluye que “La idea directriz del Siglo de las Luces y, más tarde, del socialismo `científico` de Marx y Lenin es, en efecto, que la alianza de la felicidad y de la justicia ya no pasaría en el futuro por una indagación individual de la sabiduría, sino por una reconstrucción de la sociedad en su conjunto […] La salvación personal se encuentra desde entonces subordinada a la salvación colectiva […] esta ilusión, es la madre de los grandes totalitarismos del siglo xx”.

En La obsesión antiamericana (Barcelona, Ediciones Urano, 2003) Jean-François Revel pone de manifiesto el complejo de inferioridad y la envidia de los antinorteamericanos clásicos: los que sostienen que en Estados Unidos todo se resuelve con la billetera, dándole deliberadamente la espalda a que es el país que, en proporción a sus habitantes, genera las obras filantrópicas más portentosas del planeta, el mayor número de visitas a museos, la mayor cantidad de orquestas sinfónicas, la mayor producción de libros científicos, las universidades más espectaculares, la justicia más independiente del orbe y el espíritu religioso más acendrado. Es como dice Carlos Rangel, a quien cita nuestro autor en este libro de la siguiente manera: “Para los latinoamericanos constituye un escándalo insoportable que un puñado de anglosajones, llegados al hemisferio mucho después que los españoles y en un clima tan crudo, que poco faltó para que ninguno de ellos sobreviviese a los primeros inviernos, hayan llegado a ser la primera potencia del mundo”. Por supuesto - agregamos nosotros- hoy aparecen justificadas críticas a gobiernos estadounidenses por razones bien distintas: debido a que esos gobernantes lamentablemente adoptaron muchas de las medidas estatistas que los antinorteamericanos clásicos incorporaron con entusiasmo en sus propias tierras desde tiempo inmemorial.
Dado el espacio limitado de que naturalmente se dispone en una columna periodística, refrescaré más o menos telegráficamente, con citas contundentes del autor, un tema que sobrevuela casi todos los escritos de Revel: la similitud entre el fascismo y el nacionalsocialismo con el comunismo y las diversas variantes de socialismo. Este punto crucial está principal aunque no exclusivamente expuesto en La gran mascarada (Buenos Aires, Taurus, 2000).

Allí refleja los siguientes pensamientos: “Lo que marca el fracaso del comunismo no es la caída del Muro de Berlín, en 1989, sino su construcción en 1961. Era la prueba que `el socialismo real` había alcanzado un punto de descomposición tal que se veía obligado a encerrar a los que querían salir para impedirles huir”. “Si, por ejemplo, un liberal le dice a un socialista que en la práctica, el mercado parece un medio menos malo para lograr la asignación de los recursos que el reparto autoritario y planificado, el socialista responderá inmediatamente que el mercado no resuelve todos los problemas. ¡Claro! ¿Quién ha dicho semejante sandez? Pero como el socialismo fue concebido con la ilusión de resolver todos los problemas, sus partidarios presentan a sus oponentes la misma pretensión. Ahora bien, felizmente no todo el mundo es megalómano. El liberalismo jamás ha ambicionado construir una sociedad perfecta […] Se juzga al comunismo por lo que se suponía que iba a proporcionar y al capitalismo por lo que efectivamente proporciona […] el comunismo siempre fue, siempre es, intrínsecamente criminógeno y, por ello, no se distingue del nazismo”.

Enfatiza que el socialismo “promete la abundancia y engendra la miseria, promete libertad e impone la servidumbre, promete la igualdad y desemboca en la menos igualitaria de las sociedades, con la nomenklatura, clase privilegiada hasta un nivel desconocido incluso en las sociedades feudales. Promete el respeto a la vida humana y procede a ejecuciones en masa; el acceso de todos a la cultura y engendra un embrutecimiento generalizado; el `hombre nuevo` y fosiliza al hombre […] No existen verdugos `buenos` y `malos`. ¿Es menos grave ser asesinado por Pol Pot que ser asesinado por Hitler? No tiene sentido establecer una distinción entre víctimas de los totalitarismos negro o rojo […] Si el nazismo y el comunismo han cometido genocidios comparables por su amplitud, por no decir por sus pretextos ideológicos, no es en absoluto debido a una determinada convergencia contra natura o coincidencia fortuita debidas a comportamientos aberrantes sino, por el contrario, por principios idénticos, profundamente arraigados en sus respectivas convicciones y en su funcionamiento”.

Y continúa explicando que “En su État Omnipotent, Ludwig von Mises, uno de los grandes economistas vieneses a los que el nazismo obligó a emigrar, compara las diez medidas de emergencia preconizadas por Marx en el Manifiesto Comunista (1848) con el programa económico de Hitler. `Ocho de los diez puntos` señala irónicamente von Mises `fueron ejecutados por los nazis con un radicalismo que hubiera encantado a Marx`. En 1944 Friedrich Hayek consagra también en su Camino de servidumbre  un capítulo a `las raíces socialistas del nazismo` […] No se puede entender la discusión sobre el parentesco entre el nazismo y el comunismo si se pierde de vista que no solo se parecen por sus consecuencias criminales sino también por sus orígenes ideológicos. Son primos hermanos intelectuales […] En el terreno de las ideas hay un núcleo central común al fascismo, al nazismo y al comunismo: el odio al liberalismo”. En definitiva, concluye Revel que todas las variantes de socialismo desde el nacionalsocialismo al comunismo son “crematorios de la libertad”.
En una oportunidad, caminando juntos por las callecitas de Murcia, este distinguido señor me dijo con vehemencia que sentía que todo lo que hacía era empujado por una vocación irresistible. Esto me recuerda lo escrito por Octavio Paz en La Nación de Buenos Aires: “La vocación comienza con un llamado. Es un despertar de las facultades y disposiciones que dormían adentro de nosotros y que convocadas por una voz que viene de no sabemos donde, despiertan y nos revelan una parte de nuestra intimidad. Al descubrir nuestra vocación nos descubrimos a nosotros mismos”.

Los múltiples escritos de Revel son suficientes para probar el calado de este intelectual sobresaliente, pero al conocerlo de cerca surge aun con más nitidez su propósito de señalar el camino de la sociedad abierta sin desmayo y sin claudicaciones ni componendas de ninguna naturaleza, en soledad y sin considerar los costos de su conducta. Su coraje moral y su honestidad intelectual son las dos virtudes que se encuentran tras la riquísima información y cultura que ha desplegado quien continuará entre nosotros a través de sus numerosos trabajos, todos expuestos con una pluma envidiable, un esqueleto conceptual de notable solvencia y una apertura mental digna de un liberal excelso.
Por Alberto Benegas Lynch (h)
en http://independent.typepad.com/elindependent/2011/10/j-f-revel-un-ejemplo-de-coraje.html