sábado, 13 de marzo de 2010

Tema polémico: ser liberal no es ser de "derecha"

En cuanto a posiciones políticas, quizá los términos más comunes con los que la gente se identifica y que la academia, los medios de comunicación y la población en general reconocen, son izquierda-derecha. Esta dicotomía se ha usado, comúnmente, para denotar a quienes apoyan el comunismo (izquierda) frente a los que prefieren el capitalismo (derecha), pero cayendo en un burdo simplismo con importantes consecuencias, todo lo cual queremos abordar en este Tema Polémico.

En ASOJOD queremos centrarnos en explicar que el liberalismo y la derecha, aunque típicamente se han considerado "hermanos" o, incluso, equivalentes, son sumamente diferentes. Para ello, primero hay que explicar qué se entiende por "derecha". Sin entrar en mucho detalle, la dicotomía izquierda-derecha se popularizó luego de la II Guerra Mundial, con el inicio de lo que se conoció como Guerra Fría, una disputa geopolítica entre las potencias socialistas -lideradas por la antigua URSS- y las capitalistas -comandadas por USA-. Se suponía que era el enfrentamiento entre opresión y libertad, entre un Estado centralizado y un mercado descentralizado. Frente a ello, académicos, políticos y demás, comenzaron a desarrollar sus propias teorías para explicar la dicotomía, pero siempre entendiéndola como un continuum con dos extremos -izquierda y derecha- en los cuales, los actores se movían en una línea que marcaba diferencias de grado.

Sin embargo, esa caracterización hoy día, está superada o, al menos, debería estarlo. ¿Por qué? Básicamente por dos razones: 1) es anacrónica y 2) es simplista. En cuanto a la primera, es obvio que superada la Guerra Fría, no hay bloques de poder tan claramente definidos como en su momento, sino que el poder se ha distribuido en una multiplicidad de actores que deben ser considerados en el análisis. La segunda tiene que ver no sólo con la ideología, sino con los intereses. No sólo hay más actores, sino que el desarrollo teórico-filosófico demuestra que los bloques "izquierda" y "derecha" no son monolíticos e, incluso, contienen elementos que no calzan en su caracterización. Primero, es imposible pensar que hay un grupo de corrientes socialistas uniformes: las diferencias entre marxistas, stalinistas, luxemburguistas, comunistas, troskistas, maoístas y demás, así lo demuestran, al igual que las divergencias entre los que se consideran "capitalistas". Es muy irresponsable, desatinado y hasta irrisorio, ver que se considere como pares a liberales, socialdemócratas, fascistas y otros grupos que, comúnmente, se ha dicho no son socialistas. Ante ello, ningún analista serio -este término definitivamente excluye al ejército de charlatanes que, con título o sin título que los califique, pretenden entender y explicar la política- usaría actualmente esa categoría de izquierda-derecha, sea para explicar la economía, la política, el derecho, la sociología o cualquier otra disciplina, pues la teoría ha avanzado lo suficiente como para dejar claro que existe una multiplicidad en el pensamiento y que las marcadas diferencias impiden que se les clasifique en un plano unidimensional.

Pues bien, la realidad demuestra que esos charlatanes e irresponsables son los que dominan los medios de comunicación, las aulas de los diferentes niveles educativos y el discurso público, toda vez que aún hoy es fácil escuchar a alguien relacionar a corrientes de pensamiento claras con esas categorías superadas. Justamente ese es el caso que queremos abordar, cuando se considera al liberalismo como parte de la derecha, hermanándolo con el fascismo o la socialdemocracia.

Empecemos por explicar, grosso modo, los principios fundamentales del liberalismo o, por lo menos, los que fungen como común denominador entre las diferentes ramificaciones de esta corriente. Fundamentalmente, quienes se ubican en esta corriente comparten su aprecio por la libertad, el individualismo, el mercado como mecanismo de generación y distribución de riqueza, la descentralización de la información, la propiedad privada, la reducción del Estado y la iniciativa y decisión privadas. Por su parte, las características principales de la socialdemocracia son la intervención del Estado en las decisiones de los ciudadanos, la distribución de la riqueza, los derechos colectivos o sociales, la supeditación de lo individual a lo colectivo, entre otras. Queda claro que no son lo mismo.

Con el fascismo también existen diferencias que hacen que el liberalismo sea diametralmente opuesto. Hoy día, esos charlatanes e irresponsables de los que hablábamos en párrafos anteriores, dicen que las dictaduras militares en Chile y Argentina o que el "imperialismo" estadounidense son sinónimo de liberalismo. Nada más errado. Si bien es cierto que en Chile se tomaron algunas medidas liberales -reducción de aranceles, privatización de empresas estatales, transformación del sistema de pensiones, pasando de un esquema de reparto a uno de capitalización individual, potencialización de la libre competencia, desrregulación, etc.- lo cierto es que se llevaron a cabo en un contexto muy particular, caracterizado por la falta de libertad en otros ámbitos de la vida y por la existencia de una dictadura atroz y violatoria de los derechos individuales. Inclusive, en la actualidad, es posible observar cómo en ese país todavía persiste una defensa y un enfoque de libertad económica, pero no de libertad civil, política, decisional, etc. Temas como el aborto, la unión civil de personas del mismo sexo, entre otros, se mantienen con un bajo perfil, posiblemente por la influencia de la religión, que en esa nación es un factor muy importante para el conservadurismo.

En cuanto a Argentina, lo único en que coincidió con el liberalismo fue en un incipiente proceso de apertura económica que, hasta la fecha, no se ha consolidado por causa del imperante mercantilismo existente en esa sociedad. Si bien es cierto que algunos intentos por sacar al Estado de varios ámbitos de la economía tuvieron lugar -como en el caso de las privatizaciones- todo esto no se dio en un ambiente de libertad. Las empresas estatales no se vendieron como en una economía de mercado -donde no existen barreras de entrada para los competidores- sino que le fueron traspasadas a personas cercanas al Gobierno. El proteccionismo comercial, la corrupción, el despilfarro de los fondos públicos y las medidas anticompetitivas -impuestos altos, regulaciones absurdas, burocracia y tramitología- son elementos evidentes en el funcionamiento de ese país.

Por su parte, Estados Unidos -calificado por los partidarios de la teoría de la conspiración como "imperialista"- es un vivo ejemplo de todo lo que NO es liberalismo. Esa sociedad abandonó las ideas liberales desde la década de los 30, cuando se pusieron en marcha las políticas keynesianas diseñadas para la supuesta salvación de la economía y que, hasta estos días, no han sido eliminadas. Todavía persisten altos subsidios, enorme gasto estatal, regulaciones odiosas y una compra-venta de favores políticos que, aunque importante y destructiva, no alcanza los niveles de los países latinoamericanos.

Como podrán ver, y para confirmar los invitamos a investigar más acerca del pensamiento liberal, quienes creemos en la libertad verdaderamente, lo hacemos como un valor indivisible: no se puede hablar de libertad económica sin libertad civil o política y viceversa. Por ello, repudiamos todo uso de la fuerza y la coerción, todo impedimento a que los individuos piensen, se expresen, se asocien y busquen los fines que desean.

Los liberales creemos que el Estado debe salir completamente de la economía y de la vida de los ciudadanos, dedicándose únicamente a brindar protección a su vida, libertad y propiedad, y no a subsidiar pobreza, intervenir mercados, regular actividades productivas ni obstaculizar las decisiones individuales. Pensamos que el Estado no debe tener empresas, hospitales, escuelas, colegios o universidades, sino que todo eso debe ser privado, pero en un sistema donde libremente se pueda competir y escoger, no donde los políticos le aseguren un monopolio a los empresarios.

Defendemos la iniciativa privada para que las personas, haciendo uso de sus recursos, puedan escoger la actividad a la que desean dedicarse para obtener ingresos y que los otros individuos, libre y voluntariamente, decidan si premian o castigan su esfuerzo. Procuramos que las relaciones entre las personas se basen en el intercambio, definiendo cada parte lo que considera como valor y transándolo según los términos que ellos escojan, sin intervención de terceros.

Rechazamos los subsidios, los impuestos y el absurdo gasto público que tienen la mayoría de los Estados actuales, pues quitarle riqueza a quienes la han producido por su esfuerzo y talento para dársela a quienes no la han producido es inmoral. Además, es ineficiente, pues las personas no salen de la pobreza con base en bonos, becas y demás ayudas estatales, sino por la búsqueda de oportunidades de mercado, es decir, por la creatividad y capacidad para satisfacer necesidades de consumo.

Ser liberal no es ser de derecha. El fascismo pretende colocar valores colectivos por encima de los individuales; supeditar a las personas a entelequias como "patria", "bien común", etc. que no son otra cosa que el camuflaje para que unos utilicen a otros como medios para alcanzar sus fines. El fascismo se basa en el corporativismo, esto es, el Estado definiendo quiénes son los ganadores y perdedores de la actividad política y económica, dirigiendo la producción, asignando beneficios a sus amigos y perjuicios a sus enemigos, mientras el liberalismo busque que sean los consumidores los que premien o castiguen.

La socialdemocracia o el socialcristianismo coinciden con el fascismo en la supeditación del individuo. Para esas corrientes, siempre hay algo más importante que la persona como para obligar a esta a ser un simple medio, despojándola de su riqueza, su talento, su trabajo, su esfuerzo y su dignidad. Comparten como valor que el individuo no es, para esas corrientes, más que un instrumento a disposición del político de turno para la consecución de valores antojadizos y caprichosos, basados en las ocurrencias y perversiones.

El liberalismo, por el contrario, es la única corriente de pensamiento que respeta la diversidad, aunque sea en su contra. La única que no pretende obligar a las personas a contribuir en el alcance de fines que no le son propios, la única que respeta al individuo como un ser que requiere, como condiciones sine qua non, la libertad, la propiedad y la vida para poder desarrollarse.

Así que cuando escuchen a alguien hablar de derechas e izquierdas y, principalmente, confundir al liberalismo con la derecha, pueden estar seguros que están frente a un estafador intelectual, frente a un charlatán que, por ignorancia o maldad, está tratando de confundirlos.

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