El proyecto liberal mexicano del siglo XIX transformó estructuras y prácticas para quitar al país los fueros y las servidumbres, la anarquía de la fuerza. También para liberar a la nación del inmovilismo, del aislamiento del mundo que se industrializaba y que replanteaba la existencia de los viejos imperios.
El nuestro, al contacto con la realidad, se hizo un liberalismo original. Sus luchas tuvieron siempre bases populares, agrarias; la demanda de igual consideración a todos sus habitantes; el rechazo de los monopolios, la secularización de la sociedad y la supremacía de poder civil, la propuesta federal detrás de las regiones. Por eso nuestro liberalismo se nos dio como ningún otro en el continente. El triunfo de la reforma en el siglo XIX, la reforma liberal, diseñó la estructura de la nación e inicio el camino hacia el capitalismo en nuestro país. El nuestro fue -como lo señaló Reyes Heroles- un liberalismo triunfante.
En este siglo XXI dos tesis se enfrentan entre sí: es el choque entre el estatismo absorbente y el neoliberalismo posesivo. El neoliberalismo coloca al estado en un tamaño y responsabilidades mínimas, al margen de la vida nacional, indiferente a las diferencias y a las distancias entre opulencia y miseria; incapacidad para regular y revertir los excesos y abusos del mercado. Su papel es exclusivamente proteger del delito sin importar la justicia. Por otra parte, los nuevos reaccionarios quisieran ver regresar al Estado excesivamente propietario, expansivo, con una burocracia creciente, erigida en actor casi único de la vida nacional y que a sus limitaciones para promover más justicia, agregaría su creciente ineficiencia.
Nuestro liberalismo social en cambio, promueve un equilibrio entre libertad y la justicia social, trabajando siempre dentro del régimen de derecho, conduciendo el cambio en el marco de la ley y manteniendo la estricta vigencia y protección de los derechos humanos. El liberalismo social recupera el valor moral del individuo y lo combina con el valor moral de la comunidad. Por eso tenemos un amplio compromiso con la libertad, esencia del ser humano en un marco de justicia.
Krugman acaba el libro afirmando "ser un liberal activo supone ser progresista y ello comporta, a su vez, ser partidista. No obstante, el objetivo final no es que gobierne un solo partido, sino que se restablezca una democracia auténticamente viva y competitiva. Y es que, al fin y al cabo, no es sino la democracia lo que de verdad importa a un liberal".
Este es el paradigma a debatir en estos años, retomar la importancia de la libertad y convertirla en un hecho, de nada sirve tener grandes teóricos de papel cuando la compleja realidad requiere soluciones técnicas y sobre todo saberlas llevar a cabo porque de nada sirve que se queden en papel, las ideas son las que han modernizado al mundo. Sin embargo, la modernización de México no está concluida. Falta mucho por hacer. El camino de la modernidad en México debe ser el del liberalismo social, no el populista, ni libertario, ni mucho menos el comunista.
Por Jorge Sánchez Tello en http://www.oem.com.mx/elsoldemexico/notas/n2868662.htm