La tradición imperialista es milenaria y abarca, por poner los clásicos ejemplos, desde los imperios chino, mesopotámico o romano –y sus diversas "reconstrucciones"– hasta los modernos imperios europeos occidentales, esencialmente colonialistas –en competencia con los "orientales" mongol, japonés, otomano...–, sin olvidar la "Doctrina Monroe" y, sobre todo, los totalitarismos nacidos en el primer tercio del siglo XX (paradójicamente, muchos de ellos, fueron las autodenominadas "potencias antiimperialistas": la China maoísta, la URSS estalinista y postestalinista, la Ghana de Nkrumah o el Egipto de Nasser). Hasta este punto, a pesar de las muy heterogéneas realidades que el término abarca, las diferentes corrientes de pensamiento aceptan la validez del concepto "imperialismo", en base al denominador común de las ansias de dominio per se; lo que nos da una idea de que, en gran medida, subyacía en todos estos casos todo un complejo nacionalista y/o ideológico consciente.
El debate no está, por lo tanto, en determinar los imperios clásicos y sus características, asunto en el que hay relativo consenso, sino en otras dos cuestiones mucho más sugestivas: la primera es la de si entra el imperialismo en la lógica del liberalismo; la segunda es la de si puede hablarse de imperio si no hay dominio político o militar efectivo.
Respecto a si el imperialismo es intrínsecamente liberal o capitalista, es cierto que entre 1885 y 1914, período de liberalismo económico más o menos acusado (aunque intermitente; y, además, el liberalismo político era muy censitario), se afianza un nacionalismo radical y hegeliano que se concretará en la competencia entre estados-nación, que desembocará en la Primera Guerra Mundial (y, en última instancia, también en la Segunda Guerra Mundial, por la reacción revanchista al revanchista Tratado de Versalles). Sin embargo, lo que hay que preguntarse es si esto se correspondía con una ideología efectivamente liberal, tanto en lo político como en lo económico, o más bien con una perversión total del término en aras de lo que se ha venido a llamar "capitalismo de Estado", basado en una discrecional alternancia entre librecambio y proteccionismo y en un sufragio censitario que, por lo tanto, acababa en la práctica con la retórica de la garantía de los derechos individuales.
En este sentido, el imperialismo no puede ser liberal, por varios motivos. En primer lugar, porque gira en torno a la idea de estados rivales (cada uno de los cuales enarbola su propio "designio histórico" y sus "necesidades vitales" de expansión territorial), cuyas relaciones tienden a ser de suma cero, bien porque son de conflicto –a veces sólo periférico–, bien porque sus relaciones comerciales están intervenidas: el Estado se entiende como ente a todas luces superior al individuo, que sólo es un punto ínfimo de la masa, de la "comunidad" cultural, política y lingüística común. En segundo lugar, porque se basa en una ideología totalmente contraria a las premisas liberales de igualdad ante la ley y de ley garantista del derecho a la propiedad privada y otros derechos individuales: la superioridad civilizatoria y el deber moral de la expansión ("white man’s burden", que diría Joseph Rudyard Kipling y que, incluso, impregnó la lucha antiesclavista). En tercer lugar, si lo que caracteriza al capitalismo es precisamente la coordinación y la eficiencia que la libertad individual permite, hay que ser mucho más escépticos respecto a los beneficios económicos de los imperios y sus supuestos saqueos sistemáticos: los beneficios de la "ampliación de mercados" se vieron en la mayoría de los casos estrangulados por los altos costes de implantar estructuras burocráticas, de la incertidumbre por la deficiencia de las instituciones y de la subdesarrollada demanda de los indígenas, entre otros factores. Tal y como explica Joseph Schumpeter (como plena refutación a la teoría de Rosa Luxemburgo –y también de John Hobson– de que el imperialismo es fruto de la necesidad de ampliar mercados por estancamientos de la demanda interna), el imperialismo, definido como "propensión, sin objetivo, por parte de un Estado, a la expansión violenta ilimitada", no se corresponde con el espíritu racionalista y de cálculo económico del capitalismo: en general, los imperios son, a la postre, económicamente ruinosos. Recordemos que los colonos estaban fuertemente subvencionados.
El segundo debate que he señalado se debe a la inflación de acusaciones a Occidente y, en particular, a Estados Unidos, de "imperialismo cultural", agujero negro en el que caben toda suerte de demagogias, exageraciones y falsedades. ¿Tiene algún sentido este concepto, dentro de la lógica del imperialismo tal y como lo hemos definido?
Según Paloma García Picazo, el imperialismo es "una especie de hipertrofia o desarrollo exagerado de una determinada conciencia nacional" o, dicho de otra manera, una "expansión de una comunidad política que, mediante la imposición de un dominio efectivo, somete a otros territorios y poblaciones a su soberanía, lo que se asegura no sólo con medios militares, políticos, económicos y sociales, sino también con procedimientos ideológicos y culturales". Es decir, tal y como hemos concluido antes: el imperialismo, si bien puede justificarse con argumentos económicos que a la postre se desvanecen o, al menos, se relativizan, se caracteriza por ser político. ¿Qué sucede cuando no existe ya ese elemento de ligazón política? ¿Es razonable acusar a Estados Unidos de "imperialismo cultural" por beber su Coca Cola, copiar sus centros comerciales y supermercados, ver sus películas e imitar su modo de vida?
Este tipo de acusaciones desconocen la lógica de las instituciones espontáneas y la descentralización propia del mercado libre. La moda es un fenómeno natural: nunca hemos sido iguales, siempre hemos tratado de diferenciarnos, y siempre ha habido "diferencias" (características, cualidades, formas) que han sido más valoradas que otras, de forma masiva y por motivos difícilmente delimitables, en tanto que la subjetividad y los mecanismos de socialización y aceptación grupal juegan un papel esencial: si pudiera conocerse a priori la moda (que es, sencillamente, el valor más repetido en un momento dado, presente o pasado, nunca futuro), si pudiera controlarse de antemano lo que va a triunfar, ninguna empresa quebraría jamás.
Prudentes escépticos en muchos otros ámbitos, caen alegremente en la falacia de la omnipotencia de los medios de comunicación y las empresas. Hace medio siglo aún era "lo francés", y ahora es "lo americano", aunque, gracias precisamente a la libertad, la soberanía del consumidor y la variedad propia de la globalización económica y cultural, en la actualidad el abanico de posibilidades de consumo (¡e incluso de no consumo!) se ha multiplicado maravillosamente, y uno puede decidir articular su modo de vida, si quiere, en torno a los valores y la estética más variados. La idea de la conspiración no tiene la menor credibilidad: no podría imponerse la cultura "desde arriba" ni aunque se quisiera, porque tampoco la moda se libra de aquella verdad económica que afirma la imposibilidad de la planificación centralizada y del cálculo económico en la intervención.
El imperialismo, en definitiva, casa muy mal con el liberalismo. Al juicio histórico, para que no resulte apresurado e imprudente, hay que añadirle teoría económica. Las teorías del imperialismo, como teorías de las relaciones internacionales, han resultado impotentes a la hora de ligar liberalismo e imperialismo, fundamentalmente por su terco y desafortunado empeño en encadenar liberalismo y pobreza y liberalismo y coacción.
Por Berta García Faet
en http://www.juandemariana.org/comentario/2972/imperialismo/capitalista/
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