La idea de esta nota me surgió a raíz del comentario de un político en la televisión argentina: dijo que constituye una vergüenza que existan instalaciones y construcciones de lujo al lado de barriadas con casas precarias y sumamente pobres. Evidentemente no estaba sugiriendo que deben establecerse marcos institucionales que incentiven a los más necesitados al efecto de que puedan fabricarse hogares de mayor calidad, ni mucho menos que tasas crecientes de capitalización y las consiguientes edificaciones costosas se traducen en mayores salarios para los de menores recursos, sino que estaba diciendo que los relativamente más ricos son responsables de esa pobreza y que deberían arrancarse porciones mayores del fruto de su trabajo “para redistribuir ingresos”.
He aquí uno de los lugares comunes en el discurso político contemporáneo y una de las falacias más grotescas cual es la de la suma cero en los intercambios. Se considera que unos son pobres debido a que otros son ricos. Que en las transacciones lo que obtiene uno es a expensas de lo que pierde otro. La verdad es que en toda transacción libre y voluntaria ambas partes ganan (de lo contrario no hubieran realizado la operación). La riqueza no es un concepto estático por el que los mismos bienes van pasando de mano en mano. Es un proceso dinámico en el que los recursos van adquiriendo mayor valor. Es muy cierto el principio de conservación de la masa de Lavoiser por el que se explica que nada desaparece y todo se transforma. Lo relevante es que el valor del bien en cuestión se eleva en contextos productivos. En tiempos del hombre de la caverna habrían más recursos naturales que hoy pero actualmente los bienes disponibles son mayores y de mayor valor. Un teléfono antiguo tendría más materia respecto del moderno pero éste presta servicios infinitamente más provechosos que los de antaño. Y la productividad se logra debido a las tasas de capitalización generadas por equipos y conocimientos de mayor calidad que hacen posible mayores rendimientos con esfuerzos menores.
No es el empresario el encargado de comprender este proceso, es simplemente un vehículo: al invertir eleva las antedichas tasas de capitalización que, como queda consignado, provocan aumentos de salarios e ingresos en términos reales. Más aún, no es infrecuente que el empresario engrose las filas de quienes no solo no comprenden el proceso aludido sino que lo combaten. Ellos mismos no advierten que la redistribución de ingresos significa asignar los siempre escaso factores productivos en áreas menos eficientes y, por ende, se compromete severamente el progreso de todos pero muy especialmente de los que menos tienen.
Desde luego que la caridad desempeña un papel de importancia al efecto de palear situaciones de emergencia, pero debe tenerse muy presente que la beneficencia siempre se lleva a cabo con recursos propios puesto que si se realiza por la fuerza deja de ser obra solidaria para convertirse en despojo compulsivo que, entre otras cosas, precisamente, demora el progreso y perjudica a los más necesitados debido al deterioro en los marcos institucionales basados en el respeto irrestricto a los derechos de todos.
Pobreza y riqueza son términos relativos en el sentido que todos somos pobres o ricos según con quien nos comparemos. Todos provenimos de las situaciones más miserables que puedan concebirse (cuando no del mono). Pasar de una situación de mayor pobreza a una de mayor desahogo solo puede lograrse en base al respeto mutuo en un clima en el que las normas protegen los derechos de propiedad siempre compatibles con la clásica definición de Justicia de Ulpiano en el sentido de “dar a cada uno lo suyo”.
Por otra parte, la diferencia de rentas y patrimonios (dispersión generalmente medida por el Gini ratio) no resulta relevante. Como señala Robert T. Barro, el determinante de mayor importancia en la reducción de la pobreza es la mejora en el ingreso de todos y no la reducción de la desigualdad. El promedio ponderado es el dato relevante y no el delta entre las puntas en los ingresos obtenidos lícitamente. Más aún, la desigualdad es un pivote para el progreso ya que como apunta John Hospers “para que muchos tengan pan es indispensable que los pioneros tengan caviar”. Buena parte de lo que es el lujo de hoy será de uso común mañana, tal como ocurrió con los automóviles, la televisión, las computadoras etc. Es indispensable abrir de par en par los incentivos para la producción. La guillotina horizontal desatada por la envidia y la malicia constituye el camino más efectivo para destrozar la calidad de vida y los ingresos de la gente.
Debido al mal uso del lenguaje en cuanto a la expresión “oligarquía”, es oportuno precisar que significa la concentración de todos los poderes del Estado en pocas manos. Por ejemplo, los Castro y sus amigos en la isla-cárcel cubana, por ejemplo, el modelo peronista en Argentina y el de todas las dictaduras en todas las latitudes. Habitualmente se confunde aquel término con el de “plutocracia” que alude al gobierno de los ricos.
Asombra que la miseria no resulte más generalizada en vista de la ominosa terquedad del Leviatán por ocupar todos los espacios de la vida de las personas. Los islotes de relativo bienestar se deben a la fenomenal energía desplegada por los resquicios de libertad que aún subsisten en muchos lares.
En no pocos medios -especialmente políticos- la pobreza se usa de modo canallesco para explotar la ignorancia ajena mientras los mandones del momento viven en la opulencia fruto de sus malversaciones y rapiñas. Se usa también para alimentar discursos de predicadores resentidos que necesitan justificar sus puestos junto a ricachones con complejo de culpa por haber obtenido sus patrimonios en la oscuridad de los despachos oficiales donde succionaron privilegios inconfesables.
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