“El viejo truco de los dictadores disfrazados de demócratas siempre ha consistido en practicar […] reelecciones perpetuas a la presidencia” escribe Jean-François Revel en sus memorias (Diario de fin de siglo, Barcelona, Ediciones B, 2002). Estas y otras preocupaciones desvelaban a Revel respecto a los extravíos de la democracia que ya había subrayado en How Democracies Perish (New York, Doubleday & Co, 1983), pero consignó sus alarmas sobre la degradación creciente de esa forma de gobierno al límite de consignar en el prólogo que escribió a mi libro Las oligarquías reinantes (Buenos Aires, Atlántida, 1999) que “Lo más inquietante es que esta colosal impostura tiene lugar tanto en países que se denominan democráticos, es decir, donde el poder surge de elecciones libres como en regímenes autoritarios, africanos y asiáticos ¿La democracia no será más que el nombre pomposo de algo que no existe? No seamos tan pesimistas. Más bien es a la insuficiencia de la democracia lo que debemos incriminar” y destacó sus sobresaltos en un libro con un título optimista: El renacimiento democrático (Madrid, Plaza & Janes, 1992) al puntualizar el problema que lo perturbaba en el capítulo sugestivamente titulado “La putrefacción por la cabeza o la cleptocracia”.
La democracia es entendida como una forma de gobierno en la que se elige por mayoría de sufragios pero su parte sustantiva consiste en el respeto a los derechos de las minorías. Tal es la interpretación de autores como Benjamin Constant o Giovanni Sartori. También es entendida como un simple procedimiento sin abrir juicios de valor sobre las metas o resultados. Esta es la interpretación de autores como Rosseau o Hans Kelsen. Pero si se trata de no abrir juicios de valor ¿por qué no sugerir la dictadura en lugar de la democracia? Si hubiera oposición a proclamar un dictador quiere decir que hay en la trastienda un juicio de valor, en este caso, para proteger derechos, lo cual nos retrotrae a la primera acepción. La preocupación de Revel -que compartimos ampliamente- estriba en el desbarranque de esta interpretación original y fundadora, la cual está expuesta de modo muy ajustado por James Bovard en su Freedom in Chains: “Sostener que el derecho de la mayoría es ilimitado significa que no existen los derechos de los individuos. Sin embargo, si el individuo carece de derechos ¿en que consiste el derecho de la mayoría? Si el individuo equivale a cero ¿cómo puede la multiplicación de ceros ser mayor a cero?”.
Nuestro personaje nació en 1924 con el nombre de Jean-François Ricard que permutó por el de Revel y murió en 2006 después de una vida intensa en proyectos y jugosas aventuras intelectuales. Fue un socialista activo hasta que algunos de los escritos de Raymond Aron lo transformaron al liberalismo, tradición de pensamiento que abrazó durante la más prolífica parte de su vida en la que demostró un extraordinario coraje moral para contradecir y contrarrestar a todos los totalitarismos y una sobresaliente honestidad intelectual en sus debates y exposiciones.
Estudió filosofía en la École Normale Supérieure y enseñó esa disciplina en Argelia, Italia y México país este último donde aprendió el castellano al que recurría frecuentemente con gran soltura. Fue colaborador y director de varios de los periódicos más prestigiosos de Francia. Lo invité a pronunciar conferencias a Buenos Aires y participé con el en varios seminarios en España donde pude constatar su cortesía, su rasgo descollante de buen conversador y su peculiar y muy atractivo sentido del humor.
Es enormemente variado el repertorio de Revel (incluso ha escrito sobre aspectos muy sofisticados de la gastronomía…por otra parte, de primera mano me consta su reiterada y pantagruélica ingesta de jamón crudo y jerez). En Sobre Proust (México, Fondo de Cultura Económica, 1988) apunta que “Una de las ideas que formulo en este libro es que Proust siempre parte de algo que ha vivido y experimentado, que no construye ficciones”. Esto es de gran interés, paradójicamente en el ámbito de la ficción: hay novelistas que parten de la pura creación y otros que necesitan escalar desde hechos por ellos conocidos, de lo contrario quedan atrapados en el “síndrome de la página en blanco”. No puede decirse cual de los dos caminos produce mejores resultados pero aparece como más admirable el sacar las cosas de la nada como una gesta parturienta que genera más estupefacción. También en este libro Revel enfatiza la distinción de Proust entre el “yo creador”, el “yo profundo de cada persona” que es “diferente del yo de la vida cotidiana, ajeno a las conversaciones ordinarias sin relación a la personalidad que mostramos habitualmente a los demás”, es decir, bien distinto al “yo superficial de la vida”.
En su célebre La tentación totalitaria (Buenos Aires, Emecé Editores, 1976) afirma que en los corredores de las izquierdas “se sostiene que las sociedades liberales son malas por naturaleza […] una sociedad comunista, aunque esté reducida a un inmenso campo de concentración poblado por individuos que luchan penosamente para sobrevivir, es una sociedad progresista. La sociedad capitalista liberal, al margen de cualquier evaluación de la vida que se lleva en ella, es una sociedad que merece la destrucción”.
En El conocimiento inútil (Barcelona, Planeta, 1988) consigna que “La reivindicación de la `identidad cultural` sirve, por otra parte, a las minorías dirigentes del Tercer Mundo para justificar la censura de la información y el ejercicio de la dictadura. Con el pretexto de proteger la pureza cultural de su pueblo, esos dirigentes lo mantienen tanto como les es posible en la ignorancia de lo que sucede en el mundo y de lo que piensan de ellos”.
En El monje y el filósofo (Barcelona, Ediciones Urano, 1998) que consiste en un diálogo con su hijo, Matthieu Ricard, ex biólogo nuclear y ahora monje budista, Revel concluye que “La idea directriz del Siglo de las Luces y, más tarde, del socialismo `científico` de Marx y Lenin es, en efecto, que la alianza de la felicidad y de la justicia ya no pasaría en el futuro por una indagación individual de la sabiduría, sino por una reconstrucción de la sociedad en su conjunto […] La salvación personal se encuentra desde entonces subordinada a la salvación colectiva […] esta ilusión, es la madre de los grandes totalitarismos del siglo xx”.
En La obsesión antiamericana (Barcelona, Ediciones Urano, 2003) Jean-François Revel pone de manifiesto el complejo de inferioridad y la envidia de los antinorteamericanos clásicos: los que sostienen que en Estados Unidos todo se resuelve con la billetera, dándole deliberadamente la espalda a que es el país que, en proporción a sus habitantes, genera las obras filantrópicas más portentosas del planeta, el mayor número de visitas a museos, la mayor cantidad de orquestas sinfónicas, la mayor producción de libros científicos, las universidades más espectaculares, la justicia más independiente del orbe y el espíritu religioso más acendrado. Es como dice Carlos Rangel, a quien cita nuestro autor en este libro de la siguiente manera: “Para los latinoamericanos constituye un escándalo insoportable que un puñado de anglosajones, llegados al hemisferio mucho después que los españoles y en un clima tan crudo, que poco faltó para que ninguno de ellos sobreviviese a los primeros inviernos, hayan llegado a ser la primera potencia del mundo”. Por supuesto - agregamos nosotros- hoy aparecen justificadas críticas a gobiernos estadounidenses por razones bien distintas: debido a que esos gobernantes lamentablemente adoptaron muchas de las medidas estatistas que los antinorteamericanos clásicos incorporaron con entusiasmo en sus propias tierras desde tiempo inmemorial.
Dado el espacio limitado de que naturalmente se dispone en una columna periodística, refrescaré más o menos telegráficamente, con citas contundentes del autor, un tema que sobrevuela casi todos los escritos de Revel: la similitud entre el fascismo y el nacionalsocialismo con el comunismo y las diversas variantes de socialismo. Este punto crucial está principal aunque no exclusivamente expuesto en La gran mascarada (Buenos Aires, Taurus, 2000).
Allí refleja los siguientes pensamientos: “Lo que marca el fracaso del comunismo no es la caída del Muro de Berlín, en 1989, sino su construcción en 1961. Era la prueba que `el socialismo real` había alcanzado un punto de descomposición tal que se veía obligado a encerrar a los que querían salir para impedirles huir”. “Si, por ejemplo, un liberal le dice a un socialista que en la práctica, el mercado parece un medio menos malo para lograr la asignación de los recursos que el reparto autoritario y planificado, el socialista responderá inmediatamente que el mercado no resuelve todos los problemas. ¡Claro! ¿Quién ha dicho semejante sandez? Pero como el socialismo fue concebido con la ilusión de resolver todos los problemas, sus partidarios presentan a sus oponentes la misma pretensión. Ahora bien, felizmente no todo el mundo es megalómano. El liberalismo jamás ha ambicionado construir una sociedad perfecta […] Se juzga al comunismo por lo que se suponía que iba a proporcionar y al capitalismo por lo que efectivamente proporciona […] el comunismo siempre fue, siempre es, intrínsecamente criminógeno y, por ello, no se distingue del nazismo”.
Enfatiza que el socialismo “promete la abundancia y engendra la miseria, promete libertad e impone la servidumbre, promete la igualdad y desemboca en la menos igualitaria de las sociedades, con la nomenklatura, clase privilegiada hasta un nivel desconocido incluso en las sociedades feudales. Promete el respeto a la vida humana y procede a ejecuciones en masa; el acceso de todos a la cultura y engendra un embrutecimiento generalizado; el `hombre nuevo` y fosiliza al hombre […] No existen verdugos `buenos` y `malos`. ¿Es menos grave ser asesinado por Pol Pot que ser asesinado por Hitler? No tiene sentido establecer una distinción entre víctimas de los totalitarismos negro o rojo […] Si el nazismo y el comunismo han cometido genocidios comparables por su amplitud, por no decir por sus pretextos ideológicos, no es en absoluto debido a una determinada convergencia contra natura o coincidencia fortuita debidas a comportamientos aberrantes sino, por el contrario, por principios idénticos, profundamente arraigados en sus respectivas convicciones y en su funcionamiento”.
Y continúa explicando que “En su État Omnipotent, Ludwig von Mises, uno de los grandes economistas vieneses a los que el nazismo obligó a emigrar, compara las diez medidas de emergencia preconizadas por Marx en el Manifiesto Comunista (1848) con el programa económico de Hitler. `Ocho de los diez puntos` señala irónicamente von Mises `fueron ejecutados por los nazis con un radicalismo que hubiera encantado a Marx`. En 1944 Friedrich Hayek consagra también en su Camino de servidumbre un capítulo a `las raíces socialistas del nazismo` […] No se puede entender la discusión sobre el parentesco entre el nazismo y el comunismo si se pierde de vista que no solo se parecen por sus consecuencias criminales sino también por sus orígenes ideológicos. Son primos hermanos intelectuales […] En el terreno de las ideas hay un núcleo central común al fascismo, al nazismo y al comunismo: el odio al liberalismo”. En definitiva, concluye Revel que todas las variantes de socialismo desde el nacionalsocialismo al comunismo son “crematorios de la libertad”.
En una oportunidad, caminando juntos por las callecitas de Murcia, este distinguido señor me dijo con vehemencia que sentía que todo lo que hacía era empujado por una vocación irresistible. Esto me recuerda lo escrito por Octavio Paz en La Nación de Buenos Aires: “La vocación comienza con un llamado. Es un despertar de las facultades y disposiciones que dormían adentro de nosotros y que convocadas por una voz que viene de no sabemos donde, despiertan y nos revelan una parte de nuestra intimidad. Al descubrir nuestra vocación nos descubrimos a nosotros mismos”.
Los múltiples escritos de Revel son suficientes para probar el calado de este intelectual sobresaliente, pero al conocerlo de cerca surge aun con más nitidez su propósito de señalar el camino de la sociedad abierta sin desmayo y sin claudicaciones ni componendas de ninguna naturaleza, en soledad y sin considerar los costos de su conducta. Su coraje moral y su honestidad intelectual son las dos virtudes que se encuentran tras la riquísima información y cultura que ha desplegado quien continuará entre nosotros a través de sus numerosos trabajos, todos expuestos con una pluma envidiable, un esqueleto conceptual de notable solvencia y una apertura mental digna de un liberal excelso.
Por Alberto Benegas Lynch (h)
en http://independent.typepad.com/elindependent/2011/10/j-f-revel-un-ejemplo-de-coraje.html
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