martes, 13 de enero de 2009

Haz el comercio y no la guerra

Nadie tiene un trozo de tierra asignado desde el comienzo de la creación. Lo que Dios nos dio fue, si, la razón, para darnos cuenta de las ventajas de la división del trabajo, la propiedad, el libre comercio, el libre intercambio y movilidad de personas y capitales, el respeto a los contratos y la libertad religiosa.
¿Qué importancia tienen entonces las fronteras? ¿De qué mandato divino ha venido que eres de tal o cual nación? De ninguno. Sólo pueden servir como útiles divisiones del trabajo, administrativas, sobre bienes públicos. Nada más.
¿Qué importa entonces si eres palestino o israelí? Tira las armas y comercia. Intercambien libremente sus bienes y servicios, respeten su libertad religiosa, y no importará en absoluto lo demás. ¿Por qué te matas? ¿Porque la tierra era tuya o del otro? No era de nadie. La propiedad es una invención del ingenio humano, útil para economizar los recursos, y que no haya hambrientos, desocupados o sedientos. No es poca cosa. No mates más. Tira las armas, no rebusques en el pasado, acepta, por un sencillo razonamiento práctico, la distribución de recursos desde hoy, punto cero, y sigue de allí en adelante, en paz, en libre comercio. No enseñes más a tus hijos el odio, la venganza, no les digas más que aquellos mataron a éstos o estos otros. Enséñales a comerciar, a respetar los contratos, a invertir y a respetar la religión del otro. No tendrás un paraíso, pero tampoco el infierno en la Tierra que has construido en nombre de Dios.
¿Qué es lo utópico de lo anterior? No el comercio, precisamente. Mi llamado es más realista que los llamamientos a la paz sin denunciar, al mismo tiempo, al sistema que la destruye.
Lo que hay que tener en cuenta es el corazón humano. Tenemos “razón”, si, para advertir las ventajas del comercio, pero después del pecado original, Caín y Abel parecen destinados a la mutua destrucción. Vino Cristo, sí, a redimirnos del pecado, pero su reino no es de este mundo. Este “pero” no es una mala noticia, al contrario. Por eso el reino de Dios no es ninguna (reitero: ninguna) de las naciones de este mundo. Sobre ellas, sólo nos queda seguir rezando: “Mirad, las naciones son gotas de un cuboy valen lo que el polvillo de balanza.Mirad, las islas pesan lo que un grano,el Líbano no basta para leña,sus fieras no bastan para el holocausto.En su presencia, las naciones todas,como si no existieran,son ante él como nada y vacío” (Is 40, 10-17). Y también: “De las espadas forjarán arados,de las lanzas, podaderas,no alzará la espada pueblo contra pueblo,no se adiestrarán para la guerra” (Is 2, 2-5).

Gabriel Zanotti

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