viernes, 16 de enero de 2009

Liberalismo: El derecho a la búsqueda de la felicidad

“Creemos que estas verdades son evidentes en sí mismas; que todos los hombres han, sido creados iguales, que su Creador les ha conferido ciertos derechos inalienables, que entre estos se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Que para garantizar estos derechos, se instauraron, gobiernos entre los hombres que obtienen sus justos poderes del consentimiento de los gobernados. Que cuando un gobierno se convierte en obstáculo para esos fines, el pueblo tiene el derecho de alterarlo o abolirlo.”
Thomas Jefferson.

La confusión con respecto a lo que es el liberalismo sólo puede obedecer a dos razones, ignorancia o mala fe. El liberalismo es apenas una forma de vida basada en el respeto del derecho del otro con respecto a su propio proyecto de vida, ni más, ni menos que eso. Thomas Jefferson lo dice muy claramente "el derecho a la búsqueda de la felicidad".

El liberalismo aparece en el mundo como limitación al poder de los reyes absolutistas. Es un reconocimiento de la igualdad de los hombres ante la ley, un límite a la arbitrariedad de los gobernantes, el reconocimiento de que nadie puede disponer de la vida ni los bienes del otro. La vida y los bienes se asimilan pues lo que uno crea con el fruto de su propio trabajo le pertenece, como le pertenece su tiempo, y sus decisiones acerca de como debe vivir. El único límite que el hombre tiene para desarrollarse es el idéntico derecho del otro.

El pensamiento liberal queda asentado en la Argentina en la Constitución promulgada en 1853, cuyas bases sienta Alberdi y que da lugar al espectacular período de crecimiento que llega hasta 1930, cuando la Constitución queda de hecho derogada por el quiebre institucional que supone el derrocamiento de Yrigoyen y una sucesión de leyes que, a pesar de la advertencia de Alberdi, se promulgan violando el espíritu de respeto del derecho individual que defendía la Constitución del '53 y trasladando al estado potestades que la Constitución prevenía no debían serle trasladadas.

La crisis económica actual dio lugar a opiniones que son difíciles de comprender si no se consideran debidas a interés o a ignorancia. La crisis económica actual no hizo necesaria, en el campo de los mercados financieros, "una intervención de los estados de tal magnitud que amenaza con pulverizar la idolatría de que aquellos eran objeto", como dice Enrique Tomás Bianchi, en un reciente artículo publicado en La Nación, el 27 de octubre de 2008. La crisis financiera actual se debe a la brutal intervención del estado en la economía. No se debe a la falta de regulaciones, a la ausencia del estado, sino precisamente por lo contrario a un estado que intervino en los mercados afectando la calidad de la información, interfiriendo con la toma de decisiones, llevando a los actores a asumir riesgos que, sin su activa participación, jamás hubieran tomado. La crisis de las hipotecas se debe a la distorsión que el estado introduce en la economía cuando Alan Grenspan baja las tasas de interés al 1% con el objetivo político de "estimular" la actividad. Las órdenes eran además crear los instrumentos que condujeran la inversión hacia el mercado inmobiliario con la convicción de que cada norteamericano debía tener su propia vivienda. Loable ciertamente, pero falaz.

El texto constitucional que defiende el derecho a la búsqueda de la felicidad no dice que uno tiene derecho "a la felicidad". Donde dice derecho a aprender, no dice que por ello alguien tiene obligación de enseñar, no dice que porque usted tiene derecho a trabajar otro tiene la obligación de darle trabajo. El artículo 14 bis, incorporado en la reforma constitucional del '49 y mantenido luego por los gobiernos sucesivos, es claramente contrario al espíritu alberdiano, al espíritu liberal. Pues una cosa es defender el derecho de que nadie interfiera en mi proyecto de vida, en tanto y en cuanto, en mi quehacer no haya yo violentado igual derecho del otro, y otra muy diferente es crear un derecho a que algo me sea dado. Este derecho, un derecho positivo, es una moneda que en la otra cara lleva una obligación, una obligación cargable en las cuentas de otros.

El derecho a una vivienda digna, ¿qué significa?, el derecho a la salud, la educación, el trabajo, todos esos derechos "sociales" consagrados por el 14 bis, ¿qué significan? ¿Significan acaso que puedo construirme una casa, que puedo leer un libro, contratar un cirujano, ser contratado en un restaurante? Para eso no hace falta el 14bis, para eso no hace falta ninguna ley, ninguna norma. Mientras la construcción de mi casa, la lectura de ese libro, la contratación de un cirujano o mi propia contratación en un restaurante no hayan violado derechos de otro no hay razón para que nadie reclame. Pero si para tener una vivienda digna, educación, salud, trabajo necesito que alguien me lo de, y el otro no quiere dármelo, lo estoy obligando. Y al obligarlo lo esclavizo. Parece exagerado, pero no lo es. Puede argumentarse que en realidad no es esclavitud, pero los impuestos son obligaciones, impuestas mediante la amenaza de ejercer violencia física contra los que se resistan a pagarlos, a usar el uso de la fuerza pública contra los que no quieran "contribuir". Ah, no, contribuir es otra cosa. contribuir es voluntario, los impuestos, son impuestos.

Se podrá decir que los impuestos son imprescindibles para el mantenimiento del estado, para pagar las "cuentas comunes". Bueno, en esto también disiento. Los impuestos son impuestos, son violencia desde el estado sobre el individuo, obligaciones creadas bajo amenaza. Una contribución es otra cosa. Pero sin impuestos no tendríamos caminos, puentes, puertos. No necesariamente. Si queremos un amarradero frente a la casa de la isla, podemos hacerlo. Si queremos empedrar la senda que lleva de la tranquera hasta la casa, también podemos. Si queremos tender un puente que nos permita pasar de una orilla a la otra del río, nada nos lo impide. No es necesario el estado para nada de todo esto. Puede argumentarse sin embargo que algunas obras son demasiado grandes como para que las haga un individuo.

Una cosa es un puentecito para cruzar un arroyo y otra muy diferente uno que cruce el Río de la Plata. Bueno, para ese tampoco es necesario el estado. Lejos estamos de los tiempos en que si una empresa no era financiada por la corona, era irrealizable. Actualmente los recursos financieros en manos privadas son enormes y capaces de financiar prácticamente cualquier cosa, inclusive estados monstruosos como el norteamericano. Porque el estado se financia con el dinero de la gente.

El estado no es otra cosa que la administración del dinero de la gente. Es como si quisiéramos comprar las camisetas para el equipo de fútbol de los domingos y cada uno pusiera $10. ¿Quién las compra? ¿Quién se tomará la molestia de juntar la plata, ir hasta el local, elegir la tela, el largo de las mangas, regatear, decidir si compra pantaloncitos y medias? ¿Quién decidirá si le pone números o no? ¿Y los colores? Se elige a alguien, alguien se ofrece y los demás aprueban. Y ese va. Ese administrará el dinero y rendirá cuentas de lo que compró. El estado no es más que ese administrador. Lástima que, en lugar de las camisetas, se gastó la plata en Louis Vuiton y ni siquiera nos rinde lo que gastó! Lentamente los estados, acá, en nuestro país, pero también en Europa e inclusive en los EEUU han ido asumiendo más y más funciones que en realidad no le corresponden.

Enrique Bianchi dice que por mala fe o por ignorancia hay quienes mezclan capitalismo financiero irrestricto con liberalismo. Ciertamente. El capitalismo no es financiero, ni es irrestricto. Pero la libertad no es libertad si no es completa. La libertad política sin libertad económica no es libertad. Lea a Alberdi mi amigo. Bianchi pretende destacar el pensamiento de Raymond Aron como una oposición del liberalismo predominantemente político al otro, al pernicioso liberalismo económico. Bueno, no hay tal distinción para el goce de la libertad.

¿En qué consiste el liberalismo político sin liberalismo económico? ¿En la libertad de elegir nuestros propios tiranos? ¿En la libertad de elegir quienes habrán de quedarse con nuestra renta, nuestras jubilaciones, la educación de nuestros hijos, nuestro presente y nuestro futuro? La libertad es libertad de hacer y deshacer siempre y cuando me limite a lo que no afecta el derecho del otro. Punto. La libertad de ir y venir, de estudiar y aprender, de contratar y ser contratado, de ejercer industria lícita, asociarme, etc es libertad también de disponer del fruto de mi trabajo, de intercambiarlo con quien yo quiera y del modo que yo prefiera. El mercado, no "los mercados", es un proceso, un espacio donde los hombres interactúan, ofrecen y demandan, dan a cambio de algo. Las cantidades de lo que se da y lo que se recibe establecen un sistema de relaciones que se expresa magnífica y resumidamente en el precio.

No existe en todo el resto de relaciones posibles algo similiar al precio como síntesis de toda la información que incluye cuanto se ofrece, cuanto se demanda, de qué cosas, con qué calidades. El precio es el reflejo de cuánto se aprecia el trabajo del otro. No tiene que ver con cantidad de trabajo, tiene que ver con cuánto aprecia el que demanda la solución que la oferta le provee. El precio no se fija en la oferta, se fija en el momento de la transacción. Por eso el mercado, para encontrar el precio requiere libertad, la más completa libertad, que es la única libertad posible. Sin restricciones, sin interpretaciones de terceros acerca de lo que "debería" ofrecerse y a qué precio. Lo único que esas intervenciones hacen en el mercado es ruido. Nadie puede entonces saber a ciencia cierta que es lo que se ofrece, ni lo que se demanda, los precios que aparecen no son fieles, están interferidos, no satisfacen.

El mercado no puede funcionar sino en libertad. El liberalismo pretende limitar al máximo el poder del estado de interferir en las decisiones personales. Pretende limitar la capacidad arbitraria de los gobernantes de decirle a la gente lo que deben hacer. Nada más alejado a la aseveración que Bianchi atribuye a Aron de que el liberalismo económico requiere un sistema político autoritario. Requiere libertad, y justicia. Requiere un marco legal predecible. Requiere que las promesas incumplidas encuentren su castigo. Requiere que el fraude encuentre su castigo.

Es cierto que los grupos de interés tienden a buscar en la política aquello que no pueden obtener en los mercados. Por ello es imprescindible que el sistema político se atenga a derecho. Por ello es imprescindible que la democracia liberal funcione, y que la justicia limite las atribuciones de los gobernantes, la capacidad de los gobernantes de, cediendo a dichas presiones de los grupos de interés, elegir ganadores y perdedores. La democracia es un sistema que permite el recambio pacífico de autoridades.

La división republicana del gobierno en sus tres poderes, un límite al antiguo poder de los reyes de ser legisladores, jueces y ejecutores. Quizá sea insuficiente, como dice Hayek. Quizá que el mismo poder que dice lo que está bien y lo que está mal, sea el que fija las funciones del gobierno, sea una función que debería separarse. No lo creo. Posiblemente ya está separada, posiblemente sea la Justicia, y muy particularmente la Corte Suprema, de la cual el autor es secretario letrado, la que deba ponerle un límite a los gobiernos y a los legisladores, y ceñirlos a gobernar respetando el derecho. La libertad no requiere del estado. La libertad se expande aún a pesar del estado. La gente elige, prefiere no pagar los impuestos, no pagar las "contribuciones laborales", las cargas previsionales, prefiere trabajar en negro, fuera de la ley. Claro se convierte en polizón de los que mantienen el sistema funcionando. Pero claramente están diciendo que no están de acuerdo con dejar al estado la administración de sus bienes. La gente no cree en el estado. No quita esto que se junte, se organice, que pretenda obtener del estado lo que no puede obtener sin él.

El mercado es inevitable. La única alternativa es el mundo planificado desde un puesto central que le dice a cada uno lo que debe dar y lo que va a recibir. "Cada cual según su posibilidad y a cada cual según su necesidad", dice el viejo Karl. Pero este ideal utópico simplemente no funciona. No puede funcionar. No puede porque olvida que la gente tiene preferencias diversas y que nadie tiene el conocimiento de lo que cada uno puede, ni de lo que cada uno necesita, o prefiere. Entonces, si, como un campo de concentración decidimos que la "provisión" contendrá, camisas, medias, chocolates y cigarrillos, alguien habrá dispuesto a cambiar sus cigarrillos por chocolates y alguien sus chocolates por cigarrillos. ¿Cuántos cigarrillos por cuantos chocolates? Bueno, eso depende, de cuantos chocolates haya, cuantos cigarrillos haya, cuantos prefieran unos y cuantos los otros. Y eso fija el precio. Y eso es mercado.

El socialismo es sencillamente inviable porque elimina el precio, elimina la información que el precio porta y por lo tanto lleva a una asignación ineficiente de los recursos. El socialismo es esclavitud, pues obliga, no es solidaridad, pues la solidaridad no es obligatoria. "Aseverar que los mecanismos de mercado no difieren en nada de la planificación centralizada" es sencillamente una estupidez. Los mecanismos de mercado son exactamente lo opuesto a la planificación centralizada. La planificación centralizada obliga, decide por uno, elimina la libertad. El proceso de mercado exige libertad, da la posibilidad de elegir, cada uno decide por si mismo. El liberalismo no tiene ceguera sociológica. El "dejar hacer" sin límites no es parte del liberalismo. Los límites los fija la gente, los fija la tradición, los reconoce la justicia, están en el derecho. El orden de mercado, como la lengua es espontáneo, no requiere de nadie que lo planifique. Es fruto de la acción humana, no del designio humano. El mínimo de regulaciones estatales necesarias para que el mercado funcione es el que marca el estado de derecho, el reconocimiento del otro, el castigo del fraude, de la promesa incumplida.

El estado es requerido para eso. El orden jurídico, previsible, es el que hace que el mismo estado se haga, a sí mismo, innecesario, cuando todos saben que una conducta inapropiada será castigada, son pocos los que se aventurarán a recibir dicho castigo. El estado no está para tomar de la gente el fruto de su trabajo y reasignarlo con supuestos criterios reparadores de la "injusticia social" que supone que unos hayan nacido con talento y otros no, que unos sean más laboriosos, o más afortunados. Si quiere ser generoso cada uno puede serlo con el dinero propio. Ser generoso con el dinero ajeno es muy fácil, pero también es una violación al derecho de cada uno de disponer del fruto de su trabajo. Tomar dinero en impuestos y pagarle a la gente para que cave zanjas por la mañana y las tape por la tarde como proponía Keynes, es una pésima forma de asignar los recursos, ningún particular en su sano juicio haría un disparate semejante. Nadie haría eso con dinero propio, sólo alguien como Keynes, gastando dinero ajeno, puede hacer una propuesta semejante. Nadie mandaría quemar cosechas para levantar los precios, Keynes lo hizo.

Estimado Bianchi, no pretenda confundirnos. La crisis económica actual, como la crisis del treinta fueron provocadas por la excesiva intervención del estado en la economía. El New Deal convirtió una crisis financiera en una depresión de una década, y trasladó el problema a la economía real. Los EEUU salieron de la depresión sólo cuando la Corte Suprema le puso un freno a la intervención estatal en la vida privada, y luego cuando la guerra alteró todas las reglas de la oferta y la demanda de los tiempos de paz. Sería muy saludable, que usted, en su calidad de secretario letrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, revisara uno a uno, todos aquellos fallos que, contrariando los principios liberales, los de la defensa del derecho de las personas, los de Alberdi, los de nuestra sabia Constitución de 1853, fueron trasladando atribuciones al estado, e hicieron posible la destrucción del orden institucional de nuestra querida Argentina.

Por Ruy Martínez Allende

1 comentario:

PabloML dijo...

Gilipolleces. EL liberalismo no es malo perse, pero es cierto que en manos de una sociedad formada por individuos egoístas es lo peor. El derecho a la búsqueda de la felicidad no es más que un eslogan.

Una sociedad debe tener miembros libres, lo que significa libertad para formar parte de ella o no, pero si se forma parte de esta, hay que cumplís ciertas condiciones que el liberalismo deja sólo a la moral o voluntad de cada uno, resultando así que en una sociedad liberal, cada cual hace lo que quiere, sin tener en cuenta al otro y como todo es una competencia porque nadie mira pro ti, vas a joder al prójimo en lugar de ayudarlo.

No es un ejemplo que se deba interpretar literalmente, pero en un hormiguero, una manada o lo que sea, cualquier animal que vida en una sociedad, cada cual no puede hacer lo que le de la gana, sino, no es una sociedad, ya que la definición de esta es un grupo de individuos que trabajan por una causa y un beneficio común.

Un mercado liberal es como un estanque donde rompes el equilibrio metiendo pirañas, que acabarán con la fauna y al final se irá todo al garete.

El liberalismo podría ser viable si el ser humano fuese por naturaleza bueno, es decir, se ayudara por instinto, pero no es así. No somos malos por naturaleza, pero si somos corrompibles e influenciables.

EL derecho de la búsqueda de la felicidad es un camelo, un slogan que suena muy bien, pero s lo piensas, es un timo. Tienes derecho, pero es tu problema si la puedes buscar o no. Una sociedad debe tener el DEBER (valga la redundancia) de proporcionar la felicidad a todos sus miembros.

si no, se qua en "puedes buscarla, pero es cosa tuya y los demás no vamos a ayudarte, es más, vamos a buscar la nuestra y para ello tenemos que pasar por encima de la tuya".

Un saludo, espero que un día nos demos cuenta que hay cosas que solo son buenas si nosotros somos buenos.