Discurso de Fernando Savater en ocasiòn del conferimiento del Doctorado Honoris Causa en la Universidad «Simón Bolívar» (Caracas, Venezuela) el 29 de octubre de 1998
Excelentísimo y magnífico señor rector; queridos colegas; amigas y amigos: en primer lugar, tengo que iniciar estas palabras agradeciendo muy sinceramente este honor que se me confiere y que verdaderamente considero —como decía Borges de su éxito— un error muy generoso.
He tenido siempre una relación episódica con la Universidad, me he ganado desde hace casi 30 años la vida en ella. No me he considerado nunca un académico de cuerpo completo, sino más bien una especie de infiltrado desde otros campos, otro mundo, una especie de espía de otro tipo de ejército dentro del mundo de la academia, del rigor y de la transmisión seria de los conocimientos. Lo que pasa es que después de tantos años de estar haciendo esa labor de espionaje, en buena medida me considero ya parte de los espiados y no solamente ese espía que fui en otro momento.
Me alegra particularmente que este error generoso se me conceda aquí en América, porque si algún mínimo mérito puedo tener es que desde hace más de un cuarto de siglo, en una época que no era corriente que las personas de mi generación gustasen de venir a los países de la América Hispana —todos soñaban con la Sorbona, Bolonia, otro tipo de universidades—, estoy viniendo asiduamente a mantener coloquios, a aprender, a mantener intercambios, a hacerme oír y a escuchar, en los países de América. Hace —insisto— un cuarto de siglo sostuve que los españoles también somos hispanoamericanos, que formamos parte de la comunidad hispanoamericana y que, por lo tanto, nuestro lugar natural de extensión, de comprensión y de explicación y coloquio es la América Hispana. Para mí, después de tantos años, es muy grato que el primer Doctorado Honoris Causa —y probablemente el último que se me conceda— lo reciba en una universidad americana. Además que lo reciba porque los libros, esos pequeños e ingenuos libros que escribí para intentar acercar a las personas a materias que me parecen, por un lado, abstrusas, pero, por otro lado, imprescindibles para la vida, como son la ética y la política; que esos libros, a pesar de estar escritos en un estilo coloquial muy propio de España, hayan tenido fuerza o interés suficiente para ser aceptados, utilizados y quizás para resultar útiles en países americanos.
Escribí la Ética para Amador por responder a un desafío. Se me decía en aquella época, sobre todo en la época final de la dictadura y comienzos de la democracia, cuando se sustituyó la clase obligatoria de religión que había en el bachillerato español por una opción que se llamaba ética, lo cual me parecía un poco disparatado, ya que no sé por qué la ética tiene que ser una opción diferente a la religión, o por qué la religión tiene que ser obligatoria y la ética no. En fin, no sé, me parecía todo algo confuso. En cualquier caso las clases de ética no tenían ningún texto o libro propio; los profesores de ética recortaban noticias del periódico, hablaban de conflictos bélicos, adoptaban temas tomados de las polémicas del momento; pero no había ninguna reflexión mínimamente teórica sobre la cuestión.
Hablando con algunos amigos sobre este asunto, me comentaron: «Es que es imposible, ¿cómo vas a explicar ética a personas que no han leído a Kant, Spinoza, que no conocen a Nietzsche ni a ninguno de los autores indispensables? Es imposible que a un joven de 15 años se le empiece a explicar todos esos autores que serían imprescindibles para hablar de ética». Me parecía una noticia muy alarmante, porque la ética es una cosa que se supone todos vamos a necesitar, no solamente como algo propio, sino que necesitamos que los demás la necesiten. Es algo muy útil garantizar que los demás tengan ética, y si para tener la idea de una vida recta, de una convivencia justa, solidaria y digna, hace falta leer a tantos autores importantes, estudiar tantísimo, entonces estamos perdidos, porque solamente algún erudito nos brindará el adecuado apoyo ético, y el resto del mundo viviremos como fieras feroces, lo cual, insisto, por puro egoísmo, me parecía una perspectiva alarmante.
Me comprometí a intentar exponer una ética que fuese algo iniciático. Por supuesto, no toda la ética, sino una pequeña puerta, un aperitivo que abriese el apetito para continuar luego leyendo obras más profundas y más amplias. Expuse que eso se podía hacer recurriendo a esos grandes autores, sin necesidad de que mi lector los tuviera que conocer de antemano.
Las personas de mi generación fuimos educadas en una dictadura, todos o la mayoría de nosotros somos grandes enemigos de los dogmas, la disciplina, la autoridad, los revestimientos ceremoniales serios, etc. Les habla alguien que tenía 21 años en mayo del 68 y que en cierta forma está ligado a ese imaginario colectivo propio de aquella época. Luego, llegó un momento en que tuvimos que tener nuestros hijos y convertirnos en padres, tarea que nadie acepta del todo con gusto en la modernidad, porque todo el mundo quiere ser joven permanentemente. Vivimos en una sociedad en la que si no se es joven se está enfermo, y como los padres, una de las muchas deficiencias que tenemos es ser más viejos que los hijos, admitir la paternidad nos compromete con el lado señor que todos queremos rechazar lo más posible. Por eso el mundo está lleno de padres que dicen: «Soy el mejor amigo de mi hijo». Hombre, podría probar a ser su padre, que es más importante, porque amigos tendrá otros y quizás mejores; o señoras que se enorgullecen de ser confundidas con la hermana mayor de su hija, lo cual revela una miopía especial por parte de los que cometen tal confusión.
Dado que al aceptar ese papel de señor y convertirnos en autoridad para otros, en el sentido etimológico del término, no en el sentido tiránico, sino en el sentido de lo que ayuda a crecer, el verbo auger indica aquello que ayuda a crecer. Supongo que las personas crecemos como la hiedra, apoyándonos en algo que nos ofrece resistencia; así tiene que ser uno, el padre, el profesor, el maestro, la persona que ofrece resistencia, y seguramente uno tiene que caer de vez en cuando antipático. El querer siempre ser simpático, popular, representar el lado entusiástico, de la vida, es muy agradable, pero la labor del padre o del profesor no siempre es ésta, y uno tiene que aceptar el ser antipático, porque uno representa para los hijos y los jóvenes algo muy antipático que es el tiempo, la necesidad, la tradición, y de alguna forma el hecho de que nadie viene al mundo a iniciarlo, sino a soportarlo, y si acaso, a intentar mejorarlo, si puede.
La gente de mi generación no estábamos preparadas para ese papel y como ninguno quería ser dogmático, nadie quería decir lo que había que hacer; queríamos dar libertad plena a nuestros hijos. Tenía muchos amigos de mi generación que decían: «¿Qué se les dice, qué le vas a decir?». Habrá que darles alguna pista —no sé, no se le puede decir que la antropofagia es una variedad gastronómica como cualquier otra—, alguna idea cierta, alguna indicación de que hay cosas preferibles a otras tendremos que darles. Quien me sacó y me despertó definitivamente de mis sueños antidogmáticos fue mi propio hijo Amador, cuando tenía unos 6 ó 7 años. Un día vino a casa y me dijo: «Papá en el colegio me han dicho que los Reyes Magos son los padres». No había entrado nunca en el problema porque siempre me mantenía citando versiones contrapuestas de las cosas. Ni laico ni religioso, ni de una ideología ni de otra, intentando crearle —lo que supongo ahora, era una enorme confusión— una disposición a mantenerse siempre abierto. Cuando me dijo que los Reyes Magos eran los padres, le dije: «Bueno, efectivamente hay varias escuelas de pensamiento, hay unos que creen que son los padres; otros creen que no». Él se quedó escuchándome, y me dijo: «Sabes, creo que eres el único papá de mi colegio que cree en los Reyes Magos». A partir de ese momento me di cuenta de que quizás había llegado el tiempo de intentar ser algo más preciso e intentar decirle realmente —aun a riesgo de caer antipático— lo que yo pensaba de una serie de cosas determinadas.
Eso que intenté hacer personalmente con Amador es lo que luego intenté hacer en esos dos libros. Amador no tuvo nada que ver con el asunto —lo digo de antemano—, es un truco literario, porque temía ponerme demasiado serio, doctoral y paternalista, en el peor sentido del término, al escribirlos. Como tengo una relación muy irónica y humorística con mi hijo, y nos tomamos mucho el pelo el uno al otro, pensé que si escribía el libro pensando que se lo estaba dirigiendo a él, me curaría de intentos pedantes, excesivamente profesorales, etc. Por eso elegí ese camino, y por la convicción de que la educación está ligada íntimamente a la ética; ésta es una cuestión más que todo de educación, no es una cuestión de dedicarse a hacer grandes reflexiones entre las personas adultas, que si no han sido educadas en los valores fundamentales, es muy difícil que luego vayan a descubrirlos por sí mismas cuando están cayéndose de viejas.
Creo que la educación es el momento adecuado de la ética. De hecho, el propio Aristóteles, cuando escribe la Ética a Nicómaco, la concibe como algo de lo cual hay que hablar a los jóvenes —hasta que tengan la edad suficiente para entrar en el mundo de la política—, como una preparación necesaria para entrar en el mundo de la ciudadanía.
Hace unos meses ocurrió en Italia un incidente que fue muy comentado. El alcalde de Milán tuvo un comportamiento poco generoso —por decirlo suavemente— con un grupo de refugiados albaneses, a los cuales maltrató de tal manera, que se produjo una reacción popular. Se escribieron artículos, se protestó, y hubo quien dijo: «A ver los intelectuales, qué dicen de estas cosas». Umberto Eco sacó un artículo respondiendo: ¿qué podemos hacer los intelectuales cuando ocurre una cosa como ésta? Es inútil ir a visitar al alcalde de Milán, que es una persona ya crecida, y ponernos a recordarle los grandes valores de la fraternidad, la solidaridad, etc. Si no los conoce a sus años, no los va a aceptar porque se los digamos un poco después. Lo importante —decía Umberto Eco— es reescribir los libros en que van a educarse los hijos de ese alcalde, y los hijos de los votantes de ese alcalde. A esos hijos es a los que hay que introducirles las ideas de fraternidad y solidaridad que queremos luego ver reflejadas más tarde, porque si esperamos a que sean alcaldes, no hay nada que hacer.
Creo que efectivamente el papel de la ética hay que empezarlo no de una manera dogmática y cerrada. Intenté escribir unos libros en los cuales no se dieran instrucciones practicas, porque una de las cosas que me parece más pavorosa de los libros de ética es convertirlos en una especie de libros de autoayuda, que dicen qué hay que pensar sobre: a) el aborto, b) el divorcio, c) la ecología, d) la guerra nuclear. No sé. Piense usted lo que quiera, pero piénselo. Lo único que me parece ético es suscitar la necesidad de que las cosas hay que pensarlas desde unos baremos de humanidad, de racionalidad y de semejanza entre nosotros. Los humanos no estamos condenados a la sociedad sino condenados a vivir entre semejantes. Los semejantes son más importantes que el hecho mismo de la sociedad, y es más importante que nuestros maestros sean semejantes nuestros, que cualquier cosa que nos enseñen; es más importante que el maestro sea un ser humano. Enseña más el maestro al educar su humanidad que al instruir cualquier otra cosa que enseñe; esto es lo que creo que hay que introducir cuando se habla de ética. Son los principios generales los que hay que tratar de introducir, y que a partir de ellos cada quien piense lo que quiera; pero que lo piense y sea capaz de transmitir y comunicar esos conocimientos.
En uno de sus últimos libros, John Kenneth Galbraith dijo una frase que me marcó y que lamenté no haber leído antes, porque la habría podido introducir en mi libro El valor de educar. Dice Galbraith: «Todas las democracias contemporáneas viven bajo el permanente temor a la influencia de los ignorantes». Éste es un punto para pensar, la democracia hace que todo el mundo tenga voto y por lo tanto los ignorantes —que desgraciadamente pueden ser muy numerosos— pueden bloquear las soluciones adecuadas, apoyar los integrismos, los populismos, las soluciones brutales, influir, en último término, en el sabotaje de la propia democracia que utilizan, pero la culpa no es puramente del ignorante, sino de quien lo ha mantenido en la ignorancia, de quien no ha luchado por romper esa cadena de ignorancia.
La ignorancia a la que se refiere Galbraith no creo que sea simplemente la ignorancia del que ignora un dato, una noticia, eso nos pasa a todos: no sé quién es el padre de Fulanito, o qué cabos hay en el extremo norte de Alaska. Creo que la ignorancia a la que se refiere Galbraith es la ignorancia de esos valores necesarios del propio pensamiento y de la relación con los demás, esas personas que no saben explicitar sus demandas, porque no tienen una voz para explicitar racionalmente sus demandas y, por lo tanto, tienen que elegir entre la sumisión del esclavo o la rebelión brutal que lo destruye todo, porque no pueden escuchar las argumentaciones, entender dentro de la maraña de las promesas falsas lo que tiene una base lógica o unos apoyos racionales. Superar, en último término, la ignorancia es la única posibilidad de salvarse de ese proceso irracional de tener que seguir puramente las rutinas, los tópicos, los lemas y los slogans baratos. La influencia de la ignorancia es el mayor peligro de todas las democracias, empezando por las más altas y las más elevadas. El que la mayor de las democracias de nuestro planeta, que tiene no pocos problemas y que debería colaborar a resolver otros, viva obsesionada, girando en torno a los problemas ovales y orales de su Presidente con una señorita, revela realmente que la influencia de la ignorancia, la superstición, el absurdo de la vida cotidiana, puede estropear y sabotear el proyecto democrático. Contra esa ignorancia, evidentemente, es contra la que hay que luchar.
Por esto la educación y la educación ética son partes imprescindibles de cualquier formación humana. No se puede formar solamente a las personas desde el punto de vista laboral; formarles para que sepan apretar botones o para que cumplan funciones más o menos gestoras, sin haberles formado la capacidad de convivencia y ciudadanía, que no surge naturalmente de las personas. Los demócratas no surgen de las piedras naturalmente, como las flores silvestres; hay que cultivarlos, regarlos. Los griegos tenían claro que la paídeia era una parte absolutamente Imprescindible de la democracia; que precisamente, la democracia es, ante todo, una máquina de crear demócratas, si no está perdida. Para crear esos demócratas hay que
formarlos, dar unos principios elementales, hay que aprender a discutir y discutir mientras se enseñan los principios.
¿Qué es lo que queremos formar como valores fundamentales de ciudadanía? En primer lugar, hay que formar la capacidad de autonomía. Vivimos en un mundo muy complejo y no se puede crear personas que van a vivir, constantemente, dependientes de autoridades, técnicos, curanderos, que los van a acompañar toda la vida y les van decir: «No comas esto, vete por aquí, no te arriesgues»; hay que crear personas capaces de autonomía, de iniciativa propia, de responsabilizarse para bien o para mal de lo que hacen; esto me parece imprescindible y tiene que ser transmitido en el momento en que aún se puede transmitir.
En segundo lugar, formar personas capaces de cooperar con los demás. Junto a la autonomía, la capacidad de cooperación es imprescindible, sobre todo en momentos en que los trabajos van a ser cada vez más aleatorios, en que las personas van a tener que trabajar en siete u ocho trabajos a lo largo de su vida; en todos ellos van a necesitar la capacidad de saber cooperar con los demás. Quien es incapaz porque no entiende lo que le dicen, porque no entiende las tareas, porque no sabe lo que es dividirse unas obligaciones con otros, y no entiende que hay que colaborar, cooperar, dividir el trabajo con los otros, está totalmente negado para lo que la vida contemporánea va a exigir.
Además de autonomía y cooperación, hace falta despertar la capacidad o la vocación de participar en la vida pública. La diferencia entre una democracia y un autoritarismo es que en la democracia somos políticos todos. Es por esto que alarma oír hablar de lo malo que son los políticos, de lo corruptos que son, y uno dice: Querrá usted decir que nos pasa a todos, porque si los políticos son corruptos, lo son porque nosotros dejamos que lo sean, porque fracasamos en nuestra propia tarea política que es el elegirles, sustituirles, controlarles, vigilarles, y en último término, presentarnos como candidatos, como una mejor alternativa frente a ellos; si eso no lo hacemos, efectivamente los políticos seguirán siendo unos corruptos; y lo seremos todos, todos los políticos dentro de un país, porque todos en una democracia somos políticos, y no hay más remedio que serlo. Lo fastidioso de las democracias es que nos obligan a tener que preocuparnos siempre por la cuestión política, y para eso hay que aprender a participar en la gestión pública de las cosas; no a dejarlas en las manos de los sabios, los técnicos, de los que vienen de fuera a resolver las cuestiones. Todos éstos son valores ético-políticos, al lado de ésos hay otros valores éticos que no necesito recordarles. Los valores de autonomía, de cooperación y de participación son los que hay que suscitar como valores de los ciudadanos que queremos; y esto de alguna manera recae sobre los educadores.
La educación es la única forma que hay de liberar a los hombres del destino, es la antifatalidad por excelencia, lo que se opone a que el hijo del pobre tenga que ser siempre pobre; a que el hijo del ignorante tenga que ser siempre ignorante; la educación es la lucha contra la fatalidad. Educar es educar contra el destino, que no hace más que repetir las miserias, las esclavitudes, las tiranías, etc. Además hay que educar para la ética, hay que saber que educar es ya, en sí, una labor ética, emancipadora.
Estas cosas que se pierden en los planteamientos burocráticos, en las dudas sobre nuestras tareas, en la convicción de las dificultades que tenemos, en la hipertrofia de las tecnologías que convierte la labor personal en algo nimio y ridículo, hay que recordarlas de una manera ingenua y clara. Es lo que he intentado hacer siempre, arriesgándome a que las personas sabias meneen un poco la cabeza, y piensen: «Cuando estábamos ya tan arriba, viene este señor a recordarnos que todos nos sentamos sobre nuestro propio trasero, ¡qué ingenuidad!, cuando ya habíamos llegado a niveles más sublimes».
Alguien tiene que hacer esa labor y con mucho gusto he aceptado esa tarea de recordar ciertas cosas básicas y, sobre todo, de recordar que no hay que educar para la desesperanza. Si se educa diciendo que el mundo es un desastre, que todos los políticos son corruptos, que el sistema es omnipotente y nunca lograremos cambiarlo, que el neoliberalismo ha secuestrado el mundo y jamás podremos enfrentarnos a sus malévolas intenciones, que todo está perdido; crearemos una sociedad de pesimistas cómodos que se dedicarán a vivir, y culparán de todos los males a la situación cósmica que les ha tocado soportar.
Prefiero crear personas ingenuamente convencidas de que contra todos los males algo se puede hacer, porque éstos nunca se resolverán solos; no sé si nosotros los vamos a resolver, sé que si no los resolvemos nosotros, no se resolverán. Esto es lo que me parece que hay que transmitir con unas pautas, no digo de optimismo desenfrenado loco, pero al menos de un cierto pesimismo que acepte que hay que actuar; que algo hay que hacer, y que ese algo depende de uno. No se puede esperar a otra ocasión mejor; no podemos esperar a que venga el siglo que viene a ver qué movimientos y corrientes cósmicas nos liberan de nuestros males o nos condenan a ellos definitivamente.
De modo que ésa es la tarea que considero he intentado hacer de la manera más sencilla o accesible; quizás de la manera más popular. Entiendo que este honor que, inmerecida pero gratísimamente, se me confiere hoy, responde a esa actividad que he llevado a cabo durante muchos años. Aunque en este país afortunado en el que ustedes viven, las estaciones no tienen el peso simbólico y dramático que tienen, por ejemplo, en la vieja Europa, ahora recuerdo unos versos de un gran poeta inglés, que dijo que Dios nos dio la memoria para que pudiéramos tener rosas en invierno.
Queridos amigos, les agradezco esta flor inmarchitable que me han otorgado hoy y que me acompañará en el recuerdo en los días más fríos.
Preguntas y respuestas
¿No cree usted que la filosofía debería ser un elemento fundamental de la educación antes de entrar a una carrera universitaria?¿ Es necesaria la filosofía?¿ Existe una edad ideal para aprender filosofía?
Sí, creo que la filosofía corresponde, fundamentalmente, a una edad juvenil; creo que los niños y los adolescentes en su primera adolescencia son todos metafísicos espontáneamente. Los niños hacen preguntas metafísicas constantemente, y las grandes inquietudes pertenecen a esas etapas de la infancia y de la adolescencia. Es curioso, recuerden el Gorgias de Platón: Calicles le reprocha a Sócrates que siendo él un hombre maduro, se dedique a esas niñerías de la filosofía. La filosofía dice Calicles— está muy bien cuando uno es pequeño, cuando se es Joven, cuando se es un niño está bien dedicarse a estas cosas de qué es la justicia, el bien, por qué nos morimos; luego, ya una persona adulta, se dedica a cosas serias, provechosas y esto ya lo abandona; tú eres un personaje corruptor porque sigues hablando de filosofía cuando ya no deberías estar haciéndolo. Quiere decir que la filosofía está ligada verdaderamente a la formación. La filosofía tiene algo de juvenil en sí misma, y debería enseñarse o profesarse en edades tempranas. ¿Qué edades tempranas?, ya eso no me atrevería a puntualizarlo. Hay toda una escuela que habla de filosofía para niños y que escribe y prepara textos de filosofía muy ligados, no con expresiones filosóficas complejas, sino con juegos lógicos. Se puede empezar a hablar de filosofía, en un sentido bastante literalmente filosófico, en torno a los 14 años aproximadamente. Sí, me parece que 14 ó 15 años es una edad en que ya se pueden iniciar verdaderos diálogos y coloquios filosóficos.
Tengo que entregar en diciembre un libro, una introducción a la filosofía, no una «filosofía para Amador», porque Amador ya tiene 24 años y estoy esperando que iba un libro, ya no pienso escribirle más a él; estoy intentando hacer un libro que sirva de introducción en el terreno académico como a personas ya adultas que no hayan tenido ocasión de aprender filosofía, y puedan, respondiendo a esa pregunta que le suelen hacer a uno de: ¿por dónde empiezo?, antes de pasar a cosas mayores, empezar por ahí. Estoy pensando el libro como para un lector de 16 ó 17 años. Francamente no me he atrevido, o no he sido capaz de hacerlo, para un lector en torno a los 14; podría hacerse para un lector incluso más joven, parece que es posible, pero no lo he sabido hacer.
¿Puede darnos usted una relación entre anarquía, ética y democracia? ¿ Quién sustenta a quién, la verdad a la ética; o la ética a la verdad? Para usted, ¿qué es la verdad? ¿ Cómo puedo trascender la ética como discurso académico y enseñarles a los jóvenes la utopía del ejercicio de la voluntad?
En un prólogo, Borges decía que un día los hombres mereceremos no tener gobiernos. Quizás el defecto de los anarquistas es que creen que ese momento ha llegado ya. Me sigue pareciendo bueno el proyecto anarquista, creo que el ideal sería no tener gobierno, ser capaces de autogobernarnos realmente; poder poner el piloto automático en las cuestiones sociales y que el gobierno de las personas lo hiciera cada uno en sí mismo. Desgraciadamente los países sin Estado, sin gobierno, realmente se parecen más bien al Líbano, Bosnia, lugares que no parecen deseables.
Guardo un fondo libertario, aunque hoy más tamizado por la necesidad de gobiernos democráticos y la ética, que lo que busca es la plenitud y la mejor realización humana. La ética cuerda tiene que desear vivir en una democracia lo mejor posible, por puro y simple egoísmo; la ética es la ilustración del amor propio y no algo que lo contraríe.
En cuanto a la idea de la verdad y la ética, ésta es una tarea racional. Para empezar, como todas las tareas filosóficas, es una tarea ante todo racional, y la verdad es aquello que la razón intenta establecer, no una Verdad Absoluta con mayúscula, sino una que es más real. Entiendo por verdad la realidad. La verdad es establecer una mayor cuota de realidad.
Trascender la ética como reflexión teórica y convertirla en práctica es imprescindible. Los profesores de ética lo único que hacemos es facilitar el acceso a obras, temas, formas de controversia. Aunque no existiéramos los profesores de ética, ésta seguiría existiendo, y la necesidad de aplicar criterios éticos y de reflexionar sobre lo que es mejor para vivir seguiría existiendo. La pregunta de la ética es cómo vivir. De modo que la ética académica quedará más o menos encerrada en los círculos profesorales académicos; pero la ética vivida, la respuesta a cómo vivir, esa pregunta se la hace incluso quien no tiene la menor idea de qué significa la palabra ética.
¿Cree usted que ha sido ética la respuesta del gobierno de Blair respecto al dictador Pinochet? ¿Es ético ser un joven marxista? ¿Qué opinión le merece el manejo de la ética en las relaciones internacionales entre los países? ¿Por qué usted usa lentes de colores?
Esta última es muy difícil, la voy a guardar para pensarla.
La respuesta del gobierno de Blair me parece no ética, sino jurídicamente disparatada, obviamente porque está políticamente condicionada también. La idea de que los jefes de Estado no pueden cometer crímenes contra la humanidad, cuando la mayoría de los crímenes contra la humanidad, sabemos, los cometen los jefes de Estado. ¿Quién los va a cometer? La gente común y corriente puede asesinar a chatos a su suegra, pero es muy difícil que elimine a 500 mil personas de golpe. Son los jefes de Estado los que tienen esa capacidad. De modo que la idea de que los jefes de Estado quedan disculpados de un delito que sólo ellos pueden cometer es un disparate lógico verdaderamente aberrante. Según ese criterio, después de la Segunda Guerra Mundial, Hitler podría haberse refugiado en Londres, porque con el criterio de los jueces británicos lo habrían absuelto.
Obviamente creo que puede un joven marxista, incluso un viejo marxista, ser perfectamente ético. La ética —insisto— no es un código preestablecido, es una preocupación por dar sentido a la propia libertad, y el marxismo es una doctrina de interpretación política y económica de la realidad que es perfectamente compatible con la ética y con lo que ustedes quieran. De modo que los jóvenes y los viejos y los medianos, marxistas o de otras doctrinas, pueden tener una preocupación ética.
No estoy de acuerdo con la pregunta sobre la ética en las relaciones internacionales. Ya sé que también se habla de una cierta deontología de las relaciones internacionales, pero creo que éticas sólo pueden ser las personas, no lo pueden ser los colectivos, los países, ni nada más que las personas. Todas las éticas son monoplazas, todas las éticas se refieren a una libertad examinada desde adentro, y cada persona puede examinar desde adentro su libertad. No hay más libertad examinada desde adentro que la de la persona. Por extensión se maneja la palabra ética de forma más amplia, pero yo reservaría la palabra ética para la reflexión que cada cual hace sobre su libertad, y hablaría de cuestiones jurídicas, de política internacional, etc., en las relaciones entre los países. Obviamente, los países —como saben— están, entre sí, en un estado de naturaleza donde manda la ley del más fuerte. Si los seres humanos dentro de un país nos portásemos unos con otros como se portan los Estados entre sí, viviríamos en pleno salvajismo. Realmente los Estados están por debajo de la condición ética de las personas, casi todos los Estados son mucho más brutales, despiadados, egoístas, fanáticos, que las personas normales. Vivimos en comunidades que son peores que los individuos que las forman.
Lo de las gafas se los voy a explicar, además tiene algo que ver no con Venezuela, sino con Venecia. Una vez, estando en Venecia, de pronto empezó a llover enormemente, y saben que Venecia tiene la incómoda costumbre de inundarse de vez en cuando. Empezó a inundarse, iba con mi mujer y nos refugiamos en una tienda sin fijarnos en qué clase de tienda era; resultó ser una óptica. Como el agua no terminaba de bajar y llevábamos mucho rato, me causaba un poco de incomodidad estar allí invadiendo la tienda de aquel señor, empecé disimuladamente a mirar como si estuviera buscando unas gafas. Resultó que el dueño de la óptica era un diseñador italiano que se llama Dalilo Carraro; un diseñador muy original de gafas siempre con colores. Me compré unas gafas —que no eran éstas— y cada año o año medio, cuando paso por Venecia, porque me gusta pasar 2 ó 3 días allá, al menos, al año; siempre voy y me compro unas gafas, procurando que sean un poco más escandalosas que las del año anterior. Como comprenderán, entro en una edad en que ya sólo puedo dar escándalos por las gafas que me ponga.
¿Cuál es su opinión acerca de la clonación? ¿Qué opina acerca de la ética y el Sida? ¿Está de acuerdo con la legalización de las drogas? ¿Qué piensa sobre el aborto?
La primera pregunta es sobre la manipulación genética. Ésta y la bioética es uno de los campos en que las personas que nos hemos dedicado profesionalmente a la ética más abrumados nos sentimos, porque surgen cientos de publicaciones permanentemente, y para tener una opinión se exigen unos conocimientos científicos mínimos. Si uno solamente habla por lo que ha leído en un periódico, poco puede decir. Como decía anteriormente, la verdad es realidad, y antes de empezar a hablar éticamente de cualquier cosa, hay que conocer de lo que se está hablando. Reconozco que mis conocimientos de biogenética son muy elementales, por decirlo de una manera suave, de modo que no me atrevería a zanjar ninguna cuestión a este respecto con un mínimo de claridad.
Me parece que la clonación, que, si entiendo bien, significa utilizar una célula de una persona para reproducir otro ser que, en vez de recibir sus genes de la doble filiación habitual, los recibe sólo de un solo foco, una sola persona. Ésta y otro tipo de manipulaciones semejantes, me parece que plantean efectivamente un problema ético, porque existe un derecho humano: el derecho humano a la doble filiación; todos provenimos de la unión entre genes paternos y maternos; todos provenimos de un apasionamiento físico entre seres de sexo distinto. La doble filiación es un derecho no solamente fisiológico, sino simbólico de las personas. No hay derecho a programar huérfanos; personas a las que les falte parte de su filiación, porque esto forma parte de la constitución de la propia subjetividad. En ese sentido parece que la ciencia la hacen los científicos y la pagamos todos. La ética no tiene que tener ciencia, somos nosotros, las personas, los seres humanos, los ciudadanos, los que tenemos que legislar y optar sobre lo que corresponde o no dentro del campo científico. Por supuesto, no todo lo que se puede hacer se debe hacer. Desde que se descubrió la bomba atómica por lo menos tenemos esa idea: que, aunque es muy fácil hoy volar todo el planeta, no sería bueno hacerlo, y no sé por qué otras cosas, simplemente porque se pueden hacer, hay que hacerlas obligatoriamente.
Lo de que la ética sea una vacuna contra el SIDA, me temo que no. La ética no tiene virtudes terapéuticas, salvo para las almas atribuladas. En este caso recomiendo los preservativos y otro tipo de medios que me parecen más adecuados.
Estoy a favor de la despenalización de las drogas, no de la legalización. Sólo se puede legalizar, autorizar o negar aquello que está en manos de la autoridad, mientras que las drogas están en el mundo. Es lo mismo que si una montaña, porque hubiera muchos alpinistas que mueren subiendo a ella, la prohibiesen; podríamos penalizar el acceso a la montaña, lo que no se puede es legalizar la montaña o ilegalizarla, porque la montaña no está en las atribuciones del jurista. Las sustancias de la naturaleza tampoco están en las atribuciones de los juristas. Las drogas están en el mundo, en la naturaleza, las fabricamos, estamos en el siglo de la química, y lo que podemos es penalizar su uso, arbitrariamente, que es lo que ocurre hoy, o despenalizarlo. Si alguna vez la sensatez se diera cuenta de que desde el momento en que se prohibieron las drogas no se ha hecho más que aumentar su tráfico, las muertes producidas por ellas, su consumo, la seducción que ejercen por lo negativo y prohibido, sobre muchos jóvenes y otras personas... Si alguna vez los que inventaron la prohibición, que nació en los Estados Unidos, promovida no por médicos o higienistas que se preocupasen por los daños que causa la droga —porque sólo causaban problemas a unas cuantas personas—, sino que la prohibición vino de las sociedades de ultraderecha americanas, que fueron las que promocionaron la persecución de las drogas, lo mismo que la prohibición del alcohol en su día; digo que si alguna vez Estados Unidos y el resto de los países, repiten en voz alta lo que dicen en voz baja cuando uno habla con los especialistas de estos temas, estarían de acuerdo en que todo esto es un disparate y que lo que hace falta es informar, educar, prevenir.
El tema del aborto: en este caso sí hablamos de despenalizar una conducta. El aborto será y es un problema personal y, por lo tanto, tiene que ver con la dimensión moral de la persona que tiene que afrontarlo. Entiendo que uno puede aceptar —puesto que es una vida que está simplemente haciéndose, pero que todavía no es una vida humana, porque ésta como tal se alcanza más tarde— que hay un momento en que el cortar ese proceso no es un delito ni es un crimen, sino simplemente es ahorrar unas penalidades, y sobre todo ahorrar la penalidad de venir al mundo a alguien no deseado, que no va a ser deseado ni siquiera por las personas que directamente van a estar sentimentalmente vinculadas a él como sus padres, etc. Comprendo que haya otras personas que crean que desde el comienzo la vida humana debe ser respetada, promocionada, etc. Es una cuestión moral a debatir. Desde luego, utilizar expresiones como crimen, holocausto, etc., es pura superstición y fanfarria ideológica clerical. Creo que hay que respetar el lado moral de esta cuestión, pero no convertirlo en un asunto penal, no abrumar a las mujeres, que normalmente son las de menos posibilidades económicas, las que tienen más problemas familiares, a veces han sufrido maltratos, violaciones, etc., y son las personas sobre las que recae el tema del aborto, de la clandestinidad, a veces de la cárcel; es decir, por lo menos no aumentar los dolores, ya que no se pueden solventar todos.
¿Cómo integrar la formación cívica y ética al sistema educativo nacional? ¿Qué papel juegan los medios de comunicación en la formación de los ciudadanos?
Desconozco el sistema educativo venezolano, me perdonarán que no intervenga hablando de lo que no sé; me imagino que tendrá en este campo deficiencias, porque todos los sistemas educativos las tienen. Mientras preparaba el libro El valor de educar, me enteré un poco de las normativas, incluso, de países que me habían parecido míticamente desarrollados en el terreno educativo como Francia y, sin embargo, descubrí muchas deficiencias en este campo.
Creo, y lo he intentado decir en las palabras que he pronunciado antes, que la formación ciudadana es algo que debe ser deliberadamente inculcado a los jóvenes, no se debe dejar simplemente que los jóvenes la adquieran por impregnación del ambiente, porque normalmente esas impregnaciones no suelen ser positivas. En las escuelas, los institutos, universidades y por supuesto, también en la familia y en otros campos, deberían reforzarse las pautas de educación cívica y moral, lo cual no quiere decir establecer unos decálogos o convertir en adoctrinamiento las clases, sino crear espacios de discusión, de transmisión de principios generales. Me conformaría con que un joven o una joven saliera de su formación de bachillerato sabiendo cómo se razona en el terreno moral, cuál es la forma de razonamiento que hay en la moral, más que teniendo un decálogo determinado; teniendo la capacidad de razonar y de argumentar en el terreno moral. Eso seria —a mi juicio— lo deseable.
En cuanto a los medios de comunicación: sí me parece importante su función. No educamos sólo los profesores, no sólo educan los padres. Nos educamos todos unos a otros: los niños pequeños enseñan a jugar a otros más pequeños que ellos; en la sociedad humana todos estamos educando, no hay nadie que no enseñe algo a otro, no hay nadie que no enseñe a ser o pensar algo a otro. La educación es algo muy general y en nuestra época los medios de comunicación, como los políticos, tienen una función educativa que desempeñar; aunque algunas veces tienen una función educativa al contrario, es decir, la gente los ve y dice: «Ya sé lo que no tengo que ser nunca en mi vida, no quiero ser como ese señor». Los medios de comunicación tienen una función educativa que a veces es muy difícil, porque los periódicos, las televisoras, lo que buscan es provecho económico, la diversión, etc., que son también cosas muy lícitas.
La dimensión educativa no se debe olvidar nunca y se debe recordar que verdaderamente hay una cierta deontología, unas obligaciones especiales de los que colaboramos en esos medios, porque mucha gente no va a tener otro contacto con cierto tipo de informaciones culturales, más que el que le llega por los medios de comunicación; por lo tanto, los medios de comunicación tienen una responsabilidad educativa, sin duda.
¿Qué piensa de la independencia del País Vasco? ¿Había ética en el Gobierno de Franco por salvar la República?
Desde luego, la independencia de los países no es cuestión de ética sino de política, es un proyecto político como cualquier otro. Ahora, lo que no resulta ético es matar a la gente por conseguirla. La independencia o la dependencia o la federación o cualquier otro planteamiento político son planteamientos convencionales, como son todos los planteamientos de la política. Las sociedades no son realidades inmutables dadas de una vez por todas; se mezclan, se separan, se juntan. Todo esto forma parte del mundo de la política y de los intereses que los hombres tienen de vivir mejor. Lo que sí choca absolutamente con la ética es convertir un pretexto político en mecanismos de una especie de grupos de serial killers que asesinan a sus vecinos.
La pregunta de Franco no la entiendo, porque él —según recuerdo— no salvó precisamente a la República sino todo lo contrario. No sé qué otras virtudes tendría el régimen de Franco, la verdad es que me cuesta un poco recordarlas, por lo menos se me escaparon cuando viví bajo su régimen; pero, desde luego, la virtud de salvar a la República no está entre ellas.
¿Vino Amador contigo? ¿Cuál sería tu mensaje para que cada quien pueda disfrutar de la vida? ¿Cómo podemos los Jóvenes ser éticamente irreverentes?
Amador no vino conmigo, lo hubieran visto ustedes porque es muy grande, más grande que yo, se le ve desde lejos. Él todavía no ha venido nunca a América, sueña con hacer algún viaje por aquí. Hace 2 ó 3 años me dijo que quería viajar por el Amazonas, por el Orinoco, cosa que me dio un gran susto en el corazón. En fin, como resultó que no hizo el viaje, supongo que vendrá.
¿Cómo se puede disfrutar mejor la vida? Perdónenme, pero no soy consejero de nadie, les deseo lo mejor, pero no sabría indicarles cómo conseguirlo.
En cuanto a la última pregunta, la ética es una actitud que siempre tiene algo de irreverente. Quiero decir, muchas actitudes éticas han sido irreverentes, porque han roto rutinas. Los valores, cuando se establecen normalmente, tienden a esclerotizarse y tienden a cubrirse con un manto de hipocresía, hay una serie de valores que se instituyen, se van recubriendo de un manto de hipocresía que convierte a las formas en más importantes que los contenidos, que convierte a la apariencia en más relevante que la sustancia. Las personas éticas, los grandes maestros de la moral han sido bastante rupturistas respecto a las formas de vida establecidas, han sido personajes incómodos, a veces atrabiliarios, que no admitían la reverencia a lo establecido.
No creo que sea obligatorio que la ética lo obligue a uno a estar constantemente diciendo impertinencias, pero es casi seguro que si eres moral, antes o después vas a resultar impertinente, por lo menos ésa es la experiencia que he tenido.
Fuente: http://www.analitica.com/bitblioteca/savater/education_etica.asp
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