Friedrich August Von Hayek (1899-1992), filósofo y economista austríaco, es considerado uno de los más grandes pensadores del siglo XX. Fue galardonado con el Premio Novel de economía en 1974 después de tener una larga y cordial disputa académica con su amigo J.M. Keynes (1883-1946), cuyas propuestas sobre la intervención estatal en las economías comenzó a tener un declive por la década del setenta del siglo pasado. Su extensa obra intelectual que abarca más de una centena de artículos y una veintena de libros es ampliamente conocida y extrañamente olvidada en la mayoría de las escuelas de economía de las universidades del mundo en donde la corriente neoclásica impera desde hace ya largos años. F. Hayek en compañía de su mentor y colega Ludwig Von Mises entablaron durante todas sus vidas una batalla para demostrar, exitosamente, la inviabilidad del socialismo como sistema político económico. Estos dos gigantes del pensamiento son considerados los padres del liberalismo moderno. Son los continuadores del pensamiento liberal del siglo XVIII en cabezas de Adam Smith, David Hume, Adam Ferguson y Edmund Burke. Y en el siglo XIX de Alexis de Tocqueville, Lord Acton y Karl Menger
Hayek distingue entre sociedad tribal y sociedad civilizada. Esta última la llama el orden extenso y constituye un fenómeno nuevo entre los humanos. Los instintos y sentimientos tribales, dice Hayek, rivalizan con el orden extenso o gran sociedad. Por lo tanto aquellos instintos y sentimientos deben ser abandonados en favor del progreso económico del orden extenso. Hayek se refiere al altruismo y la solidaridad.
Estos valiosos sentimientos, propios de la sociedades tribales o familiares, cuando son llevados al orden extenso, amenazan la estructura de la gran sociedad. La moral adquirida en la gran sociedad no debe ser el reflejo o la extrapolación de aquéllos, tampoco debe ser su negación, cómo lo asegura Hayek, sino una nueva realidad moral que permita el desenvolvimiento de la gran sociedad, cimentada ésta en el intercambio económico, la propiedad privada y la especializada división del trabajo. Y no puede ser la negación de los sentimientos instintivos puesto que ello iría en contra de realidades familiares y grupales que aún persisten y que constituyen un valor insuperable de la cotidianeidad. Los límites de la solidaridad y el altruísmo en el seno del orden extenso no implica su negación. Y decimos sus límites puesto que es cierto que su generalización al orden extenso implica una amenaza para el mismo. Es imposible que sociedades complejas, con elevado número de personas, culturalmente diversas y con intereses dispares, puedan convertirse en exitosas y prósperas con el apoyo de normas tribales. Si actuásemos sólo bajo la moral que dictan los sentimientos de solidaridad y altruismo agotaríamos las reservas de la sociedad avanzada y volveríamos a la pobreza de la tribu, afirma Hayek. ¿No está, acaso, engañosamente justificado el estado de bienestar del comunismo y la social democracia en los conceptos tribales de solidaridad y altruismo? No cabe la menor duda que aquellos principios fueron, aparte de otros errores de teoría económica, las causas de la caída del régimen comunista de la antigua unión soviética al destruír el andamiaje económico que lo sustentaba. Cuando los sentimientos tribales, familiares o grupales son trasplantados al orden extenso y reglamentados como política pública, es la libertad individual el primer valor que se siente amenazado. Los desórdenes económicos que se derivan de aquella pérdida terminan destruyendo el crecimiento económico necesario para el bienestar del colectivo. Es por ello, afirma Hayek, que la nueva moral adquirida del orden extenso debe estar cimentada sobre la propiedad privada, el libre comercio y la división del trabajo. Hayek tiene una postura consecuencialista sobre lo que debe suceder en la gran sociedad como resultado de aquellos tres principios básicos y no indaga sobre la redistribución del ingreso.
Hayek es un crítico acérrimo de La Justicia Social; afirma que es una expresión que carece de sentido puesto que la justicia es un concepto aplicable sólo a la individualidad, Así dice en (4): “Estimo ahora, que quienes emplean habitualmente la frase ‘justicia social’ no saben lo que con ella pretenden decir, sino que más bien la usan como simple aserto que les permite formular pretensiones que carecen por completo de justificación.” Lo que con ella se quiere expresar es traído de los sentimientos tribales y familiares que pierden significado en el contexto de la gran sociedad. No obstante, Hayek era consciente de la necesidad de la asistencia social dirigida a los indigentes, enfermos y discapacitados; así lo expresa en (5) “Existen necesidades comunes que sólo pueden satisfacerse mediante la acción colectiva y que, por lo tanto, han de ser atendidas en dicha forma, sin que ello implique restringir la libertad individual.”
Pero lo más controversial del pensamiento de Hayek es cuando afirma en (1) que aquella moral adquirida ha sido producto de una evolución y no como consecuencia de actos racionales. Así dice:
…Es, desde luego, una equivocación creer que podemos sacar conclusiones acerca de lo que deberían ser nuestros valores simplemente porque nos damos cuenta de que son producto de la evolución. Pero no podemos razonablemente dudar que esos valores son creados y alterados por las mismas fuerzas evolucionistas que han producido nuestra inteligencia. Todo lo que podemos saber es que la decisión final acerca de lo bueno o malo no será hecha por un discernimiento humano individual, sino por la decadencia de los grupos que se hayan adherido a las creencias equivocadas.
La filosofía hayekiana se enmarca en lo que él ha llamado el Orden Espontáneo. Se trata de una extensión de la mano invisible de Adam Smith. El orden extenso, afirma Hayek, nace espontáneamente como producto de la acción humana y no puede ser plenamente entendido por los individuos que integran ese orden. Hayek se opone al racionalismo constructivista que “…rehúsa someterse a normas cuyo significado no comprende plenamente, y que producen un orden que no podemos predecir en detalle,” (2).
Es difícil de explicar cómo las sociedades más exitosas hayan llegado a niveles superiores de desarrollo sólo bajo los principios de una ciega evolución y no bajo las guías del razonamiento. Si una mala decisión no es examinada bajo las luces de la razón no es entendible cómo llegar a la adopción de decisiones exitosas. Lo contrario sería aceptar el azar, o el destino, o la divinidad, o fuerzas superiores que desconocemos como los constructores de la civilización, y en ese caso libraríamos a las sociedades humanas de toda responsabilidad de fracaso.
La postura de Hayek es en este caso extrema y desproporcionada. Si no podemos comprender el significado y alcance de las normas morales del orden extenso, ¿cómo podemos entonces proponerlas, cómo podemos avalarlas y defenderlas, cómo podemos distinguirlas? Desterrar el discernimiento y la racionalidad de lo concerniente al orden extenso es sacrificar en la piedra de ara del azar lo que define al ser humano: su razón.
Algo muy distinto es pensar que al establecer normas morales para el desarrollo social, previas a toda experiencia y producto de un plan predeterminado conduzca al surgimiento de sociedades exitosas. Pretender conocer y prever los mas finos detalles de las expectativas del hombre es, sin duda, un principio equivocado que bien nos lo explica Hayek en su obra La fatal arrogancia, (3). El hombre nuevo de la filosofía marxista es el mejor ejemplo de los disparates que pueden proponer los ingenieros sociales. Las limitaciones del hombre en su aventura por los senderos del conocimiento no avalan los argumentos que se oponen al racionalismo como motor del progreso. No es claro cómo el orden espontáneo de Hayek pueda oponerse al racionalismo; el orden espontáneo, más bien, es un argumento racionalista que explica las causas profundas de una moral basada en el libre comercio, la propiedad privada y división del trabajo. Entender el carácter impredecible de la acción humana no constituye una derrota del racionalismo, es, por el contrario, su punto de apoyo.
Las reacciones de Hayek contra el racionalismo constructivista lo llevan a defender posturas muy difíciles de defender. Hayek parece entender que la razón como instrumento del conocimiento debería ser algo así como un elemento dado a priori, capaz y omnisciente. Y como no lo es, lo rechaza. Hayek afirma, y con razón, que “El hombre no viene al mundo dotado de sabiduría, racionalidad y bondad: es preciso enseñárselas, debe aprenderlas”, pero el instrumento de enseñanza y aprendizaje, cual es la razón, es desechado por Hayek en favor de un evolucionismo social que en ausencia de aquélla carecería de dinámica.
Seríamos muy torpes si creyéramos que Hayek desconoce el valor del racionamiento humano, él fue uno de sus mejores cultores. Pero cuando prioriza la evolución social sobre el racionalismo se compromete con el origen mismo de la especie. Así dice: “…el hombre deviene inteligente porque dispuso previamente de ciertas tradiciones a las que pudo ajustar su conducta”. A lo que el contradictor hayekiano replicará: ¿Y con cuál instrumento dispuso previamente de aquellas tradiciones? Es obvio: con la razón.
Cómo ya lo habíamos dicho, Hayek y Mises sostenían la inviabilidad de las sociedades socialistas con economías centralizadas alegando que en aquéllas no era posible el cálculo económico. No es posible, afirmaban, que la mente de un subastador centralizado pueda conocer y ordenar todas las preferencias individuales de una sociedad. Aceptar la existencia de una tal racionalidad, creía Hayek, era aceptar la capacidad del subastador de moldear a su antojo las estructuras económicas, lo que equivalía a darles la razón a los socialistas. Es por ello que Hayek abandona el racionalismo constructivista y propone el orden espontáneo y la evolución cultural.
Pero no es la falta de omnisciencia del planificador central la que conduce a la imposibilidad del cálculo económico, es la teoría objetiva del valor que tendrá que utilizar aquél para la fijación de los precios de las mercancías. Las teorías objetivas del valor, a diferencia de las subjetivas, se definen en términos de objetos concretos (de allí el nombre de objetivas) Por ejemplo, la teoría del valor – trabajo del marxismo la expresa K. Marx en (6) de la siguiente forma: “El valor de la fuerza de trabajo se determina por el valor de los artículos de primera necesidad imprescindibles para producir, desarrollar, mantener y perpetuar la fuerza de trabajo” Es evidente el carácter contradictorio de la anterior definición puesto que la fuerza de trabajo está definida en términos de la misma fuerza de trabajo que quiere definir. Es un error de lógica formal introducir lo definido en la definición. Es por ello que el cálculo económico basado en una teoría objetiva del valor es completamente equívoco. A conclusiones exactas llegaremos si la teoría del valor que escogiéramos estuviera apoyada en objetos o mercancías.
Las teorías subjetivas del valor son aquellas que se definen en términos de las preferencias de los agentes del mercado; su definición la encontramos por primera vez, en forma explícita, en los trabajos de los escolásticos españoles del siglo XVI en cabezas de Diego de Covarrubias y Leyva y Luis Saravia de la Calle. La teoría subjetiva del valor fue olvidada hasta cuando en el siglo XIX fue resucitada por la escuela austríaca de economía en cabeza de Karl Menger.
Para Hayek y Mises la imposibilidad del cálculo económico en economías planificadas radicaba en la imposibilidad que puede tener una mente para entender, hasta el último detalle, todas las preferencias de los agentes del mercado y por consiguiente alterar el mismo. Pero entender un orden no implica tener la capacidad para alterarlo. Supongamos que por algún artificio, computacional por ejemplo, el planificador central pueda conocer todas las preferencias de los agentes del mercado y con base en ello pueda anunciar los precios, así es cómo lo propone la teoría del equilibrio general de los neoclásicos desde L. Walras; en el instante en que el planificador da a conocer los precios, ese conocimiento en manos del público altera inmediatamente los mismos puesto que las preferencias individuales dependen, también, de los precios.
Por Mario Zuluaga
en http://mzuluaga.wordpress.com/2007/04/14/hayek-y-la-justicia-social/
Referencias
- Hayek, F. Los fundamentos de la libertad. Unión editorial, 1998.
- Hayek, F. New Studies in Philosophy, Politics, Economics and the History of Ideas. Chicago:University of Chicago Press, 1978.
- Hayek, F. A. The Fatal Conceit: The Errors of Socialism. Edited by W. W. Bartley, III. Co-published with Routledge. 1988. Series: (CWFAH) The Collected Works of F. A. Hayek.
- Hayek. F. Law, Legislation and Liberty: vol. 1, Rules and Order, vol. 2, The Mirage of Social Justice, vol. 3, The Political Order of a Free People. Chicago: University of Chicago Press, 1973.
- Hayek, F. The Constitution of Liberty, Chicago, University of Press, 1960.
- K. Marx. Salario Precio y ganancia, http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/65spg/index.htm
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