Karl Popper nos ha legado algunas verdades esenciales y nos ha enseñado, como todos los grandes maestros, el camino que conduce a la verdad y a aprender de estros propios errores.
Nacido en Viena en 1902, creció en un ambiente en quiso ser músico. Es significativo que abandonara el círculo de Schónberg para ingresar en el departamento de obras religiosas de la Academia de Música vienesa. Durante la primera guerra mundial la lectura de las obras de Marx y, más tarde, las negociaciones de paz entre Alemania y Rusia lo llevaron a aceptar el comunismo, error que no tardó en abandonar. Sus estudios científicos y filosóficos concluyeron por decantar sus intereses hacia la filosofía de la ciencia, que en esa época estaba bajo el imperio de las ideas del positivismo lógico del Círculo de Viena. En 1935 se estableció en Gran Bretaña y, después de ocho años en Nueva Zelanda, fue profesor en la Universidad de Londres y en la London School of Economics y alcanzó la ciudadanía y la nobleza británicas. La obra de Popper, en la que destacan sus libros "La lógica de la investigación científica" (1934), "La sociedad abierta y sus enemigos" (1943), "La miseria del historicismo" (1957), "Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico" (1963) y la autobiografía intelectual "Búsqueda sin término" (1972), puede entenderse como una doble crítica contra la metodología y la teoría de la ciencia del positivismo lógico de un lado, y contra el totalitarismo, en su doble versión comunista y fascista, y el nacionalismo, de otro. Sus más memorables aportaciones pertenecen al ámbito de la filosofía de la ciencia y de la filosofía social y política. Su obra entraña una crítica del falso racionalismo, del extravío moderno del sueño de la razón, pero desde los supuestos de la ilustración. Ajenos a Popper son toda suerte de irracionalismo y de relativismo.
Nacido en Viena en 1902, creció en un ambiente en quiso ser músico. Es significativo que abandonara el círculo de Schónberg para ingresar en el departamento de obras religiosas de la Academia de Música vienesa. Durante la primera guerra mundial la lectura de las obras de Marx y, más tarde, las negociaciones de paz entre Alemania y Rusia lo llevaron a aceptar el comunismo, error que no tardó en abandonar. Sus estudios científicos y filosóficos concluyeron por decantar sus intereses hacia la filosofía de la ciencia, que en esa época estaba bajo el imperio de las ideas del positivismo lógico del Círculo de Viena. En 1935 se estableció en Gran Bretaña y, después de ocho años en Nueva Zelanda, fue profesor en la Universidad de Londres y en la London School of Economics y alcanzó la ciudadanía y la nobleza británicas. La obra de Popper, en la que destacan sus libros "La lógica de la investigación científica" (1934), "La sociedad abierta y sus enemigos" (1943), "La miseria del historicismo" (1957), "Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico" (1963) y la autobiografía intelectual "Búsqueda sin término" (1972), puede entenderse como una doble crítica contra la metodología y la teoría de la ciencia del positivismo lógico de un lado, y contra el totalitarismo, en su doble versión comunista y fascista, y el nacionalismo, de otro. Sus más memorables aportaciones pertenecen al ámbito de la filosofía de la ciencia y de la filosofía social y política. Su obra entraña una crítica del falso racionalismo, del extravío moderno del sueño de la razón, pero desde los supuestos de la ilustración. Ajenos a Popper son toda suerte de irracionalismo y de relativismo.
Las ideas fundamentales del positivismo lógico proceden de su teoría del significado. Una proposición tiene significado, es decir, es verdaderamente una proposición, si describe un hecho que se pueda comprobar a través de la experiencia sensible. El significado es el método de verificación. Todo lo que no es empíricamente constatable no es ni verdadero ni falso; carece de sentido o significado. Las proposiciones de la metafísica son pseudoproposiciones carentes de sentido, son absurdas. En realidad, no dicen nada. La obsesión antimetafísica casi patológica de los neopositivistas acababa por destruir incluso el fundamento de la ciencia natural. Ninguna persona sensata admite que las proposiciones de la física contemporánea sean puramente descriptivas de hechos empíricamente observables. El arbitrario criterio neopositivista de significado no lo cumple ni la ciencia natural.
Popper, en su primer libro "La lógica de la investigación científica", lanza un ataque mortal contra estas ideas. Comienza por considerar casi irrelevante el problema del significado. Lo importante es para él establecer un criterio de demarcación que permita distinguir la ciencia de lo que no es ciencia. Este criterio lo encuentra en el principio de la refutabilidad, sólo en apariencia paradójico. Una proposición o una teoría pertenecen al ámbito de la ciencia cuando son susceptibles de ser refutadas, es decir, si es posible establecer qué hechos las harían falsas. Pertenece al ámbito de la ciencia no ciertamente lo que es falso —esto sería absurdo— sino lo que es "falsable", lo que podría resultar falso. Las teorías científicas son conjeturas refutables. El criterio para establecer el estatus científico de una teoría es su refutabilidad. Las teorías metafísicas no son ni falsas ni absurdas como pretendía el positivismo lógico, sino irrefutables. Pero no lo son por ser verdaderas sino porque no existe ningún hecho que pueda testimoniar en contra de ellas. Teorías como el marxismo y el psicoanálisis, con independencia de su valor, quedan más allá del ámbito de la ciencia, precisamente porque no pueden ser testadas o contrastadas. ¿Qué hecho podría hacer falsa la afirmación de Freud de que los sueños son realizaciones de deseos inconscientes o la tesis marxista (de origen ricardia-no) de que sólo el trabajo humano es la fuente del valor? En cambio, en el caso de las teorías de Einstein sí podemos establecer qué tendría que suceder para que sus tesis resulten falsas.
La ciencia consiste en una búsqueda sin fin, siempre provisoria y nunca acabada, de la verdad. La labor del científico consiste en desconfiar de la verdad de sus teorías y someterlas continuamente a contrastación y no en aferrarse dogmáticamente a ellas. El verdadero método científico es el de la crítica y la discusión permanentes. Aunque existe una verdad objetiva, la falibilidad humana no permite el conocimiento de la verdad definitiva. La ciencia es un camino sin fin.
Popper rechaza, por tanto, el "inductivismo", ya que la ciencia no consiste para él en una colección de observaciones de las que inferimos leyes o hipótesis generales. Por el contrario, el conocimiento científico parte de un problema, ensaya soluciones posibles y va eli-minando (refutando, "falsando") los errores encontrados. En cierto sentido, la ciencia es el tesoro de los errores. La actividad del científico es una especie de método de ensayo y error. La verdad es lo que de momento ha resistido los intentos de refutación. En absoluto puede decirse que Popper atenúe o borre la diferencia entre los verdadero y lo falso. Siempre afirmó que defendía el realismo epistemológico y metafísico. La revolución metodológica de Popper ha influido decisivamente en la contemporánea filosofía de la ciencia (Hanson, Lakatos, Feyerabend,…).
Esta teoría "liberal" del conocimiento científico es la que luego aplica a la política en su batalla contra el totalitarismo y la intolerancia. El tránsito no es difícil. El totalitarismo es el sistema político que anula la libertad individual. Además de negar el fundamento de la dignidad humana, el totalitarismo descansa en un grave error intelectual, cuyo paradigma es el racionalismo moderno: en la pretensión de que al hombre le es dado el conocimiento total de la verdad absoluta, definitiva. La falibilidad humana, la imposibilidad de alcanzar la justicia absoluta, exige la democracia, que no consiste en el gobierno popular, cosa probablemente imposible, sino en aquel sistema político que, a diferencia de las dictaduras, permite sustituir pacíficamente a los gobernantes. En la democracia, las políticas de los gobiernos son sometidas, como las teorías científicas, a un permanente proceso de discusión y crítica, son continuamente refutadas o testadas. Si no resisten la prueba, son sustituidas por otras. Esto es lo que caracteriza a las "sociedades abiertas", a las sociedades capitalistas occidentales, frente a los sistemas totalitarios. Aunque no carecen de fallos y errores son la mejor forma de sociedad conocida por los hombres. Pero la democracia, como pura forma política que es, no puede hacer nada. Sólo los ciudadanos de la democracia pueden actuar. Sólo de ellos cabe esperar el bien y el mal.
La democracia no se fundamenta en el relativismo moral sino en la falibilidad humana para alcanzar la verdad moral objetiva. "El relativismo —afirmó— representa la más grave amenaza que planea sobre nuestra sociedad". "Somos demócratas no porque la mayoría tenga razón, sino porque las tradiciones democráticas son las menos malas que conocemos". Su antidogmatismo incluye a la democracia y al mercado. Sólo excluye a la libertad.
Como buen liberal, Popper sostuvo que el Estado es un mal necesario, pues el poder siempre amenaza a la libertad individual. Pero la defensa del liberalismo y de la democracia no le llevan a negar el valor de la tradición. "Entre las tradiciones que debemos considerar más importantes se cuenta la que podríamos llamar el "marco moral" (correspondiente al "marco legal" institucional) de una sociedad. Este marco moral expresa el sentido tradicional de justicia o equidad de la sociedad , o el grado de sensibilidad moral que ha alcanzado. Es la base que hace posible lograr un compromiso justo o equitativo entre intereses antagóni eos, cuando ello es necesario. No es inmutable en sí mismo, por supuesto, pero cambia de manera relativamente lenta. Nada es más peligroso que la destrucción de este marco tradicional. (El nazismo trató conscientemente de destruirlo). Su destrucción conduce, finalmente, al cinismo y al nihilismo; es decir, al desprecio y la disolución de todos los valores humanos". Popper reconcilia así los valores de la ilustración y de la tradición. El verdadero racionalismo no conduce a la destrucción de la tradición. En cambio, sí es enemigo del utopismo revolucionario, fruto podrido del falso racionalismo, que destruye la realidad para edificar sobre sus ruinas otra peor. Siempre abominó de lo que calificó como "ingeniería social"; es decir, el intento de construir la sociedad desde el poder. Su crítica pertenece a la misma estirpe de la concepción de su amigo Hayek sobre el orden espontáneo de las sociedades. El liberalismo resulta ser más un credo evolucionista que revolucionario.
Aunque comenzada a redactar en la década anterior, en 1943 aparece quizá su obra más popular: "La sociedad abierta y sus enemigos", formidable crítica del marxismo y, en general, de todos los totalitarismos. Muy pronto, y cuando no era fácil hacerlo por la brutal presión de la propaganda y la mentira, Popper se adhirió a la tesis, que entre otros ya había defendido antes Ortega y Gasset, de la vinculación esencial entre el comunismo y el fascismo como formas del totalitarismo antiliberal. Fue de los pocos que, con coraje y lucidez, no sucumbieron a la mentira ni a la estupidez y denunció los siniestros errores del comunismo. Otro de los tremendos errores intelectuales que amenazan a la libertad es el historicismo, del que el marxismo es un buen ejemplo, la tesis de que la historia se encuentra determinada por factores que escapan a la acción de los hombres, la idea de que existen leyes históricas que trascienden a los individuos. Esto es falso. Según Popper, la historia se hace mediante el esfuerzo de los individuos. No hay leyes históricas que anulen la libertad individual. ¿Cómo defenderán la libertad quienes niegan que exista? El historicismo es el sustrato moral del totalitarismo.
No es extraño que cuando el éxito alcanzó a sus ideas, socialistas y social-demócratas intentaran apropiárselo y llevarlo a su terreno. En España, su destino pasó del olvido o el anatema a la apropiación indebida. La necesaria rectificación del- extravío a que ha llevado la modernidad puede encontrar en Popper una certera guía. Cuando el siglo XX camina hacia su fin, sabemos que sólo de los hombres depende el rumbo que puedan tomar los acontecimientos, pues no está el futuro escrito. Sólo de nosotros depende que la revolución liberal de 1989, que sentenció el final del imperio comunista, y que hoy se encuentra amenazada, entre otros peligros, por el auge del tribalis-mo nacionalista, entrañe la definitiva consolidación de las instituciones liberales propias de la "sociedad abierta". En nuestras manos está que triunfe el legado de pensadores como Ortega, Aron, Hayek o Popper y no el de Sartre, Marcuse, Lukács o Chomsky. Quizá el principal defecto de la filosofía de Popper sea la falta de planteamiento, o el planteamiento insuficiente, de los problemas radicales de la existencia humana . Es verdad que, en contra de lo pretendido por el positivismo lógico, Popper siempre pensó que lo que queda más allá del ámbito de la ciencia, lo que se refiere al sentido y finalidad de la vida, la religión y la moral distan de carecer de valor. La ciencia no permite resolver los problemas fundamentales de la vida.
Pero, demasiado dependiente de la tradición moderna, él se siente apegado en exceso a la concepción científica de la filosofía y a la visión individualista de la sociedad, que descuida el superior ámbito de lo comunitario.
Hombres como Popper, que admiraba a Thatcher y no a Castro, han obligado a que hoy quien no se declare liberal, amante de la libertad, deba explicar por qué no lo es. Su nombre quedará grabado en la memoria liberal de un siglo que no lo fue hasta casi su final. Su obra ejemplar ha demostrado además cómo la inteligen-cia suele anticiparse siempre a la realidad. Al final de su vida, se puso de moda después de décadas de incompresión, pero mucho antes tuvo razón y para un pensador lo importante no es estar de moda, sino tener razón. En épocas convulsas supo ejercer el supremo imperativo de la inteligencia: el optimismo. "Es nuestro deber ser optimistas", afirmó. Y es que el optimismo, como la felicidad, es un imperativo. En tiempos oscuros, nos enseñó algunas certidumbres y a aprender de nuestros errores y nos mostró alguna vía hacia la luz.
Pese a sus anatemas contra Platón, a quien tal vez no hace justicia, lo mejor del legado de Popper es probablemente su socratismo, su convencimiento de que el ideal de vida consiste en la búsqueda de la verdad mediante la discusión y la crítica. Este ideal de vida en el que consiste auténticamente la filosofía constituye la esencia de la civilización europea y de él se nutre la forma menos imperfecta de sociedad conocida, la sociedad liberal.
Por Tom Burns
en http://www.cuentayrazon.org/revista/pdf/088/Num088_007.pdf
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