Uno de los errores del optimismo burgués consistió en creer que, en una sociedad libre, la verdad en lo relativo a las decisiones y comportamientos conformes a la dignidad humana y a la libertad, debería surgir automáticamente de los conflictos de fuerzas y de opiniones.
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De esta suerte, la sociedad democrática, en su comportamiento concreto, no tenía idea de sí misma, y la libertad, desarmada y paralizada, permanecía expuesta a los ataques de los que la odiaban y procuraban suscitar en los hombres un deseo vicioso de liberarse de la libertad.
Si se quiere triunfar sobre las tendencias totalitarias y cumplir la esperanza de los pueblos, la democracia de mañana deberá tener su propia concepción del hombre y de la sociedad, su propia filosofía y su propia fe, cosas que la capacitarán para educar al pueblo para la libertad, y le servirán para defenderse por sí sola de los que quisieran valerse de las libertades democráticas para destruir la libertad y los derechos humanos.
Ninguna sociedad puede vivir sin una inspiración fundamental común y sin una fe común fundamental, objeto de un acuerdo 'práctico', antes que teórico o dogmático.
Es así como hombres que poseen convicciones metafísicas o religiosas completamente diferentes y hasta opuestas entre sí - los materialistas, idealistas, agnósticos, cristianos y judíos, musulmanes y budistas - pueden converger hacia las mismas conclusiones y pueden participar de la misma "filosofía" democrática práctica, siempre que reverencien análogamente, acaso por razones muy diferentes, la verdad y la inteligencia, la dignidad humana, la libertad, el amor fraternal y el valor absoluto del bien moral.
por Jacques Maritain
en 'El Alcance de la Razón'.
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