lunes, 5 de septiembre de 2011

No tan revolucionaria

por Samuel Gregg 

Mientras se desarrolla la crisis financiera de la Unión Europea en el viejo continente, muchos jóvenes europeos están dándose tardíamente cuenta de que su futuro económico es poco propicio.

Desafortunadamente, decenas de miles de jóvenes europeos que han tomado las calles de ciudades como Lisboa, Madrid, Barcelona, Atenas y París en los meses recientes, para expresar su disgusto, no están realmente interesados en un cambio radical.

Más bien, tienden a ser criaturas muy convencionales -fuertes proponentes del mantenimiento de un status quo insostenible.

Llamados “los indignados”, los jóvenes irritados de Europa derivan su nombre de un panfleto de gran venta, Indignez-vous, de 2010, escrito paradójicamente por alguien en el otro lado del espectro de edades, Stéphane Hessel, un hombre de 93 años, parte de la Resistencia Francesa.

Todo lo que usted necesita saber acerca del contenido del panfleto está revelado en el hecho de que su primera traducción al inglés fue publicada en marzo de este año por The Nation -el baluarte de la izquierda en EEUU.

Lleno de acusaciones en contra de la “dictadura actual internacional de los mercados financieros” y de exhortaciones a “enojarse”, el texto de Hessel denuncia también las reformas de esos mismos estados de bienestar que han ayudado a llevar a mucho de Europa al filo de una catástrofe financiera.
Por razones históricas, las clases políticas de Europa se ponen nerviosas cuando las personas, jóvenes o viejas, salen a la calle.
Después de todo, las protestas masivas en contra del status quo en 1789, 1848, 1918 y 1968 ayudaron a facilitar cambios inmediatos e importantes, por no mencionar saqueos, violencia y, ocasionalmente, tomas temporales del poder por parte de regímenes de terror.

Esta vez, sin embargo, las cosas son diferentes. Con una renuencia apenas disfrazada, los gobiernos europeos están procediendo a implantar pequeños cambios dirigidos a reducir los costos del estado de bienestar. Pero los indignés protestan por no solo el dolor del cambio -también resienten los cambios en sí mismos.

Desde luego, hay una franja anarquista en estas protestas juveniles -los individuos con máscara de nieve que con rutina se unen a cualquier demostración por el gozo de la violencia física en contra de la policía y la destrucción al azar de la propiedad privada.

Pero, por mucho, los indignados quieren exactamente los que sus padres y abuelos consideran como su derecho innato: empleos de por vida que no requieran esfuerzo, atención médica gratuita, ingreso mínimo garantizado, seis semanas de vacaciones pagadas, jubilación temprana y pensiones gubernamentales generosas.

En otras palabras, quieren una Europa Social. Los indignados parecen no comprender, sin embargo, lo mucho que este sistema económico ha contribuido a crear su mala situación presente.

Por ejemplo, la regulación del mercado de trabajo. Por décadas, muchos gobiernos de Europa Occidental -en el nombre de la prosperidad- han dificultado a los empleadores realizar despidos.
Como consecuencia, los negocios europeos tienen que pensarlo dos veces antes de contratar a cualquiera, porque saben que una vez que lo han hecho, es muy difícil despedirlos, incluso en casos de la más grande incompetencia.

Muchos jóvenes europeos, por consecuencia, están en una posición imposible para encontrar trabajo, o condenados a una media vida de improvisación en contratos de medio tiempo y corto plazo, con un trabajo para el que están sobrecalificados.

La realidad de que sus apuradas circunstancias financieras les haga a menudo tener que vivir con sus padres, los que presumiblemente están entre esos quienes gozan del beneficio de no poder ser despedidos, no hace que su situación sea mejor.

¿Escuchamos a los indignados reclamando reforma del mercado laboral? No, para nada. Están protestando contra esos cambios en Portugal, Francia, España y Grecia. En este sentido con son diferentes de esos estudiantes franceses cuyas protestas callejeras ayudaron a debilitar una liberalización tibia de las layes laborales en Francia, durante 2006.

Muchos jóvenes europeos desconocen en mucho que las tendencias demográficas están inclinando la balanza en su contra. La tasa de nacimiento, por debajo de la de reemplazo, que prevalece en casi toda nación europea, producirá un cambio en la proporción de trabajadores activos y jubilados, de 2:1 a 1:1.

Esto hace poco probable que incluso las reformas actuales, como el alza de la edad de retiro, pueda impedir la eventual implosión de los estados de bienestar europeos -un proceso que al ritmo actual comenzará mucho antes que les indignés se acerquen siquiera un poco a recibir su primer cheque de pensión estatal.

Los indignados tampoco parecen darse cuenta de que cualquier oportunidad que ellos tengan de forzar las reformas de liberalización económica por la vía democrática se debilitan cada día.

Los mismos desarrollo demográficos que comprometerán severamente sus prospectos económicos, reducirán también a los jóvenes europeos al status de una minoría en el continente de más rápido envejecimiento del mundo.

Esto disminuirá progresivamente su capacidad para tener más votos que la gerontocracia de millones y creciente, los que parecen estar tranquilamente satisfechos consumiendo el futuro de sus hijos.
Nada de esto significa que los jóvenes europeos no deban estar indignados por el desorden financiero actual del continente. Tienen todo derecho a estar hartos de su mala situación económica. Las clases políticas europeas merecen su desprecio.

Pero como señaló François Fillon, el anglófilo primer ministro, al señor Hessel -y por eso indirectamente a los airados jóvenes europeos- “la indignación por la indignación no es una manera de pensar”.
Si el reto que enfrenta China es el envejecer antes de enriquecerse, uno de los problemas de Europa es que esos que constituye su futuro quieren vivir en el pasado inmediato.

Su imaginación permanece entrampada en la fantasía social europea de una seguridad económica más o menos permanente y una visión de la vida que desalienta la iniciativa personal y el asumir riesgos: en otras palabras, las cosas que ayudan a ser claramente humana a la vida humana.

Cuanto más tarden en despertar los indignados europeos y ver estas realidades, más prolongada será su pesadilla presente.
Fuente: http://www.fundacionburke.org/2011/07/12/no-tan-revolucionaria/

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