domingo, 5 de mayo de 2013

¿POR QUÉ SOY LIBERAL? El individuo y el Estado

No es fácil, ni mucho menos frecuente, que el hombre provoque en si mismo la desnudez cartesiana. Nadie parte de un principio pare saber a dónde llega. Nadie tiene el espíritu como una serpentina.

La vida no es lógica, ni el pensamiento es lógico, cuando se trata de buscar la esencia de las cosas, sino en media docena de inspirados. Ni Descartes mismo empezó una nueva vida mental cuando partió del "pienso, luego existo". En el seguían labrando canales, para las corrientes de esa vida, cien influencias ocultas, de sangre, de medio, de educación, de salud, hasta de panorama.

Si eso ocurre con uno de los mas grandes filósofos, qué no ocurrirá con el termino medio de una humanidad sacudida por todos los estímulos y todas las contradicciones! Quién puede precisar, sin mentir o sin engañarse, el momento en que una idea, de las fundamentales, de las que se convirtieron en sustancia de su propia sustancia, le llegó de visita ?

Puede uno tener vagos recuerdos y hasta vagas sospechas de qué fue fecundado por la idea en determinado momento. Pero ¿cómo asegurar con absoluta nitidez que no lo estaba antes?

¿Será más bien que la mente es un imán en el que no se prenden sino pensamientos que riman con algo que hay dentro? Un concepto es en ocasiones la fórmula de sentimientos que no habían logrado condensarse, para su explicación, en palabras.

Los ojos que lo ven, los oídos que lo escuchan, lo captan. Parece una iniciación. Y es apenas una cristalización de lo mismo que ya se tenia en estado vaporoso.

Quiero dar un ejemplo. Tengo para mí que una de las indicaciones de mayor influencia en mi vida de escritor, en mis actividades de ciudadano y casi de simple miembro de la sociedad, la encontré en Franklin. Es algo sin importancia, que sin embargo pare mí la tuvo enorme. Dice en su autobiografía o en la Ciencia del buen hombre Ricardo que no se debe afirmar: "las cosas son", sino "me parece que son". Ahí estoy yo, está el relativismo y está la tolerancia.

No hay para mí característica tan honda del verdadero liberal como esa.

Quien contempla el matiz, quien acepta que puede estar equivocado y respeta profundamente la sinceridad ajena, es un liberal pleno, cualesquiera que sean sus ideas, porque el liberalismo, más que una doctrina, es un temperamento.

Somos tan ignorantes todos, pequeñas hormigas en la esfera que rueda por los ámbitos, viajeros de orientación desconocida y de procedencia ignorada, que debemos conformarnos con las explicaciones del universo y de la vida que nos satisfacen a nosotros, sin tratar de imponer esas nociones a quienes se satisfacen con otras diferentes. Nos marcó el destino para la vida en común. Somos animales sociales. Aceptada la premisa, debemos procurar que la sociedad se organice para la libertad y que no haya en ella nada que coarte el legitimo desarrollo de nuestra personalidad, ni que se oponga a nuestra marcha ordenada hacia la dicha.

Fue una conquista de los siglos la de los derechos del hombre. Puede ser cierto que el hombre no nace con derechos, pero la sociedad ha convenido, para el mejor-estar de la especie y para el florecimiento de virtudes que hacen del planeta un sitio amable, en que nace con ellos.

Deber de todo gobierno es respetarlos, sin otra limitación que la que imponga la utilidad colectiva. Se hace imperioso el ejercicio de la autoridad. Pero la autoridad no es respetable, ni acatable, ni siquiera aceptable, por el hecho de serlo sino de merecerlo. Toda autoridad que extralimita sus atribuciones, y con mayor razón la que ofende o desacata los principios a que debe estar sometida, trace imperiosa la desobediencia y obligatoria la sanción, por las vías regales, si resultan suficientes, es decir eficaces, o por las vías de hecho cuando no hay otro recurso.

El sentido religioso o simplemente conservador de la autoridad debería hacer invulnerables a quienes la ejercen, como representantes de Dios, autor de todo lo creado y dueño de establecer las normas a que los humanos deben estar sometidos. Pero el sentido liberal rechaza esa representación directa, esa delegación de poderes, que en ninguna parte consta, sea en la esfera religiosa, sea en la esfera civil, y no ve en la autoridad sino el principio del orden, que la misma autoridad viola cuando sus determinaciones o sus actos provocan, como defensa licita, la reacción del desorden. Horrible es la violencia.

Todo cambio justo, deseable por lo menos, se le debe pedir a la razón, con la razón, sencillamente. Pero cuando las voces libres se apagan en la maquina neumática y arriba no se oyen sino las indicaciones del personal capricho, no hay otro remedio, en guarda de los fines mas altos de la sociedad y de los derechos imprescriptibles del ciudadano, que apelar a la fuerza.

Necesidad humana es la justicia. Por eso la independencia del poder judicial es garantía de todas las libertades y derechos. Por eso el poder ejecutivo debe tener limitaciones y ver en lo alto, pendientes de un hilo, como la espada de Damocles, las sanciones, para toda exageración y todo abuso.

Es función primordial del gobierno la de dar seguridad. Debe darla contra el mismo y contra todos los peligros y malos elementos de la sociedad y de fuera. Sería mejor que no hubiera necesidad de gobierno. El anarquista que abre el alma a la esperanza del día en que los hombres se conduzcan sin gobierno como si el gobierno existiera, realice un tipo de perfección moral que poco dista de la comunidad de los santos.

Pero la naturaleza humana es defectuosa. La autoridad se hace indispensable. Los tribunales surgen, las cárceles se abren, los soldados y los agentes de policía aparecen con la misión de dar seguridad y de poner a buen recaudo a cuantos contra ella conspiren, pero no con el derecho de castigo, que no debiera concedérseles, sino con el de defensa.
Fuente: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/politica/pensa/pensa30.htm

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