Mientras la humanidad no mejore existirán cortapisas. Doy otro ejemplo: el amor. Día llegara en que se acepte la moral de la unión libre. Lo que constituye la santidad del matrimonio, y debe hacer indisoluble el vínculo, no es la epístola de San Pablo ni la bendición del sacerdote sino la unión del afecto. Sin amor, ha podido pasarse por el juzgado, por la notaria y por la iglesia, sin que el matrimonio dejara de ser otra cosa que un concubinato legalizado, más inmoral que el concubinato puro y simple, porque a este ha podido santificarlo un sentimiento superior al deseo. Lo esencial es la atracción, el juramento íntimo que se hicieron dos seres para acompañarse en la vida, para formar un hogar, para sentir en el espectáculo de los hijos el goce supremo de la creación, la sensación de plenitud que se apodera de cuantos saben que Dios habla en el corazón y en el mismo corazón castiga o recompense. Lo demás fue solo fórmula, acatamiento de los usos sociales, venia a la tradición, sin otra importancia pare el filósofo que la que tiene el vestido blanco de la desposada o la alegre reunión que se acostumbra después de la ceremonia. El sacramento esta en el sentimiento. Los matrimonios sin amor son venta, son prostituciones, son desgracias, son crímenes. Dios no los bendice aunque los hayan bendecido el alma, el rabino, el juez, el pastor o el sacerdote. La sociedad, con todo, se page de lo externo. Y así continuará hasta cuando la naturaleza humana haya evolucionado hacia mejores concepciones éticas.
Puede aceptarse también que es hombre más libre, más moral, más obediente al destino para el que fue creado, aquel que se siente ciudadano del orbe y considera una aberración las fronteras. Pero en el estado actual de mundo, desgraciado aquel cuya nación profesó el principio del amor igual pare todas las naciones, que destinada está a ser absorbida, y en el estado actual del alma, desgraciado del que no sienta la emoción de la bandera! Tan arraigados nos sentimos al lugar donde nacimos; tan completa fue la impregnación de sus paisajes, de su tradición, de sus instintos; tan profundamente se grabaron en la mente y en el corazón los ideales y hazañas de los muertos; fue tan perfecta la modelación de la sensibilidad; tan enaltecedores parecen los esfuerzos por el bien de cuantos nos rodean, y tan atractivas y luminosas se ven las realizaciones del porvenir, nebulosas que nos invitan a ayudarles en la condensación, que parece incomprensible el hombre que no sienta un sagrado temblor ante la patria.
La patria es adorable, es digna de todos los sacrificios y de todos los desvelos, del tesón por defenderla y por servirla, convertido en religión, hecho culto de cuanto la enaltece. Han buscado el monopolio del amor hacia ellos los místicos de la tradición, que hacen una extraña amalgama de las ideas políticas y de los sentimientos. En los últimos no cabe la exclusión ni aún de los mismos que aceptan la patria internacional, la patria universal, que es la de Cristo, porque algo superior al pensamiento propaga con rapidez, en terreno tan fácil, sus raíces. Es acaso Jaurés, considerado como enemigo del ideal de patria, quien puso en la definición de la patria el acento más hondo, al hablar, en frase incomparable, en que citaba los motivos de adhesión a la sierra, de "la inmovilidad de los sepulcros y del vaivén de las cunas". Todo el ayer, en que domina el arrullo de la madre, todo el mañana, en que alumbra la promesa del hijo, están en esa síntesis de los motivos caudalosos que, como "ríos de alboroto o de silencio", nos llevan al mar de la patria. "El patriotismo, decía un pensador, es todavía la mejor de las instituciones militares".
En todas las actividades, en todas las ideas, ha de influir la adhesión a la sierra. Tendrán que ser diferentes las doctrinas y los actos de quien la sienta con ardor y los de quien la sienta con frialdad. En la prensa, en la tribuna, en la cátedra, en el parlamento, en la oficina, en el negocio, serán distintos y a veces antagónicos el lenguaje o la actitud de cuantos se hallen en el uno o en el otro extremo. Es inconfundible el acento del que habla con un amor, con un dolor, con un temor, de patria. Pero una cosa es el sentimiento y otra la comprensión. Del propio modo que cualquiera es capaz de suspicacias, de calumnias, de insultos, de deseos, lúdicos u homicidas, a que sin embargo no da expresión, por aseo mental, por cultura, fácil es de comprender cómo puede ser irresponsable el individuo que no siente la atracción de la patria, y más allá, sencillo es concebir cómo una humanidad superior podrá extender el concepto de patria a todo el mundo, y hasta podrá abolir los tribunales, las cárceles, los ejércitos y los gobiernos.
No hay que ser feroces en el juzgamiento de los demás. Hay que oírlos. Hay que tratar de comprenderlos. Pero cómo es digno de compasión el que no siente el amor de la patria, porque ignore una de las emociones más hondas y más dulces de cuantas se pueden sentir en el planeta!
en http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/politica/pensa/pensa30.htm
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