Hay que defender al individuo contra la asociación de individuos. Hay que proteger a la sociedad contra el abuso a que llega la libertad sin control, ejercida por sujetos que no la entienden sino en su beneficio. Hay que garantizar a cuantos viven contra el peligro de adulteraciones, falsificaciones, incompetencias y audacias que creen ampararse en la libertad y sólo son despotismos disfrazados. Hoy nadie puede ser amo absoluto de su taller, de su almacén o de su hacienda. El Estado vela y debe velar porque los derechos de los individuos subalternos sean reconocidos y amparados.
El ideal de Spencer: "el mínimum de gobierno y el máximum de libertad" sigue siendo el ideal en cuanto signifique el progreso del hombre, que haga innecesarios la vigilancia superior y su consejo. Pero no lo es ya, frente a la realidad que día por día se trace más compleja, cuando el poder del oro tiende a superar al de la colectividad, y el hombre malo puede ser el sujeto todopoderoso, a condición de que sea rico.
Para garantizar la libertad, el Estado debe poner condiciones. Así se reglamenta la inmigración, se exigen certificados de idoneidad para el ejercicio de las profesiones, se impone el descanso dominical, se dan reglas para los talleres, se establecen medidas pare asegurar el alimento puro, se prohíben determinados comercios, se prescriben normas obligatorias de higiene. Las atribuciones del Estado han ido creciendo en defensa del progreso del Estado, de su misma integridad, pare hacer frente, como una sola unidad política, económica y social, a otras unidades, es decir a otras naciones, que sin esa voluntaria determinación podrían desalojarlo o absorberlo.
Mil cosas podrían decirse en materia de educación, de cultivos, de transportes, de aranceles, de concesiones, de bancos, de sociedades de toda índole, para probar que en múltiples casos la libertad no se sacrifica sino se robustece con la intervención del Estado.
Ya está dicho que el sistema de absoluta libre competencia de Ricardo era la apoteosis del egoísmo y llevaba a la revolución social. Hoy se conviene en que la verdadera teoría económica debe edificarse sobre un análisis correcto de la naturaleza humana. Así como se viene clamando por una nueva teoría de los salarios, como indispensable en interés de la justicia y del orden, debe ponerse énfasis en el principio de que la moral debe vigilar todo el proceso económico. Es noción moderna la de la unión estrecha de la psicología con la economía.
El homo æconomicus, tal como lo recordaba yo en la tesis sobre el papel moneda que presente en la Escuela Libre de Ciencias Políticas de París para ganar un diploma, es una concepción irreal, y de esa suerte queda minado por la base todo lo que se funde sobre abstracciones, sobre ciencia pura, sin el permanente recuerdo del hombre como compuesto de necesidades, de impulsos, de caprichos, de aspiraciones, en una palabra, de materia y de alma. Vuelve ahí a prestar servicio, en la conciencia del estadista y del sociólogo, el principio de la fraternidad, que se halla en Cristo.
Por eso tenia razón Valle Inclán cuando en su Romance de lobos ponía esta exclamación en labios de uno de los personajes: "La redención de los humildes hemos de hacerla los que nacimos con ímpetus de señores cuando se haga la luz en nuestras conciencias. Pobres miserables, almas resignadas, hijos de esclavos, los señores os salvaremos cuando nos hagamos cristianos".
Fuente http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/politica/pensa/pensa30.htm
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