Hace muchos años circuló un chiste muy gastado en el que un hombre decía que en su casa él tomaba las decisiones más importantes —tales como qué estrategia debería utilizar Estados Unidos para ganar la guerra en Iraq o la política que debería seguir Europa con respecto a las inmigraciones de musulmanes—, mientas su mujer tomaba las menos importantes —tales como a qué colegio mandar a los niños, cuánto gastar y cuánto ahorrar, qué casa comprar, adónde ir a pasar las vacaciones y cuándo debe él pedirle un aumento al jefe.
Las decisiones claves para el futuro de la humanidad, por supuesto, se tomaban con un traguito en la mano los viernes en la noche en miles de casas en San Salvador.
En el momento presente, estos estadistas de traguito de viernes en la noche han decidido que la culpa de la crisis económica la tiene el capitalismo y que por tanto este sistema debe abolirse. En esto se han visto apoyados por algunos presidentes latinoamericanos que se clasifican como de izquierda, tales como Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, aunque no por los serios como Lula de Brasil.
La conclusión es curiosa por varias razones: Primero, porque los filósofos sociales no dicen qué sistema ha probado ser mejor que el capitalismo para enfrentar la crisis por la simple razón que no hay otro sistema en funcionamiento contra el que pueda compararse el capitalismo, excepto en lugares que ya eran miserables antes de la crisis, como Cuba y Corea del Norte.
Segundo, este sistema, el comunismo, ya falló estrepitosamente con la caída de la Unión Soviética y sus satélites y la conversión de China al capitalismo más crudo durante la década de los noventa. El rechazo del capitalismo necesariamente tendría que llevar al comunismo, ya que éste es el único sistema que niega la base del capitalismo —la propiedad de los bienes de producción en manos privadas— para establecer que toda la propiedad de dichos bienes (es decir, todos los bienes que producen otros bienes, como la maquinaria industrial, la tierra, los tractores, etc.) deben ser propiedad del Estado. Y este sistema ya falló él solito, sin necesidad de una crisis mundial.
Tercero, ya antes, durante la Gran Depresión de los años treinta, se había anunciado la terminación del capitalismo. Y después de eso, los países capitalistas se repusieron y crecieron y se desarrollaron mucho más que los países comunistas, que se quedaron estancados en una economía que sólo podía producir (y muy ineficientemente) en medio de dictaduras que reducían a los ciudadanos a la esclavitud de un Estado totalitario. A la caída de la Unión Soviética se comprobó que los países capitalistas no sólo habían crecido muchísimo más que los comunistas sino también disfrutaban de un desarrollo social mucho mayor. Y además tenían libertad y derechos humanos, que no existían en los países comunistas. China comenzó a crecer cuando abandonó el sistema económico comunista para adoptar el capitalismo.
Cuarto, por un accidente en la carretera, aunque sea terrible e involucre muchos carros, no significa que debe de abolirse el sistema de transporte, prohibiéndose los automóviles y las carreteras. Sí puede significar que es necesario regular y supervisar mucho más el diseño y la construcción de las carreteras, o de los automóviles, o de ambos, así como la crisis financiera actual demuestra que los bancos y otras instituciones financieras no fueron regulados y supervisados tan estrechamente como se requería.
Finalmente, echar culpas sin proponer soluciones es parte de nuestro negativa manera de enfrentar nuestros problemas. Está comprobado que las crisis más grandes y largas son causadas no por los eventos que las comienzan sino por las decisiones erradas que los gobiernos y el sector privado toman o dejan de tomar por ignorancia, precipitación o populismo, que prolongan y vuelven peor los problemas iniciales de la crisis. Así es claro ahora que la Gran Depresión fue tan larga y profunda por errores crasos que se cometieron en medio del pánico de esos años.
En estos momentos, pues, en vez de creernos Carlos Marx y predecir el fin del capitalismo que él anunció sin efecto hace más de ciento treinta años (el sistema que se acabó fue el que él creyó que era el futuro, el comunismo), debemos de buscar soluciones prácticas a los problemas que nos plantea la crisis. Uno de los problemas más serios, que está teniendo lugar en todo el mundo, es la negativa de los bancos a prestar. Esto está sucediendo en nuestro país también. Es entendible que los bancos quieran ser prudentes. Pero también deben entender que si cortan el crédito totalmente van a causar el mismo problema que ellos quieren evitar: si no hay liquidez en el mercado, sus clientes buenos no van a poder pagarles.
El gobierno y los bancos deben de sentarse juntos y armar un plan financiero para el país en el futuro inmediato, que asegure que la excesiva prudencia de los bancos no resulte en la peor imprudencia que pueden cometer —la de ahogar la economía ahogándose ellos mismos con ella—. La suerte de los bancos, las actividades económicas, el gobierno y el país entero depende de que esto se haga pronto y eficientemente, sin grandiosidades políticas, con madurez de país, sin pensar en cosas irrelevantes como si esto es capitalismo o no.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 6 de noviembre de 2008.
Las decisiones claves para el futuro de la humanidad, por supuesto, se tomaban con un traguito en la mano los viernes en la noche en miles de casas en San Salvador.
En el momento presente, estos estadistas de traguito de viernes en la noche han decidido que la culpa de la crisis económica la tiene el capitalismo y que por tanto este sistema debe abolirse. En esto se han visto apoyados por algunos presidentes latinoamericanos que se clasifican como de izquierda, tales como Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, aunque no por los serios como Lula de Brasil.
La conclusión es curiosa por varias razones: Primero, porque los filósofos sociales no dicen qué sistema ha probado ser mejor que el capitalismo para enfrentar la crisis por la simple razón que no hay otro sistema en funcionamiento contra el que pueda compararse el capitalismo, excepto en lugares que ya eran miserables antes de la crisis, como Cuba y Corea del Norte.
Segundo, este sistema, el comunismo, ya falló estrepitosamente con la caída de la Unión Soviética y sus satélites y la conversión de China al capitalismo más crudo durante la década de los noventa. El rechazo del capitalismo necesariamente tendría que llevar al comunismo, ya que éste es el único sistema que niega la base del capitalismo —la propiedad de los bienes de producción en manos privadas— para establecer que toda la propiedad de dichos bienes (es decir, todos los bienes que producen otros bienes, como la maquinaria industrial, la tierra, los tractores, etc.) deben ser propiedad del Estado. Y este sistema ya falló él solito, sin necesidad de una crisis mundial.
Tercero, ya antes, durante la Gran Depresión de los años treinta, se había anunciado la terminación del capitalismo. Y después de eso, los países capitalistas se repusieron y crecieron y se desarrollaron mucho más que los países comunistas, que se quedaron estancados en una economía que sólo podía producir (y muy ineficientemente) en medio de dictaduras que reducían a los ciudadanos a la esclavitud de un Estado totalitario. A la caída de la Unión Soviética se comprobó que los países capitalistas no sólo habían crecido muchísimo más que los comunistas sino también disfrutaban de un desarrollo social mucho mayor. Y además tenían libertad y derechos humanos, que no existían en los países comunistas. China comenzó a crecer cuando abandonó el sistema económico comunista para adoptar el capitalismo.
Cuarto, por un accidente en la carretera, aunque sea terrible e involucre muchos carros, no significa que debe de abolirse el sistema de transporte, prohibiéndose los automóviles y las carreteras. Sí puede significar que es necesario regular y supervisar mucho más el diseño y la construcción de las carreteras, o de los automóviles, o de ambos, así como la crisis financiera actual demuestra que los bancos y otras instituciones financieras no fueron regulados y supervisados tan estrechamente como se requería.
Finalmente, echar culpas sin proponer soluciones es parte de nuestro negativa manera de enfrentar nuestros problemas. Está comprobado que las crisis más grandes y largas son causadas no por los eventos que las comienzan sino por las decisiones erradas que los gobiernos y el sector privado toman o dejan de tomar por ignorancia, precipitación o populismo, que prolongan y vuelven peor los problemas iniciales de la crisis. Así es claro ahora que la Gran Depresión fue tan larga y profunda por errores crasos que se cometieron en medio del pánico de esos años.
En estos momentos, pues, en vez de creernos Carlos Marx y predecir el fin del capitalismo que él anunció sin efecto hace más de ciento treinta años (el sistema que se acabó fue el que él creyó que era el futuro, el comunismo), debemos de buscar soluciones prácticas a los problemas que nos plantea la crisis. Uno de los problemas más serios, que está teniendo lugar en todo el mundo, es la negativa de los bancos a prestar. Esto está sucediendo en nuestro país también. Es entendible que los bancos quieran ser prudentes. Pero también deben entender que si cortan el crédito totalmente van a causar el mismo problema que ellos quieren evitar: si no hay liquidez en el mercado, sus clientes buenos no van a poder pagarles.
El gobierno y los bancos deben de sentarse juntos y armar un plan financiero para el país en el futuro inmediato, que asegure que la excesiva prudencia de los bancos no resulte en la peor imprudencia que pueden cometer —la de ahogar la economía ahogándose ellos mismos con ella—. La suerte de los bancos, las actividades económicas, el gobierno y el país entero depende de que esto se haga pronto y eficientemente, sin grandiosidades políticas, con madurez de país, sin pensar en cosas irrelevantes como si esto es capitalismo o no.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 6 de noviembre de 2008.
Manuel Hinds ex Ministro de Finanzas de El Salvador y autor de Playing Monopoly with the Devil: Dollarization and Domestic Currencies in Developing Countries (Council on Foreign Relations, 2006).
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