miércoles, 18 de mayo de 2011

¿POR QUÉ SOY LIBERAL? Libre exámen y tolerancia

Liberalismo es libre examen. Todo, absolutamente todo, es respetable, como obedezca a una convicción, sea producto de una sinceridad, indique un raciocinio.

Hasta lo perverso hay que estudiarlo, no para justificarlo sino para explicarlo, para comprenderlo. El delincuente mental, el delincuente de obras, pueden solamente ser dos desgraciados. Hay tantas cosas que escapan a la humana penetración, ha sido tan diferente la formación de los diversos individuos, concurren tantos motivos de insospechada índole en la acción, que ante Dios, que si conoce todo, no debe haber responsables. No me hablen a mí de libre albedrio sino en el sentido muy restringido, muy relativo, en que podemos entenderlo los hombres. El determinismo preside la marcha de los atomos. Y desde la amiba hasta la nebulosa, todos obedecemos a leyes que no hemos formulado. El tenebroso criminal a quien maldecimos fue un hombre tarado, que desde el nacimiento estaba pagando ajenas culpas, que en su formación no encontró ejemplos, ni en su camino una mano que lo guiara, ni el desbordamiento de su instinto el cauce que hubiera llevado esa energia hacia fines de común provecho. Eso no lo sabemos, o lo sabemos vagamente, o apenas lo adivinamos en cada uno de los caves que se van sucediendo. Es odioso el concepto de que la ley no tiene corazón y de que el magistrado que le presta el suyo prevarica. Prevarica más bien el que no ahonda en la psiquis del individuo a quien juzga, y lo condena por cenirse a normas de derecho que nada tienen de definitivo. El juez Magnaud, por instinto genial, antes de perder la cabeza exagerando el principio, aplicó a sus juicios el corazón, que era la mejor manera de aplicar la inteligencia. Y dejó un ejemplo luminoso a los jueces. Pensemos siempre en que todo lo que no sabemos lo sabe Dios, y que Dios, para ser justicia, tiene que ser misericordia. De no ser misericordia, la creación seria una especie de borrachera y de vértigo.

Dentro de la creación, aceptando que la sociedad tiene pleno derecho, por lo menos el derecho biológico de defenderse para aislar a los elementos nocivos, debemos tratar de indagar, cuantos tenemos sentimientos liberales, los móviles humanos. Todo debe tener explicación. Todo es discutible. Pascal decia que los hombres no razonaban defectuosamente. Las equivocaciones provenian, en su concepto, de la voluntaria o de la involuntaria restricción del campo visual. "Cuando se quiera discutir con utilidad y mostrar a otro que se engaña, debe observarse por que lado contempla él el asunto, porque ordinariamente por ese lado es cierto". Mucho se les quitaria a la ardentía de las luchas y al borbotar de las pasiones si siempre se quisiera observar tan sencillo y tan extraordinario precepto. Entre nosotros, el doctor José Ignacio Escobar, en ocasión solemne, hablaba de este modo: "Si tuvieramos presente que somos falibles o que pueden ser erróneas nuestras opiniones, no coronariamos de espinas a los que las ponen en duda y las discuten; seríamos indulgentes con los que en busca de más luz penetran osadamente en lo desconocido; no olvidariamos que no se mejora sin innovar, ni se innova sin atacar más o menos lo existente".

Ahí están esbozados los derechos de la duda. "Si amásemos de veras la verdad , respetaríamos a su madre que es la duda", agregó el pensador colombiano, cuyo criterio, vasto como una catedral, y como esta llena de sonoridades, reivindicó el derecho al error. "El error también es útil: él tiene su destino en la economía mental como lo tienen los volcanes en la economía terrestre". El error puede ser la verdad que anda a tientas, puede ser la oruga que busca ser mariposa.

Mientras no sea deliberado, es acreedor al respeto. ¿Quién puede garantizar que la paradoja de hoy no será el prejuicio de mañana, y que el principio rechazado por perjudicial no ha de ser provechoso en otra parte ?
Pascal sigue siendo el maestro. Hay que oirlo muchas veces: "Casi nada, exclama, se ve de justo o de injusto que no cambie de calidad cuando cambia de clima. Tres grados de elevacidn del polo derriban toda la jurisprudencia. Un meridiano decide toda la verdad. Las leyes fundamentales cambian. El derecho tiene sus épocas. Divertida justicia la que un río o una montaña limitan! Verdades de este lado de los Pirineos, errores del otro lado". Otro argumento para el determinismo.

Liberalismo debe ser adaptacidn, debe ser concesión a la verdad que haya en la opinidn ajena. Mientras más inteligente sea un hombre, mayor será su facilidad pare distinguir los matices. Mientras más noble sea, mayor también será su disposición a tolerarlos. Hay quienes sufren de daltonismo mental, pero son probos en la declaración de lo que ven, de donde se infiere la necesidad, no de negar, presentando como verdad lo contrario, sino de examiner el órgano. Nada más digno de aceptación expresa que el relativismo, dentro del cual caben todas las ideas o todos los movimientos, lanzadera del error a la verdad, de la verdad al error, que va dejando su hilo en la trama de la duda. Cumplido el fin social, el individuo no debe darle cuenta a la sociedad de sus creencias. Lógicas o ilógicas, suyas son, para su reposo o para su inquietud. Al grupo social, como grupo, no debe interesarle sino cuando se transforman en actos. La vigilancia no es para ejercerla sobre el pensamiento. Lo que la sociedad observa es la conducta.

Si esa conducta es inspirada en una doctrina o en la otra, el problema puede interesar a la psicología pero no a la política. Desde el punto de vista social han de ser nobles todos los principios que determinan el florecimiento del buen cindadano. Ese buen cindadano sale aquí del catolicismo, del conservatismo, del liberalismo, del libre pensamiento. Más allá, del protestantismo, del budismo, del mahometismo, del laborismo, del comunismo, de lo que a bien tenga, de lo que en las diversas meningias haya impreso la vida.

Lo interesante es que acomode sus actos a normas que no entorpezcan al fin social y que respete las que al mismo resultado han conducido a otros acres, venidos de contrarios campos o alimentados ideológicamente con diferentes raices. Nadie puede erguirse como poseedor de una verdad definitiva, absoluta, igual para todos. De intentarlo, seria un obsecado, un enfermo, un farsante. Todo es cierto para quien asi lo considera o en ello encuentra motivos de acción sana. Puede no serlo en el mismo sentido o con igual intensidad para el vecino. Es absurda pretensión la de hacer del vecino un secuaz. Basta el llamamiento a su razón, si equivocado se le considera, pero es vil dirigirse a su interes, y cobarde aprovechar su miedo.

Spencer asegura en Los primeros principios que hay un alma de bondad en las cosas malas y alma de verdad en las falsas. Nadie debe olvidarlo. Por eso es tan digno de veneración lo sincero. En todo lo sincero, que por serlo es respetable, hay una verdad, grande o pequena, que merece el esfuerzo de pulirla. Se impone como deber de inteligencia y como necesidad de vida una gran tolerancia. Es la virtud de mayor dificultad y la más condenada en el planeta por todos los que venden específicos. Esos furibundos afirmativos imaginan al hombre tolerante como un ser desprovisto de amor por las ideas, sin valor, sin capacidad pare la lucha, especie de organismos de algodón, sobre el cual pueden repetirse los golpes, o líquido que toma la forma de los diversos vasos en donde se vierte. Nada más aberrante. Es precisamente el amor a las ideas el que determina esa noble actitud de espectativa. Son el conocimiento más profundo del corazón humano y la experiencia más honda de la vida, el más dilatado estudio de las acciones y de las reacciones y la más amplia visión del panorama, los que determinan, no el eclecticismo, no la indiferencia, sino la simpatia, para todas las manifestaciones del espíritu, lo mismo en política que en religión, en arte que en literatura. Toda forma nueva produce sobre la vieja noción el mismo efecto del limón sobre la osta viva.

Trátese de un estadista, de un critico, de un poeta, de un pintor, de un sacerdote, en todos los vastos dominios del arte y de la ciencia, es frecuente la actitud de reserva, la anticipada prevención contra lo que llega a alterar las normas establecidas, los que vanamente se tenían por principios absolutos. Lo absoluto no existe ni en las matemáticas. Provisionalmente se puede aceptar lo que estas dicen como definitivo. Pero no ha de faltar el revolucionario que de pronto aparezca con una teoria que deje bamboleando las construcciones más sólidas. Cuando empieza a hablarse del peso de la luz, del universo curvo, de las distancias interestelares entre los átomos que componen las células, de mil cosas más, ininteligibles para el común de las gentes, rectificación a lo de ayer, mientras llega para las nuevas teorias la rectificación de mañana, no es cobarde sino prudente la espera, o por lo menos el desapasionamiento.

En alguno de sus libros, León Daudet, que es un médico, además de un polemista y de un escritor jugoso y caudaloso, habla de la inteligencia de los microbios, en quienes supone una estudiada asociación defensiva contra los sueros que los acaban, como explicación del fracaso de algunas inyecciones. Sera mañana la derrota de Pasteur como los biólogos de la actualidad están derrotando a Darwin. Se creía verdad científica la que proclamaba la unidad de la especie, y mil conferencistas, esparcidos por todo el orbe, probaban la transformación, en desarrollo de una ley de evolución cuyos principios básicos parecían intocables.

Actualmente se están desmoronando. "Todo, agregó el mismo Daudet, se afirma y se niega alternativamente en medicina". ¿Cómo no ha de suceder lo mismo, y con mayor razón, en las teorias educativas, en el drama, en la pintura, en la métrica, en todo lo que se dirige a los sentidos, en todo lo que impresiona a la mente, en todo lo que halaga al corazón, si los tiempos van trayendo nuevas maneras de sentir, si el oido y la visión se modifican, si la construcción ética se resquebraja, si determinados principios de estética sucumben, si algunos dogmas de la religión ya no responden a un intenso afán de comprensión o a una necesidad imperiosa de consuelo?

"Los arboles, el sol, el cielo, escribió Marcel Proust-serían diferentes de lo que los vemos si fueran conocidos por individuos que tuvieran los ojos distintos de los nuestros". ¿Cómo los verán en Marte?
Pero ni la idea de otro planeta es necesaria. El cubismo trajo una nueva concepción a la pintura. Dentro de las exageraciones de escuela y en la alegria que cause desconcertar al burgués, con el ataque a su sentido común, siempre ha quedado de aquel, en las artes decorativas, un elemento apreciable. Algo quedó del decadentismo, del simbolismo. Algo quedara del suprarrealismo, del unanimismo, de la poesia sin rima y sin ritmo, de las imágenes audaces, de la sinestesia, de los juegos malabares de la inteligencia, en literatura, en música, en política, en economía, en religión en todo lo expresable con palabras y con signos, con sonidos y colores, con palabras y fórmulas, porque todo, aún dentro de la teoria del eterno retorno, es cambiante y fugitivo.

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