martes, 10 de mayo de 2011

Por qué soy Liberal (I)


Desde hace muchos años, incluso siglos, el Hombre en occidente ha vivido el triunfo del liberalismo. La libertad ha actuado como lo hace el agua; ha erosionado poco a poco los cimientos de todas aquellas estructuras que se enfrentaban a ella. La verdadera libertad, su palpitar último, actúa con cautela y avanza de forma incesante. A veces esa corriente se ve desviada y durante años el Hombre se extravía, incluso puede llegar a creerse permanentemente perdido. Como dijo una vez mi amigo Antonio Garrigues, “el Hombre gusta, de cuando en cuando, de asomarse a los más profundos abismos”; pero una vez recuperado el rumbo son esos abismos los que nos recuerdan el derrotero por el que continuar en travesías futuras.

Han sido muchas y muy dolorosas las luchas del Hombre contra sí mismo. Tal vez el ejemplo más emblemático sea la esclavitud. La creencia de que un hombre puede pertenecer a otro. Vayamos a la América esclavista del siglo XIX. Muy pocos creían entonces que el pueblo negro sería capaz de asumir la libertad. Muchos negros vivían en el oscuro pozo del convencimiento de que no merecían ser libres. Se decía que no podrían gestionar su vida, que muchos morirían de hambre, que abandonarían los cultivos, que destruirían los utensilios. Pronto se hizo evidente que eso no seria así.

También resulta emblemática la lucha contra la mujer. Es esta una lucha que aún perdura, y que nace de la convicción de que la mujer es un ser inferior al hombre. Se creía entonces que la mujer no debía ser libre. Existió durante muchos siglos la creencia, no sólo de que la mujer no debía recibir educación de ningún tipo, sino sobre todo que aún recibiéndola no actuaría con la rectitud propia, tan sólo, de un hombre. No fueron pocas las mujeres que comulgaban con estas ideas. De hecho no son pocas las que defienden las injusticias que les inflingen los hombres en este siglo XXI. Las sufragistas lucharon entonces por ampliar sus libertades a la esfera de lo político. Fueron muchas las voces que dijeron que la mitad del electorado no podía estar compuesto de mujeres. El pánico en determinados sectores fue virulento. Se temía por el futuro del sistema democrático. Sin embargo aquí y ahora, nadie duda ya de que las mujeres merecen su libertad; y es más que evidente que hacen un buen uso de ella.

Algo similar, tal vez incluso más violento, sucedió con el acceso al voto de las clases bajas. En las mentes retrogradas se perfilaban fantasmas de dictaduras obreras y de abusos sin fin. La historia nos ha enseñado que ciertamente se produjeron abusos de esta índole. El mayor ejemplo fue, probablemente la Alemania Nazi; y, paradójicamente, el sistema que las masas auparon democráticamente al poder fue uno fascista y no uno comunista. Muchos, engañados por unos pocos, se vieron abocados a una guerra y a uno de los más profundos precipicios en los que ha caído la humanidad. Pero el Hombre aprende y rectifica. Y no hay día en Europa en el que no nos acordemos del mal uso que hicimos de nuestras libertades durante el joven siglo XX. Ya en el propio año 1945 iniciamos la marcha atrás en la traición a los valores del respeto y de la tolerancia.

La libertad, poco a poco, ha hecho mella en los muros que dividieron Europa y, con un caudal mucho mayor, nos ha llevado a los albores de un siglo que se perfila como el siglo de la libertad. De los escombros de Europa nace, casi por necesidad, la convicción de que otro mundo es posible. La gente comienza a tener acceso a una educación que pocos tenían hacía tan sólo una generación. Hoy podemos ir a una ciudad cualquiera en un día cualquiera y encontrarnos con seminarios, charlas y cursos de materias tan dispares como la oncológica, el arte flamenco del siglo XVII, la costura en la corte de Napoleón III o las nuevas tecnologías de la información. Europa vive hoy en la convicción de que todos podemos y debemos ser cultos. Ortega habló de la rebelión de las masas. Y es cierto que probablemente a nuestra revolución del siglo XXI le haya precedido una caracterizada por su masificación y bajo nivel cultural. Pero hoy no son ya las masas las que mueven el mundo. No las masas en el sentido orteguiano. Hoy el mundo occidental ve cómo una clase media cada vez más numerosa, y formada, supera en cultura a las elites de antaño. Lo que hace cien años era patrimonio de unos pocos ahora está al alcance de todos. Aquello que se guardaba en conventos y abadías para lujo de pocos ojos es hoy compartido, comentado, criticado y ampliado por todos.

Evidentemente siempre hubo mentes conservadoras. Siempre hubo personas que vivieron en la convicción de que las cosas no debían cambiar. De que el mundo no debía ampliar las libertades y derechos de determinados grupos. Y yo me pregunto ¿Qué pensarían esas personas si vieran hoy el nivel de integración de los negros en la sociedad americana, sus aportaciones a la cultura mundial o a un negro en la carrera a la Casa Blanca? Si esas personas, que dieron su vida por mantener un sistema injusto e ineficaz vieran hoy cómo respira el mundo, creo que derramarían una lágrima por no haber sido más liberales en aquel momento. ¿Qué pensarían los millones de mujeres que se vieron obligadas a vivir en la esclavitud del dominio del hombre si vieran las oportunidades que les ofrece hoy el mundo? Si los americanos que murieron en Gettysburg, o los alemanes que murieron en Estalingrado o los japoneses que perdieron la vida en el Pacifico, pudieran hoy ver que sus ideas yacen en tumbas más profundas y más olvidadas que las suyas propias, creo que desearían haber vivido en un mundo más liberal.

A aquellos americanos o japoneses o alemanes, como a muchas otras personas hoy en día, les faltaba fe en el Hombre. No en el hombre negro o en el blanco, o en las mujeres o en el proletariado, era simple y llanamente falta de fe en la Humanidad. Y es que hay personas que viven convencidas de que el ser humano es incapaz de enfrentarse a los retos de la vida. Hay personas que aún en el siglo XXI siguen pensando que viven en posesión de la verdad, y que dicha verdad no debe predicarse sino imponerse. Esas personas son las que desprecian el cambio, las que se aferran a viejas instituciones y a viejas reglas. Abundan y se pronuncian, ex cátedra, sobre cuestiones ajenas a su vida. Representan a día de hoy los fantasmas del pasado.

Y quiero llegar a la conclusión de este artículo, que podría ser mucho más largo, volviendo a la pregunta que lo origina: ¿Por qué soy liberal? Soy liberal, en esencia, porque tengo fe en el Hombre. No en un Hombre en concreto o en un Hombre que se parezca necesariamente a mí. No tengo molde o modelo. Simplemente tengo la firme convicción de que el Hombre, con mayúscula, hará siempre un buen uso de su Libertad. El Hombre libre será siempre más Hombre, igual que nosotros eclipsamos como personas a aquéllos que nos precedieron. Soy liberal porque no puede acotarse el cambio o el progreso. Porque aquéllos que se han opuesto a la libertad han vivido en la tristeza de no creer, y en un error. Porque la historia de la Humanidad no es otra que la de la derrota de lo mezquino, de lo feudal y de la idea de que el mundo no avanza.
En definitiva, soy liberal, porque el Hombre clama al cielo que es más Hombre, cuando es libre.
Por MANUEL MUÑIZ VILLA, vicepresidente del Centro Democrático Liberal

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