martes, 24 de mayo de 2011

¿POR QUÉ SOY LIBERAL? Nuevos problemas, nuevas ideas

Los partidos forzosamente han variado de programas. Muchos de los ideales liberales por cuyo triunfo corrió la sangre a chorros, quedaron consagrados como normas de las instituciones. Ya no se lucha por muchas cosas bellas que dieron a los brazos vigor y luminosidad a los ojos. Las libertades esenciales quedaron garantizadas en la constitución de 1886, enmendada y adicionada en 1910 y en años posteriores. La aspiración actual es darle una base económica y social a los partidos. Ya no se lucha por ideales tan hermosos como la libertad de prensa o la inviolabilidad de la vida. En el mundo civilizado, una vez obtenidas esas bendiciones, preocupa ahora el arancel, el salario, el latifundio, el derecho al trabajo. En esos campos hay muchas injusticias que combatir, muchos males que remediar, muchos ideales que realizar para el común provecho. Pueden desarrollarse también campañas que emulan en idealismo y en fervor con las de aquellos profetas, gladiadores y mártires que se bañaron de luz en el pasado.

Está ante todo, para hablar de Colombia, la elevación de la mujer, es decir, el mejoramiento de su condición civil, su igualdad en el campo de las oportunidades económicas, su protección contra las artes del seductor, las betas del embaucador, la mala fe de quien violó sus promesas. El problema es también universal o poco menos. León Daudet en un lindo libro, La mujer y el amor, referente a las condiciones del sexo femenino en Francia, nación de todas las revoluciones generosas, habla de "la mujer esclava". Si esclava es en el centro del planeta, ¿cómo no ha de serlo en las extremidades ? Todos estamos de acuerdo en que la mujer manda siempre, y puede no ser paradoja el concepto de Nietzsche acerca de la pérdida de su influencia a medida que conquista algunos de los ansiados derechos. Por el amor domina, es claro, por la dichosa o la vergonzosa tirania del sexo. Cuando Dios dijo a Moisés, cuenta Edmond Fleg, que le preguntara a Israel si quería la Tora, es decir su ley, fue a las mujeres a quienes primero se dirigió el profeta, porque sabia que todo depende de ellas, que a voluntad hacen la desgracia o la salud del mundo.

Aunque eso, a la postre, sea verdad, las leyes, hechas por hombres, la han esclavizado. Es inicua la dependencia absoluta, en cuanto a bienes, de la mujer casada. Y aunque choca con la costumbre y con la misma devoción del hombre pleno por la mujer, a quien quisiera sustraer de las pequeñas miserias cotidianas para mantenerla en un bono de idealismo, no hay que temblar ante la perspectiva de irla preparando para concederle, como ya lo han hecho naciones de alto vuelo, los derechos políticos. Mientras la mente masculina evoluciona, podrían las mujeres no ejercerlos. Pero la posibilidad de su adquisición y aun su consagración, mantenida en estado latente, servirían para irles dando la sensación de equidad y para ir restableciendo el perdido equilibrio, producido por la revelación, que la guerra europea hizo posible, de que son tan capaces como los hombres, y a veces más, para el desempeño de múltiples oficios y para el ejercicio de múltiples profesiones. La confirmación de la capacidad les ha permitido pensar, con razón en muchos casos, que también sirven para funciones directivas y para orientar la marcha del Estado. La valla que les impide ensayarlo es lo que en la mayor parte del globo ha venido a romper el equilibrio.

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