viernes, 26 de agosto de 2011

Libertad: El mejor remedio contra la pobreza I

El desafío de la pobreza

La pobreza masiva continúa siendo un desafío para la comunidad global. De acuerdo con el Banco Mundial, 1.200 millones de personas vivían en la pobreza absoluta en 1998, es decir, con un ingreso inferior a $1 al día, casi la mitad de ellos en el sur de Asia. Aunque la pobreza ha disminuido un poco, todavía constituye el principal desafío de la humanidad.
 
Las consecuencias de la pobreza son tan perniciosas que merecen ser repasadas: Primero que todo, la pobreza tiene un efecto deshumanizador. Diariamente inflige sufrimiento a través del hambre y la frustración constante de incluso la más mínima de las aspiraciones. La pobreza ataca a las personas ya que empuja a algunos hacia la violencia, y además envenena las relaciones humanas, especialmente dentro de la familia. La pobreza es un factor importante en la violencia contra las mujeres. Cuando la mayoría de los pobres salen adelante, uno de los cambios más destacados que mencionan las mujeres en las villas del Sudeste Asiático es que existe una mayor armonía dentro de la familia, es decir, menos violencia doméstica.

La pobreza evita que los pobres materialicen su potencial humano inherente. Sin acceso a la educación, los pobres ven seriamente restringidas sus posibilidades de desarrollar sus talentos, su capacidad, y su productividad. En una época en que se habla mucho sobre la importancia de la educación y del desarrollo del recurso humano, los miles de millones de personas que han quedado fuera de estas oportunidades representan un desperdicio de potencial humano a una escala masiva — para los individuos, pero también para la sociedad como un todo. 


Mucha gente no se da cuenta de la importancia de esta situación, se inquietan por la sobrepoblación y creen que ésta es un gran problema. La pobreza masiva se convierte entonces en culpa de los pobres — un enfoque verdaderamente cínico, y que discrepa en mucho de la experiencia histórica y la teoría económica. Ningún país rico se ha empobrecido debido a un aumento en la tasa de natalidad, y el crecimiento económico siempre ha sido impulsado por ciudades densamente pobladas, no por las áreas rurales con poblaciones dispersas. 

La teoría económica nos enseña que la creación y distribución del ingreso nacional es un proceso dinámico, que depende de diversas variables, de las cuales el tamaño de la población es solo una — y una que de hecho tiene una influencia positiva si aceptamos que cada persona tiene el potencial de contribuir al desarrollo económico y social. El crecimiento de la población es visto como un problema únicamente en aquellas sociedades que han creado sistemas disfuncionales que producen estancamiento en lugar de dinamismo, y que no permiten que la gente desarrolle su potencial. 

Dichos sistemas disfuncionales exacerban el problema ya que generan incentivos perversos para que los pobres tengan familias más grandes, como una especie de seguro para la vejez y mano de obra adicional para expandir el ingreso familiar marginal.

La pobreza tiene serias ramificaciones políticas. Obliga a que la gente participe en relaciones desiguales que limitan seriamente su libertad, y los expone sin defensas al comportamiento predatorio de otros. La lucha que día a día viven los pobres por su supervivencia usualmente no les deja tiempo para participar en la vida política de su comunidad o país. Sus intereses no son representados, y por lo tanto no son atendidos. Usualmente son obligados a aliarse a algún "puntero", ya sea el líder de la villa, el jefe de la barriada, o el agente laboral: no les queda otra opción que “vender” sus derechos políticos a un patrón que les brinda a cambio una pizca de seguridad, una situación que amenaza seriamente a la democracia. 


Históricamente, las sociedades se las ingeniaron para transformarse en verdaderas democracias únicamente cuando la pobreza fue reducida y dichas relaciones de patrón-cliente se hicieron menos dominantes.
 
Por lo tanto, la pobreza es un gran desafío para los liberales, tanto por su visión de la humanidad, así como por su visión de una sociedad liberal justa. Los liberales creen en el principio de libertad del individuo y en un conjunto de derechos humanos inalienables.
 
La pobreza extrema es un ataque diario contra el derecho a la vida de un individuo, y por ende no puede ser tolerada por los liberales.
 
Además, una persona que lucha por la supervivencia física cuenta con muy pocas opciones en la vida donde él o ella pueda experimentar la libertad individual. La materialización de la libertad individual en
toda la sociedad presupone un alivio de la pobreza masiva.
 
Desdichadamente los liberales han fracasado en presentar este punto enérgicamente. También han olvidado las raíces del movimiento liberal: fue en gran medida un movimiento contra la dominación feudal que no solo ahogaba la libertad política, religiosa y cultural, sino también la libertad económica. En su debido momento se reconoció que esto era causado por la pobreza masiva. Dichas estructuras de dominación cuasi-feudal todavía existen en muchos países en desarrollo, aún cuando la nomenclatura de los señores feudales haya cambiado; a menudo ya no son miembros de una aristocracia, sino de una clase parasitaria de burócratas y políticos socialistas que extraen rentas a través de la sobre-regulación y la corrupción, o mediante el manejo de vastos imperios de industrias y bancos nacionalizados.  

El liberalismo podría convertirse en un verdadero movimiento revolucionario en muchos países en desarrollo que podría representar las esperanzas y aspiraciones de los pobres — si los liberales aprenden a hablar su lenguaje y a conceptualizar reformas en base a sus necesidades.
 
La respuesta liberal a la pobreza también ha sido obstaculizada debido a que es, hasta cierto punto, contra-intuitiva. La reacción humana básica a la pobreza es ayudar a los pobres. En cambio, los liberales han hablado de la libertad como el objetivo y además como un instrumento, y para muchos éste es un enfoque muy abstracto.
 
Detrás de esto yace un gran dilema. En un nivel muy básico, ciertamente se debe ayudar a aquellos que se encuentran demasiado oprimidos como para ayudarse a sí mismos. Sin embargo, la ayuda se puede convertir en una característica permanente, y puede hacer que las personas se vuelvan dependientes.

Aún más importante, usualmente se olvida cómo la gente ha escapado históricamente de la pobreza en todo el mundo: a través de sus propios esfuerzos, su trabajo duro, su ahorro, su inversión en educación, su anuencia a desplazarse en busca de mejores oportunidades, su disposición a intentar algo nuevo, a tomar riesgos.
 
Como famosamente lo indicara Lord Bauer, si la ayuda exterior hubiera sido una condición necesaria para aliviar la pobreza, todos todavía deberíamos estar viviendo en la Edad de Piedra. Si bien hay algunos individuos que sin lugar a dudas se encuentran demasiado oprimidos para ayudarse a sí mismos, no representan al grueso de los pobres. Estos no necesitan ayuda; necesitan de acceso a oportunidades, y requieren la protección de la ley para escapar del dominio de grupos o individuos poderosos que tienden a apropiarse del fruto de sus esfuerzos.
 
No es casualidad que el liberalismo siempre ha puesto un gran énfasis en derechos de propiedad estables, ya que la propiedad privada es una garantía importante de la libertad individual. A menudo se afirma que la preocupación liberal por la propiedad privada refleja los intereses de las clases propietarias, sin embargo ese es un enfoque muy limitado. Los pobres lo necesitan aún más, ya que es su derecho a las propiedades que tienen el que a menudo no es reconocido por la ley o no es protegido por el sistema judicial.
 
La preocupación liberal por la propiedad privada también debe ser vista como un objetivo de política estatal: el Estado debe permitirles a todos los ciudadanos adquirir propiedad privada, especialmente a los pobres. Esto es substancialmente diferente de, o incluso lo opuesto a, las políticas socialistas que quieren que el Estado limite o incluso confisque la propiedad privada con el fin de financiar el pago de subsidios a los ciudadanos. Los liberales son escépticos del valor de los subsidios ya que éstos introducen un elemento de dependencia, mientas que adquirir una propiedad incrementa la autonomía financiera y por ende fortalece la libertad individual.
 
Por supuesto, hay casos donde los subsidios de algún tipo serán necesarios, por ejemplo a través de instrumentos con objetivos propios como los esquemas de trabajo por comida, que son efectivos en evitar hambrunas, especialmente en caso de desastres naturales. Dichas transferencias son ciertamente superiores a los controles de precios, por ejemplo sobre la comida, que a menudo son impuestos en nombre de los pobres pero tienen serias consecuencias económicas, ya que distorsionan los incentivos económicos. Precios alimenticios artificialmente bajos pueden lastimar seriamente a los agricultores, lo cual deprimiría la economía rural con graves consecuencias para las oportunidades de empleo de los pobres rurales, que son los que conforman el grueso de los pobres del mundo.
 
Sin embargo, cuando sea posible, la política social liberal explorará si existen instrumentos que ayuden a los pobres a adquirir más propiedad, en lugar de ofrecerles un nuevo beneficio otorgado por el Estado.

Si la obligatoriedad es inevitable, los liberales prefieren entonces obligar a la gente a ahorrar dinero en cuentas de retiro individuales o esquemas de seguro de salud o desempleo, en lugar de forzarlos a pagar un impuesto y distribuir el dinero entre gente interesada en algún beneficio estatal o algo similar. 

El camino del ahorro/seguro obligatorio permite la operación de agencias privadas eficientes, controladas por la regulación estatal que podría incluir un requisito de reaseguro. Por otra parte, el enfoque del impuesto/distribución necesita del establecimiento de una enorme burocracia estatal de asistencia social que se comerá una parte significativa de los recursos. 

Nótese que en ambos casos el Estado asume la responsabilidad de proteger a la gente ante los riesgos económicos, pero los instrumentos empleados son radicalmente diferentes. No solo es la ruta del ahorro/seguro posiblemente más barata y más eficiente, sino que también produce ahorros que pueden ser invertidos, siempre y cuando exista un mercado de capitales funcional. Esta inversión adicional contribuirá al crecimiento económico, mientras que la burocracia estatal redistribuidora constituye un peso muerto para la economía — y los pobres pagan un alto precio por esta pérdida.
 
Una posible objeción en este contexto es que los esquemas de ahorro y seguro son irrelevantes para la mayoría de los pobres en el Tercer Mundo. Nada puede ser más alejado de la realidad. Existe un sinnúmero de estudios que demuestran que los pobres tienen tasas de ahorro sorprendentes. De lo que carecen es de instrumentos financieros accesibles. 

En muchos países los sistemas financieros han sido nacionalizados, y los obstáculos que enfrenta una persona pobre y analfabeta que se atreve a intentar abrir una cuenta bancaria son increíbles. Pero cuando se establecen instituciones financieras profesionales especializadas en los pobres, como el Grameen Bank de Bangladesh, los ahorros depositados por éstos han alcanzado rápidamente proporciones asombrosas, y algunas de estas instituciones también han desarrollado exitosamente esquemas de seguro para los pobres. Esto no debe verse como una sorpresa: los bancos cooperativos privados locales o las asociaciones de ahorro y crédito han jugado un gran papel en la historia económica de Occidente. 

Ahora estamos redescubriendo lo que ha funcionado en el pasado, luego de un costoso desvío en muchos, si no en la mayoría, de los países en desarrollo a través de instituciones financieras manejadas por el Estado. Éstas han excluido a los pobres y han desviado los ahorros de las zonas rurales hacia las ciudades donde fueron “invertidos” en industrias estatales ahora decrépitas, o en proyectos artificiales de falsos capitalistas conectados políticamente. Desdichadamente, en muchos países continúa este proceso perverso.

La necesidad inmediata es la de sacar al Estado del manejo de las instituciones financieras y en su lugar enfocarlo en crear el marco legal apropiado para los bancos y las compañías de seguro privados de todos los tamaños en las zonas rurales. También se necesita, por supuesto, de instituciones de supervisión bancaria y de seguros que se mantengan alejadas de la interferencia política.

Por desgracia parece que los socialistas han logrado de alguna manera convencer a la mayoría de la gente de que la creación de una enorme burocracia estatal de asistencia social es la única respuesta ética sensata al desafío de mitigar la pobreza. Este recurso a la emoción sirve para reprimir un debate razonable sobre la efectividad de instrumentos alternativos. Esto es pernicioso para los pobres, como lo demuestran los ejemplos de educación y salud. 
por Otto Graf Lambsdorff
ex ministro de Economía de Alemania y presidente de la Junta Directiva de la Fundación Friedrich Nauman
en http://www.hacer.org/pdf/Graf1.pdf

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